.

.

España PEDRO J. RAMÍREZ 40 ANIVERSARIO

Pedro J. Ramírez: ¿qué hace el director cuando no está en la redacción?

Del teatro a la ópera, la historia y la bibliofilia, del baloncesto al tenis y, por supuesto, el pádel. Aficiones que no le alejan del periodismo porque éste no es una profesión, sino una forma de vida donde conviven todas las vidas.

17 junio, 2020 03:10

Se dice de quien se entrega con pasión a su trabajo que no tiene vida. Con frecuencia, se separan en compartimentos estancos vida personal y vida profesional. En el caso de Pedro J. Ramírez, quien siempre ha defendido que el periodismo es una forma de vida, no hay diferencia: hay una sola vida que lo engloba todo. Una vida en la se entremezclan el periodista entregado 24 horas a su trabajo y el deportista competitivo que no contempla las derrotas. El aficionado a la ópera y el apasionado seguidor del baloncesto y el ciclismo. El permanente hombre de teatro y el afanoso bibliófilo. En cualquier caso, siempre un hombre de acción para el que la mayor condena es estar quieto.

Inquieto era ya en la universidad, recuerda su amigo el periodista y dramaturgo Ignacio Amestoy. Compaginaba entonces sus estudios de periodismo en Pamplona con las crónicas deportivas para el desaparecido semanario Norte Deportivo. Y, sobre todo, los compaginaba con el teatro, la única vocación que rivalizó con el periodismo.

Teatro

En los primeros años 70, el dramaturgo como director y Ramírez como secretario, fueron el alma del grupo de teatro de la Universidad de Navarra. Su trabajo de fin de carrera llevaba por título Hacia un teatro informativo, estudio que según Amestoy sigue siendo hoy referencia sobre autores esenciales como Erwin Piscator y Bertolt Brecht. La gran obsesión del joven estudiante era el teatro documento, cuya definición explica la estrechísima relación con el periodismo: “Temas políticos e históricos tratados con una finalidad esencialmente crítica y de denuncia, tomando como modelo el teatro político y de agitación de los años 20”.

Como creador, en 1973 Ramírez dirigió en la Universidad una versión propia de la obra En alta mar, del polaco Slawomir Mrozek. En ella, fundía la fábula de tres náufragos que acaban por recurrir al canibalismo, con la historia real, y entonces muy reciente, de los integrantes de un equipo de rugby uruguayo cuyo avión se perdió en Los Andes. Los supervivientes, para salvar sus vidas, tomaron la decisión de alimentarse con la carne de los cuerpos de sus compañeros fallecidos.

El mayor éxito teatral lo logró Pedro J. con un montaje de El cepillo de dientes, del chileno Jorge Díaz, que llegó a competir en un festival de Galicia con el mismísimo José Luis Gómez. Aquella historia sobre las dificultares de la comunicación entre los seres humanos “fue el único momento –asegura Amestoy- en que Pedro dudó sobre si dedicarse al teatro o al periodismo”.

Ganó el periodismo, pero hasta el día de hoy Ramírez sigue persiguiendo el teatro informativo por los escenarios de Madrid, París, Londres o Nueva York. Su amigo no descarta incluso que en algún momento escriba un proyecto que tiene pendiente. Consiste en la dramatización de la célebre conversación de Zaragoza entre Jovellanos y Cabarrús en la que el segundo intenta llevar al asturiano hacia las posturas de los afrancesados partidarios de José Bonaparte.

Baloncesto y ciclismo

En el televisor de cualquiera de los despachos que Pedro J. Ramírez ha ocupado a lo largo de su carrera, suele verse siempre la retransmisión de un pleno parlamentario o la rueda de prensa de un dirigente. El seguimiento de la política sólo se ve interrumpido por los partidos de baloncesto de su Real Madrid o las etapas decisivas del Tour de Francia.

Baloncesto y ciclismo son sus grandes pasiones deportivas como espectador. La afición al basket nació durante el bachillerato en Los Maristas de Logroño y se consolidó con su estancia en Estados Unidos. Durante los años de director de Diario 16, el baloncesto se convirtió en su deporte habitual, el equivalente a lo que más tarde sería el pádel.

El periodista Julio Miravalls recuerda aquella época en que formaba parte del equipo de Los Plumillas, que disputaba sus partidos en la Nevera del Estudiantes o en el propio Magariños y, más tarde, en Vallehermoso. El equipo era un combinado de periodistas, como Pedro Macía, Fernando Baeta, Luis de Benito o Manuel Saucedo, y jugadores veteranos como Díaz Miguel, Biriukov, Luyk o Brabender.

“No era un jugador muy ortodoxo –recuerda Miravalls-, pero luchaba, sudaba la camiseta y, con posturas a veces inverosímiles, acertaba con los triples con más frecuencia de la que cabía esperar. Jugaba de base, siempre dirigiendo, y algunas veces de escolta. Y, pese a ser muy agresivo en su juego, jamás entraba en las frecuentes broncas; él siempre ponía la otra mejilla”.

Los Ángeles 1984

Su afición, una vez más, se mezclaba con la profesión. En 1984, el director de Diario 16 fue su propio enviado especial a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. Aún recuerdo la redacción del periódico formando un corro mientras alguien leía en voz alta su crónica –una mezcla de épica, datos y referencias- de la plata de España ante Estados Unidos. Entonces, resultaba insólito que un director descendiera a la arena para hacer de reportero, y más, si se trataba del infravalorado periodismo deportivo.

