"Vamos a caminar para contar los pasos". Santiago Abascal se baja entonces del atril y del improvisado escenario. El Sol permanece todavía sobre el cielo de Vallecas, apenas pasan de las siete y media de la tarde y sus palabras apenas son inteligibles entre el griterío y los abucheos. Acompañado de algunos compañeros de partido y seguidores, el líder de Vox se aproxima hasta la primera fila de los manifestantes.
Unas 500 personas rodean el perímetro de la Plaza de la Constitución. 18 pasos después, Abascal se queda apenas a un metro de distancia de quienes han acudido a protestar.
Es en ese instante cuando comienza la primera de las cargas. En la llamada Plaza Roja, quienes se oponen al mitin son mayoría. En esa tesitura, entre Abascal y los radicales, ambos, los policías intentan separarlos. Ahí se intensifica la lluvia de objetos de toda clase. Vuelan entonces los primeros adoquines.
Los agentes rompen la barrera de manifestantes, que se disgregan mientras algunos son perseguidos unos metros por los policías. Otros regresan desde el fondo con adoquines rojos, los de ese histórico bastión de la izquierda en la capital, para arrojarlos hacia el lugar donde ha de celebrarse el mitin. También sirven como proyectiles latas de cerveza medio llenas. Incluso alguna litrona.
Pero ya una hora antes los radicales sitiaron el centro de la plaza, entre múltiples gritos de "fascistas" y "fuera de nuestro barrio", rodeando a quienes se encontraban en el centro, a quienes se acercaron al mitin, y la tensión iba creciendo sin cesar. Se llegó a lanzar algún que otro huevo, alguna que otra botella, que impactaron en el suelo o a los pies de los simpatizantes de Vox. Empezaron a volar mecheros. La primera de las latas de cerveza arrojada contra uno de los congregados fue quince minutos antes de la caminata de Abascal. Le alcanzó de pleno en el hombro.
El acto de precampaña de Vox se esperaba como una jornada de alto voltaje, y por ello el despliegue de la Unidad de Intervención Policial (UIP) resultó de proporciones considerables. Los cerca de 200 efectivos de Policía Nacional habían establecido el dispositivo en varias líneas defensivas en torno al círculo central, donde se encontraba la tribuna. Desde ella los dirigentes de la formación de Abascal leerían sus discursos hacia los apenas 300 seguidores congregados en el lugar.
A las seis y media los controles eran masivos en los accesos al parque. También en las calles aledañas. Incluso en las bocas de Metro de las estaciones más cercanas. Allí identificaban a quienes se dirigían al lugar, solicitándoles que mostraran el contenido de bolsas y mochilas.
Algunos agentes de paisano hacían lo propio en otras avenidas. Unos 50 furgones apostados en cada esquina confirmaban un despliegue masivo. Un helicóptero vigilaba entre tanto desde el cielo. Todo señales anticipadas de lo que podía sobrevenir, de lo que efectivamente terminó por ocurrir.
Aplausos y abucheos
A las siete y veinte, los gritos de los manifestantes que rodean la plaza anuncian que alguien importante se acerca. Poco a poco, rodeada de los suyos, de agentes de la Policía Nacional que abren camino y del griterío de unas 500 personas, Macarena Olona, portavoz parlamentaria de Vox, logra acceder al centro de la Plaza Roja. Cubre su cabeza con un paraguas rojo y amarillo. Es aplaudida por unos y abucheada por otros.
Para entonces, la tensión crece por momentos. En el centro, en torno a la tribuna, los afines a Abascal exhiben banderas de España y profieren las consignas habituales. La mayoría se encaran en la distancia, y algunos a pocos metros de quienes les increpan al otro lado del cordón policial. La presión cada vez resulta más elevada.
A unos pocos metros, los grupos de extrema izquierda que habían convocado la manifestación seguían acordonándoles. También ellos, encaramados al borde de la escalinata que delimita el centro de la plaza, exhibían sus pancartas.
Mientras tanto, entre ambos grupos, en tierra de nadie, los periodistas y una primera línea de antidisturbios, pertrechados de cascos, porras y escudos, aguardan por si la temperatura sube todavía más. Fue eso finalmente lo que ocurrió en una protesta que terminaría por saldarse en torno a las nueve de la noche con dos detenidos (por el momento), y 34 heridos, 20 de ellos agentes antidisturbios, según los Servicios de Emergencia del Ayuntamiento de Madrid. Algunos, como Ángel López, diputado de Vox por Guadalajara, tuvieron que ser trasladados al hospital.
Nueve de esas personas acabaron allí para ser sometidos a controles radiológicos. A los otros 14 les atendieron en el lugar los servicios del Samur y de Protección Civil. Tres de ellos acabaron en urgencias por la gravedad de las lesiones producto de los enfrentamientos.
La trifulca adquiere tintes de batalla campal tras la incursión de Abascal hacia la primera línea de los manifestantes. Ese gesto coge desprevenidos a los agentes, y la enardecida turba increpa, insulta y arroja todo tipo de accesorios cada vez más fuerte al líder de Vox y a sus seguidores. A los diez minutos estos ya se han dispersado por el césped, eludiendo las cargas policiales. La algarada sin embargo no cesa.
Los disturbios continúan en las zonas más próximas. Un grupo de fotógrafos se queda enclavado entre los jóvenes y los policías, esquivando piedras y latas, tratando de distanciarse de unos y de otros mientras hacen su trabajo.
"No vais a salir vivos de aquí, hijos de puta. No vais a salir vivos", profiere uno de los jóvenes manifestantes, sin especificar si se refiere a los asistentes al mitin o a los policías.
Ese momento quedó registrado en el vídeo en directo emitido por EL ESPAÑOL durante las dos horas que se prolongaron los altercados. Mientras, los cánticos prosiguen tal y como se habían iniciado en los primeros compases de la tarde. "Abascal ponte a trabajar", "fuera fascistas de nuestros barrios", "sin Policía no sois nada".
Nadie escucha a Abascal
Esos minutos de disputa y de violencia se alargaron durante más de una hora. No fue hasta que la situación quedó algo más controlada cuando Abascal y el resto de integrantes de Vox continuaron con el mitin y retomaron sus intervenciones. Para cuando lograron finiquitarlo la actividad de los agentes se focalizaba ya en los límites con las calles más próximas.
Abascal tiró de su argumentario habitual -habló de "menas", de 'manadas' de "depravados", de inseguridad en las calles, de la cadena perpetua para los violadores, de deportar inmigrantes-, pero poco importaba ya entonces. Culpó a Marlaska y a Sánchez de haber congregado a la turba, y para no defraudar utilizó también las cartas de la "izquierda pija" y Galapagar.
Pero nadie le prestaba atención. Quienes se encontraban frente al atril del líder de la formación de extrema derecha pasaron buena parte del tiempo de espaldas, más atentos a lo que ocurría alrededor que de las cosas que les tenían que decir los intervinientes.
Horas antes de la batalla, a pocos metros de la plaza, las terrazas estaban repletas, las familias disfrutaban del café de la merienda y los niños jugaban bajo la atenta mirada de sus padres en los columpios y toboganes del parque de la Plaza Roja, ignorando lo que vendría después. Pronto se marcharon de allí.
Al comienzo de la noche, el histórico enclave de Vallecas se despedía de la jornada con parte del suelo levantado a trozos. Los que faltaban habían sido empleados como munición.