Felipe VI, ante su discurso navideño más difícil: la tentación de la amnesia
En su primer discurso de Nochebuena, a los pocos meses de llegar al trono, 'olvidó' mencionar a su hermana, envuelta en la polémica por corrupción.
Va a ser el discurso más difícil de su reinado. Mucho más que el que realizó tras la declaración independentista en Cataluña. Muy por encima del que tuvo que hacer el 24 de diciembre de 2014. Estará en juego su independencia, su credibilidad y un buen porcentaje del futuro de la Corona. Con el fantasma de la República sobre Zarzuela.
Si interviene el Gobierno, como es de rigor y costumbre, veremos hasta qué punto se menciona a Juan Carlos I y a su situación de exilio no declarado pero forzoso. Difícil equilibrio entre el respeto y la mutua independencia que deben regir entre el Monarca y su primer ministro, sea éste quien sea y represente al partido que represente. Los ciudadanos estarán esperando que el Jefe del Estado les hable de sus problemas y de sus preocupaciones diarias. Los políticos querrán que les ayude con las suyas.
Pero hagamos memoria y remontémonos seis años, al primer discurso navideño del Rey. Aquel discurso fue creíble en la forma, contundente en el fondo. Dicho con energía, bien gesticulado cuando el mensaje lo requería. Hay que decir que Felipe VI lo hizo bien, cumplió en el difícil papel que le tocaba representar ante una España que estaba dispuesta a escuchar, a comprender y a exigir en partes iguales.
Estuvo mal y hasta muy mal la realización, el cambio de planos fue un desastre, lento, sin ritmo, cortando el a veces poderoso discurso del Monarca. Y lo mismo cabe decir del escenario, que más parecía de una obra teatral de bajo presupuesto.
La situación vuelve a plantearse, pero ya no son la hermana y el cuñado, es su padre quien está en la picota
Vayamos a lo sustancial, a lo dicho y a lo olvidado; de lo que se habló y de lo que no se dijo; de los compromisos y exigencias para todos y ante todos, y de las ausencias que dejaron un hueco, un agujero por el que colarse las críticas, que siendo necesarias no deben oscurecer una comparecencia que despertaba mucho mayor interés que las últimas de Don Juan Carlos y que se saldó, para mí, con un sobresaliente.
Felipe resultó creíble, comprometido, cercano desde el primer momento. Centró su discurso en tres grandes temas, los que hoy permanecen como una maldición: la corrupción, contra la que pidió actuar sin medianas tintas; el paro, al que calificó de insoportable y sobre todo entre los más jóvenes; y Cataluña y la Constitución de 1978, a las que unió de forma indisoluble en su intento de mezclar la unidad y la diversidad de una nación como España.
En los tres temas se mostró firme, intentando que sus palabras llegaran a los hogares como un compromiso necesario para devolver la credibilidad a aquellos que nos gobiernan y que, por ello y por ser elegidos de forma democrática, tienen que tener y trasladar al resto unas conductas ejemplares.
Gobernaba Mariano Rajoy y puede que el entonces presidente aceptara y hasta agradeciera que el primer gran olvido del nuevo Rey tuviera nombre y apellidos: Cristina de Borbón. Era la mención o la ausencia que más se esperaba y ahí le faltó a Felipe VI el valor, el coraje, la intención de mencionar a su hermana o reivindicar para la Monarquía el necesario papel ejemplar que reclamó para todas las instituciones.
Esa situación vuelve a plantearse ahora, pero en un grado superlativo. Ya no son la hermana y el cuñado los que están en la picota, ahora es su padre el que lleva meses viendo cómo los medios de comunicación y una parte de la clase política le azota sin piedad. En las Navidades de 2014 pudo haber incorporado unas breves palabras cuando abordó el tema de la corrupción simplemente añadiendo "con la Corona al frente". Se habría entendido el mensaje y habría resultado mayor y más claro su compromiso.
La gran novedad estará en la pandemia, en lo que ha pasado en España y en el futuro de las vacunaciones masivas
El segundo olvido notable -hoy será otro de los temas casi obligados- estuvo en su referencia a la Constitución, a la que convirtió casi en un fortín de leyes inexpugnable cuando desde muchos sectores sociales, económicos y políticos se pide su reforma, su puesta al día. La superación de las condiciones en que nació en 1978 bien merecía un reconocimiento y una apertura a los cambios que la España de hoy necesita.
Junto a esa puerta de futuro podría haber tenido un reconocimiento a la labor de su padre. Se habría entendido esa mención, ese elogio medido, esa cita en la que incorporar a su madre, y no ese plano televisivo de una fotografía desdibujada y metida con calzador.
El tercer olvido tuvo mucho que ver con la excesiva atención que prestó a Cataluña y a la necesidad de que permanezca en España para bien de todos. Desaparecieron 16 autonomías, desaparecieron casi cuarenta millones de españoles que en ese momento se pudieron sentir injustamente olvidados, cuando sus problemas reales son iguales que los de aquellos que viven en las cuatro provincias catalanas.
No parece que hayan cambiado mucho los temas de fondo. La gran novedad estará, sin duda, en la pandemia, en lo que ha pasado en estos últimos diez meses en España y en el futuro de las vacunaciones masivas. Puede que el Gobierno tenga la tentación de incluir en el discurso alguna morcilla sobre la necesidad y ejemplaridad de vacunarse para reforzar los mensajes del ministro Illa. También aquí la independencia de la Monarquía se pondrá a prueba.