Pedro J. ya no juega al baloncesto, pero no se ha olvidado de un deporte que considera un prodigio de inteligencia y pericia. Juan Carlos Sánchez, director de la sección de baloncesto del Real Madrid, amigo y rival en el pádel del director de EL ESPAÑOL, asegura que Ramírez acude al Wizink Center a todos los partidos que puede. “Lleva el blanco en las venas”, proclama. Es más, cuenta que cada vez que el equipo consigue algún triunfo en la ACB, la Copa o la Euroliga -y son muchas las veces-, Ramírez celebra una cena en su casa. Incluso guarda réplicas de los trofeos y camisetas conmemorativas, que exhibe con orgullo. “Sabe tanto de baloncesto -cuenta el director deportivo- que con frecuencia me manda mensajes para que me fije en la calidad o la proyección de tal o cual jugador, que puede ser interesante para el equipo y que yo ni siquiera conozco”.

Pádel

Hace ya 25 años, Pedro J. cambió la práctica del baloncesto por la del pádel. La cercanía de las pistas del antiguo Club Abasota a la vieja redacción de El Mundo en Pradillo 42 fue decisiva para que este deporte formara parte esencial de la vida del director. Sólo tenía que bajar las escaleras. Con Teresa Casado como instructora, Ramírez se convirtió en “un jugador muy competitivo que no da una sola pelota por perdida -explica Koki Martí, fundador de la Ciudad de la Raqueta-. Sin tener un estilo muy ortodoxo, ya que no procede del tenis, tiene un buenísimo nivel. Es una persona muy disciplinada, hace siempre estiramientos antes y después de cada partido, mantiene su peso. Tras más de mil partidos juntos, nos entendemos muy bien en la pista y fuera de ella”.

A aquellos primeros tiempos en el Club Abasota corresponden los célebres partidos de Pedro J. Ramírez contra el primero líder de la oposición y luego presidente José María Aznar. Con frecuencia jugaban en las pistas abiertas del Abasota, las que daban a las escaleras de incendios de la sede de El Mundo, que acababan convirtiéndose en un graderío improvisado desde el que la redacción seguía los lances de juego de su director. Ninguno de los compañeros de pádel de Pedro J. se atreve a decir si era mejor que Aznar o viceversa: “Había una gran igualdad”.

A día de hoy, el director de EL ESPAÑOL, con Koki Martí como compañero, disputa un partido todas las semanas frente a la pareja formada por el empresario Pedro Pérez y el mencionado Juan Carlos Sánchez. Este último admite deportivamente que, aunque están muy equilibrados, “ellos ganan más veces”.

La carrera de Ramírez como jugador de pádel sufrió un serio revés tras ser sometido a dos operaciones consecutivas de cadera. “Estábamos convencidos de que era el final –recuerda el director deportivo de la sección de baloncesto del Real Madrid-, de que tendría que decir adiós al pádel”. Se equivocaban. Tan solo unos meses después el director volvía a la pista, “incluso con más fuerza que antes”.

Ópera

Si Pedro J. ha salido de la redacción y no está en el teatro ni en el pádel, lo más probable es que se encuentre en el Real. No se pierde una ópera. “Es de las personas con mayores conocimientos que conozco –explica Gregorio Marañón, también amigo desde hace dos décadas y presidente del patronato del teatro-, es casi enciclopédico, sabe de todo y, claro, también sobre ópera. Sus comentarios después de la representación son un auténtico alarde. Sabe muchísimo sobre la riqueza conceptual, las referencias, el trasfondo histórico, la puesta en escena… Y lo demuestra en la forma en que interpreta la ópera en su conjunto, en la forma en que despierta en ti sugerencias para el presente, aquellos sentimientos de la obra que siguen hoy vigentes”.

Con Gregorio Marañón, Pedro J. Ramírez comparte también otra de sus grandes pasiones: la historia. Pasión que le hace coincidir también con el escritor Arturo Pérez Reverte. Ambos son entusiastas estudiosos de la Revolución francesa y, además, notorios bibliófilos. De hecho, se han tropezado más de una vez en la búsqueda de ejemplares emblemáticos.

Historia

El más conocido episodio bibliófilo tuvo como protagonista a Luis Bardón, librero anticuario de referencia en Madrid, fallecido en noviembre pasado. “Ocurrió sobre el año 2010 -recuerda Pérez-Reverte-. Me llamó Luis para decirme que tenía la Encyclopédie, pero que había otro cliente interesado, y me preguntó si, en caso de que se echara atrás, me podría interesar. Le dije que sí. Pero el otro cliente no se arrepintió. Sólo por una hora se la llevó el otro”. El cliente era Pedro J., que ahora exhibe con orgullo en su casa los 28 tomos de la monumental obra de Diderot y D’alembert. El novelista, al relatar el episodio en su libro Hombres buenos (2015), concluye que “para mi desgracia o fortuna, porque era muy cara, se la llevó él.”

La vida de Pedro J. Ramírez no se acaba con la función de ópera o de teatro, el partido de baloncesto o el de pádel. Todos los entrevistados coinciden en otra pasión de la que le consideran virtuoso: la conversación. Las cenas posteriores a los eventos, deportivos o culturales, se han convertido en auténticos debates que nada tienen que envidiar a las míticas tertulias literarias del Madrid de la edad de plata. El director de periódicos durante ya 40 años expone y contrasta sus puntos de vista sobre deporte, actualidad política, teatro, ópera, historia y hasta sobre el vino de rioja, otra pequeña gran pasión.

Toda esta actividad la desarrolla el director, claro está, salpicada de continuas interrupciones para llamar a la redacción, porque el periodismo no es una profesión, sino una forma de vida en la que conviven todas las vidas.