Consuelo Garrido, la madre de Marimar y Miguel Ángel Blanco, falleció el 1 de abril a causa del coronavirus y su familia todavía no ha podido enterrarla. La idea, cuentan fuentes del entorno a EL ESPAÑOL, es la misma que cuando se pueda dar sepultura al padre, Miguel Ángel, fallecido el 12 de marzo, veinte días atrás: que las cenizas reposen todas juntas en su pueblo natal de Galicia, junto a los restos del hijo, asesinado por la banda terrorista ETA en 1997.
Esa espera que los familiares se ven obligados a guardar, dada la situación actual, la emergencia sanitaria y las medidas de distanciamiento social, parece no funcionar del mismo modo para todos. Hace unos días EL ESPAÑOL desvelaba cómo Instituciones Penitenciarias había accedido a que la madre y un cuñado del etarra Íñigo Gutiérrez, condenado a 14 años de prisión por pertenencia a banda armada y depósito de armas de guerra terrorista, fueran a visitarle aduciendo razones humanitarias porque el padre del reo había fallecido recientemente.
Desde la institución que gestiona las cárceles de todo el país, dependiente del Ministerio del Interior, argumentaron que los allegados de Gutiérrez gozaban de tal salvoconducto porque se trataba de “una situación familiar grave susceptible de un permiso extraordinario". Y que por eso se le concedió.
Esta situación coincidía en el tiempo con varios acontecimientos revestidos de notable trascendencia y gravedad. El primero de ellos es el acuerdo alcanzado la semana pasada para la derogación íntegra de la reforma laboral del PP entre PSOE y Unidas Podemos, socios de Gobierno, con EH-Bildu. El segundo, la huelga de hambre del etarra Patxi Ruiz en la prisión de Murcia.
El tercero, la escalada de tensión en diversos municipios del País Vasco y de Navarra, con manifestantes saltándose el confinamiento para pedir el acercamiento de los presos. El cuarto, las pintadas que han aparecido en las sedes del PNV y del Partido Socialista Vasco en municipios de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya tildándoles de "carceleros" y de "asesinos". Por último, los ataques a cajeros automáticos en las últimas semanas, en una sucesión de imágenes que evocan estas jornadas los peores tiempos de la Kale borroka.
Esta situación ha propiciado también las críticas y la indignación entre familiares de víctimas del virus como Carolina Mata de la Torre. Su padre, Jaime Mata, falleció el 23 de marzo de 2020 a causa del COVID-19 en un hospital madrileño. Tras incinerar sus restos, Carolina, que reside en Madrid, guarda desde entonces las cenizas de su progenitor en su casa.
El panteón familiar, donde sus seres queridos quieren que reposen, se encuentra en La Torre de Juan Abad (Ciudad Real). Las medidas de la desescalada todavía no le permiten ir dada la prohibición de cambiar de provincia. "Para este Gobierno tienes que ser etarra o maleante para que te tenga entre algodones. Al resto, que además somos quienes cumplimos con las medidas, como si nos quedamos en la cuneta”.
Confinamiento de las víctimas
Mientras que las víctimas de ETA como -Marimar Blanco y su familia- y las asociaciones de víctimas llevan semanas instando a los socios a que no salgan de casa y a que no se salten la ley, los colectivos de familiares de los etarras aumentan en las últimas semanas la presión sobre las instituciones para que les permitan ir a visitar a los suyos.
Por ejemplo, desde el Colectivo de Víctimas del Terrorismo (COVITE) enviaron una carta a todos sus miembros el pasado 23 de marzo pidiéndoles que obedecieran rigurosamente las medidas del estado de alarma. "Os animo encarecidamente a que cumpláis con las medidas que el Gobierno ha decretado para frenar esta pandemia y os quedéis en casa cumpliendo cuarentena", decía la presidenta, Consuelo Ordóñez, en la misiva.
"Todos nosotros hemos pasado a lo largo de nuestra vida por situaciones muy difíciles, mucho más difíciles incluso que la actual, y hemos aprendido que, si remamos juntos y nos apoyamos los unos a los otros, saldremos adelante más rápidamente y más fortalecidos", continuaba la nota.
Los dos familiares del etarra Gutiérrez acudieron a ver al otrora miembro del Comando Vizcaya a primera hora del pasado sábado al módulo 23 de la prisión de Picassent, en Valencia. El encuentro se produjo a través de una cristalera, en torno a las 15.30 horas. Duró alrededor de 90 minutos.
Los restos, a Galicia
Al Miguel Ángel, el padre de Marimar Blanco, le dio tiempo a despedirse de los suyos. Especialmente de su mujer, conocida de puertas para adentro como Chelo, que se había volcado en sus cuidados durante sus últimos años.
Fue en Madrid donde Consuelo se contagió del coronavirus SARS-CoV2 y donde había estado recibiendo atención domiciliaria. Pero su estado empeoraba y, finalmente, tuvo que ser ingresada. Poco se pudo hacer: a las horas murió, sola, como tantos españoles, en un centro sanitario.
Las pompas fúnebres del padre hubo que posponerlas. La idea familiar era incinerarlo y enterrar sus restos en Galicia, de donde son todos originarios, tanto los Blanco como los Garrido. Allí también descansa, desde hace unos años, su hijo Miguel Ángel. Todas estas despedidas, en el caso de esta familia golpeada varias veces por la tragedia, por el momento tendrán que esperar.