Marcaron una época, pero al final fueron más fugaces de lo que nadie pudiera imaginar. La vidas paralelas del madrileño Pablo Iglesias y del barcelonés Albert Rivera, izquierdista el uno, liberal centrista el otro; profesor y agitador el uno, empleado de banca el otro; ambos licenciados en Derecho, ambos de la generación de la Transición, ambos hijos únicos... se cruzaron a partir de 2014, cuando el mapa político español comenzó a mudar como nunca antes.
En enero de 2016, los dos líderes de lo que se dio en publicitar como la "nueva política" recogieron por primera vez su acta de diputados del Congreso. Entonces Iglesias comandaba la tercera fuerza del Parlamento español, con 71 diputados, y Rivera la cuarta, con 40 representantes.
Hoy ninguno está ya en la Cámara Baja, y sus formaciones han visto mermar exponencialmente su representación. Entre ambas apenas superan en cinco (35 diputados Podemos, 10 Ciudadanos) los diputados que solo Ciudadanos tenía en aquel momento. La "nueva política" para haberse acogido ahora a una prejubilación.
Hace sólo cinco años, Iglesias y Rivera mantenían entonces intacta su amibición indisimulada, la de pernoctar algún día en el Palacio de La Moncloa. Hoy uno ya ha designado con un 'dedazo', algo que tanto reprocharon de la "vieja política", a su sucesora, Yolanda Díaz, mientras trata de rescatar como candidato a su partido en Madrid, herido de muerte tras la escisión protagonizada en 2019 por el que entonces, hace apenas cinco años, era su compañero del alma: Íñigo Errejón.
El otro ejerce como presidente de un despacho de abogados en cuya firma ha incluido su apellido, mientras guarda un significativo silencio ante la crisis cuasi terminal que vive su partido. No se habla con su sucesora y en tiempos pupila, Inés Arrimadas, pero sí mantiene un diálogo fluido con la cúpula del PP, en plena OPA de Génova a Ciudadanos, con la activa participación de algunos de los que fueron sus fieles escuderos, singularmente el ínclito Fran Hervías.
Sánchez, el adversario común
Iglesias no es el que era, y nunca será el que quiso ser. Aunque en el balance puede presumir de haber alcanzado la vicepresidencia segunda del Gobierno. Una experiencia en las fauces del poder que nunca llegó a tener Rivera, quien tampoco es el que fue, ni será nunca, como admitió el día de su dimisión, el 11 de noviembre de 2019, presidente del Gobierno.
Mientras tanto, Pedro Sánchez, al que tanto despreciaron ambos, consolida su mandato al frente del Gobierno, al que llegó en 2018 tras una moción de censura que Iglesias no podía no respaldar y que supuso el principio del fin de Rivera. Nada más conocerse la sentencia del Caso Gürtel que precipitaría la caída de Mariano Rajoy, un estrecho colaborador le advirtió al líder de Ciudadanos: "Pedro va a presentar una moción de censura, está claro. Ponte en su lugar" le dijo.
Rivera desoyó el consejo y se apresuró a comparecer en una improvisada rueda de prensa (fue de los primeros líderes en valorar en público el fallo judicial) que no hizo sino alentar la jugada que ya se planeaba en Ferraz, donde Sánchez guardaba silencio y esperaba el desarrollo de los acontecimientos.
El PNV, cuyo voto decantó el triunfo de la moción, se agarró convenientemente a las palabras pronunciadas por Rivera, en las que dio por liquidada la legislatura apenas días después de respaldar, precisamente junto a los peneuvistas, los Presupuestos de Cristóbal Montoro, esos que hasta este 2020 han tenido que ser prorrogados.
Ni sorpasso al PSOE ni al PP
Aún tendría Rivera otra oportunidad de remontar el vuelo, cuando tras las elecciones de abril de 2019 PSOE y Ciudadanos sumaban 180 holgados escaños para gobernar. Pero el líder naranja prefirió apostarlo todo a sorpasar algún día al PP de Pablo Casado y en apenas medio año, entre los comicios de abril y los repetidos de noviembre, se dejó 47 escaños por el camino que fueron su sentencia de muerte política.
Iglesias también terminaría siendo derrotado por Sánchez, pero en otro sentido. Esfumado en las elecciones repetidas de 2016 el sueño del sorpasso sobre el PSOE, el viejo militante de la Junventud Comunista terminó por aceptar que su espacio estaba, aunque bastante más ensanchado, en el que tradicionalmente ocupó primero el PCE y luego IU, a cuyos dirigentes siempre reprochó falta de ambición.
Un espacio a la izquierda del PSOE que sólo sumando con el hermano mayor puede lograr objetivos políticos. Aunque a diferencia de sus antecesores él sí se sentó en un Consejo de Ministros.
Iglesias y Rivera, dos biografías que confluyeron en un momento de la política española que tardará en repetirse, si es que lo hace. Y dos biografías que salieron profundamente transformadas de la experiencia.
Iglesias es hoy padre de tres pequeños, con los que vive en un chalet de medio millón de euros, el tipo de vivienda del que no dudaba en abominar cuando pretendía acabar con "la casta". Rivera ha sido padre por segunda vez con su nueva pareja, la cantante Malú, a la que conoció cuando era uno de los líderes políticos más importantes de España. Lejos queda la playa de la Barceloneta que le vio nacer, y en la que hace dos años protagonziaba el que sería uno de sus último mítines electorales.
Las criaturas políticas que alumbraron no pasan su mejor momento. Más acusadamente en el caso de Ciudadanos, que si el próximo 4 de mayo no supera el 5% mínimo para obtener representación en la Asamblea de Madrid, quedaría herido de muerte.
No es tan negro el panorama para Podemos, pero las elecciones vascas y gallegas celebradas el pasado verano supusieron un serio toque de atención, cuando el partido morado se quedó fuera del Parlamento de Galicia. La región donde Iglesias empezó a cimentar su leyenda trabajando en 2012 en la candidatura de Anova, liderada por el histórico del gallegismo, José Manuel Beiras.
El bipartidismo que lucharon por derrumbar tampoco es el que era, pero sobrevive razonablemente bien, manteniendo PSOE y PP la hegemonía de sus respectivos espacios electorales. En el segundo caso a pesar de una irrupción como la que en los últimos dos años ha representado Vox.
Con poco más de cuarenta años cumplidos, Iglesias y Rivera tienen mucha vida por delante. Pero en cuanto a la política parece difícil no pensar que su mejor momento pasó ya hace tiempo, apenas un lustro después de su espectacular irrupción en una España ávida de cambios.
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