La primera vez que Sergio Javier Ríos Esgueva entró en contacto con el clan del comisario José Manuel Villarejo estaba desayunando en un Vips. "Aparecieron dos señores. Me habían pagado el café. Se me acercaron para decirme: chaval, te hemos invitado, somos policías: hay alguien que quiera venir a verte".
Al chófer de Luis Bárcenas aún le quedaba otra sorpresa. Su segundo contacto con ese entorno, una semana después, le llegó de sopetón cuando acababa de salir de su casa para llevar el coche al taller:
-Se para un coche, un C4 de color negro, con los cristales tintados e inhibidor, y se baja Enrique García Castaño. En aquel momento no sabía quién era. Pero era él.
García Castaño era un viejo comisario que había encontrado acomodo en la Unidad Central de Apoyo Operativo (UCAO), integrada en la Comisaría General de Información (CGI) de la Policía Nacional. Llevaba casi 40 años en el cuerpo. Su labor era la de gestionar el apoyo de material (micrófonos, balizas...) que los agentes empleaban en sus investigaciones. En su otra faceta, todavía menos conocida, era uno de los compañeros habituales de andanzas del comisario Villarejo.
Al bajarse de su automóvil, Ríos Esgueva lo recibe en tensión. Estamos a mediados del año 2013. Castaño trata de tranquilizarle -"Tranquilo chaval, no soy de los malos. Soy comisario"- y le emplaza a que ambos se tomen un café juntos para hablar en alguna ocasión.
"Yo le pregunté por qué y él me dijo que por mi bien y por mi interés. Le dije que no me parecía apropiado, que me parecía violento. Me dice 'da igual, ya hablaremos, chaval'. Y me da una tarjeta que no guardé. Se despidió amablemente y me dijo: 'Si necesitas algo llámame, no te preocupes'".
Tras ese segundo encuentro, el conductor de uno de los hombres más buscados de España, el extesorero del Partido Popular, preguntó por aquella persona a varios amigos de confianza en la Policía Nacional. Fue así como constató que decía la verdad. "Hostia, es un comisario principal". Los que habían estado en la CGI le dijeron que aquel tipo era algo parecido al "César de la Policía".
Aquel era un tipo intocable, cuyas redes abarcaban desde empresas de telefonía hasta servicios de información extranjeros, incluyendo el Mosad israelí o la DEA de Estados Unidos, con quienes mantenía buena relación. De una forma u otra, las principales investigaciones de la Comisaría General de Información pasaban por su mesa.
Acababa de asimilar todo aquello cuando, dos días después, vuelve a llamarle García Castaño. Insistía en el café, pero le anunciaba que no sería sólo él quien acudiría a la cita. "Va a venir otro comisario".
Aquél iba a ser el tercer contacto. Quedaron los tres en un McDonald's. Y allí apareció ante él un hombre de barba blanca, cercano en el trato, expresión afable. Un tipo diferente.
-Es una persona muy peculiar -le dijo el chófer al juez-, porque habla totalmente diferente al señor Castaño. Era más campechano.
Era el comisario Villarejo.
"En el centro del mundo"
Castaño los presentó y se retiró.
-Tu jefe está en el centro del mundo, afirmó Villarejo.
El entonces comisario, a pocos años de jubilarse, le contó que había una investigación abierta judicialmente por parte de la Policía en búsqueda y recuperación de los famosos 82 millones, de la fortuna que Bárcenas ocultaba presuntamente en Suiza o en otros paraísos fiscales. "Añadió que yo estaba en medio". Y que quería contar con él.
Todo este relato lo contó el chófer ante el juez Manuel García-Castellón en su declaración en la Audiencia Nacional, el 15 de enero de 2019, en el marco de la instrucción de la pieza 7 del caso Tándem, la llamada 'Operación Kitchen'. El operativo, cuyo sumario ha ido desgranando EL ESPAÑOL en las últimas semanas, nació con la intención de captar a varios confidentes en el entorno de Luis Bárcenas.
El objetivo de este operativo era, según el juez, espiar y robar al extesorero para luego sustraerle información comprometedora sobre la financiación del partido. La finalidad, presuntamente, consistía en alejar esos datos comprometedores del radar de los jueces que investigaban al PP. Para ello, altos cargos de Interior y de la Policía habrían utilizado el dinero de los fondos reservados del Ministerio.
"Eres vigilante, eres escolta, sabes que estás obligado, no te queremos buscar ningún problema, eres buena gente. Has sido militar...". Ríos Esgueva dice que Villarejo le advirtió de que si no colaboraba con ellos podía estar incurriendo en "obstrucción a la Justicia".
El chófer le contestó que estaba a punto de dejar a los Bárcenas. Cobraba poco, no estaban cumpliendo las condiciones, y la presión mediática ininterrumpida sobre sus jefes (los fotógrafos les seguían a todas partes) convertían su día a día en un constante calvario.
El comisario le pidió colaboración, y le instó a que siguiera trabajando con ellos y que le informara de todos sus movimientos. "Soy el jefe de toda esta operación", le dijo, según el chófer. Le habían hablado muy bien de ambos, así que Sergio Ríos iba a empezar a colaborar.
Días después, dice el chófer que Villarejo le realizó un encargo muy concreto. "Lo de los ordenadores sí que lo tienes que mirar". Era un tema que interesaba. Pero no el único. Quería saberlo todo, qué sitios frecuentaba la esposa del extesorero, cuánto tiempo pasaba en ellos, qué paquetes llevaba, qué coches utilizaba, con quién se veía... Quería saberlo todo.
No reconoce los pagos
A lo largo de las declaraciones de todos los implicados, a las que ha podido acceder EL ESPAÑOL, los nombres que surgen como principales urdidores de toda la operación son siempre los mismos. Todos ellos, Villarejo, García Castaño, Ríos Esgueva, Andrés Gómez Gordo (jefe de seguridad de Cospedal), Alberto Pedraza, Adrián de la Joya (socios del excomisario).
Todos se señalan entre sí. El único al que no se menciona es Marcelino Martín Blas, quien dirigía la Unidad de Asuntos Internos y quien encabezó las primeras investigaciones sobre las actividades del comisario Villarejo y de su estrecha camarilla.
El chófer de los Bárcenas negó más tarde en su declaración ante el fiscal Stampa, en la Audiencia Nacional, que la firma en los cheques de los fondos reservados fuera la suya. Negó haber firmado esos recibís en los que aparecen sus datos. Los 25 pagos que se prolongaron por algo más de dos años le reportaron, según el juez, un total de 53.000 euros. Él negó haber recibido ese dinero.
También negó que el comisario le hubiera ayudado a superar el examen de Policía. Quedó el último en su promoción de un total de 258 plazas, el año después de que terminase el operativo de presunto espionaje.
Minutos después, el fiscal le pinchó una de las conversaciones en la que departe con el comisario sobre esa posibilidad en su futuro:
-¿Sabes? Es decir, que cuando te planteé aquello... ¿Te acuerdas? Como opción...
-Sí.
-¿Por qué? Porque yo no pienso en el cortoplacismo, yo pienso en tu futuro.
-Claro no... Es la opción más... claro.
El fiscal le volvió a preguntar. Y entonces el chófer se quedó sin respuesta.