Por qué los datos de la Covid-19 en Madrid están siempre bajo sospecha
Pese a ciertas torpezas en su comunicación, no hay base para afirmar que los datos de la pandemia de la Comunidad de Madrid sean erróneos.
15 abril, 2021 02:52Noticias relacionadas
El viernes 18 de septiembre de 2020, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, salía en rueda de prensa junto a su entonces vicepresidente, Ignacio Aguado, y el consejero de Sanidad, Enrique Ruiz-Escudero. Los datos de aquel día eran desoladores: Madrid se acercaba a los 700 casos de Covid por 100.000 habitantes cada 14 días (682,57) y en determinados municipios se superaban ampliamente los mil.
Aunque ahora esos números no nos alerten tanto, por entonces provocaban escalofríos. Nunca habíamos visto nada parecido: en marzo y abril no teníamos tests suficientes para calcular decentemente la incidencia, y en julio y agosto los picos de Aragón o Cataluña no se habían acercado a esa cifra.
La confusión era total y así se podía adivinar en los rostros de los tres comparecientes. Entre muchos rodeos y algo de inseguridad en el tono, se confirmó el cierre perimetral por zona básica de salud -un término hasta entonces desconocido para la mayoría de los madrileños de a pie-, las restricciones de aforo en restauración y comercios, y la decisión de continuar con los cribados en las zonas con mayor incidencia utilizando tests de antígenos.
En principio, esta práctica estaba contraindicada entre asintomáticos pero evitaba los retrasos de hasta dos semanas en la realización y obtención de resultado de las pruebas PCR, justo en el momento en el que prácticamente todos los centros de salud de la Comunidad se encontraban completamente saturados.
Las medidas parecían insuficientes porque no se ajustaban a lo que conocíamos por entonces: el cierre total, sin matices. Aunque en aquel momento no podía saberse, aquel viernes acabó como el peor de toda la segunda ola en Madrid, con 7.230 pruebas que dieron positivo a lo largo de los siguientes días.
Tuvieron que pasar casi cuatro meses, hasta el 5 de enero, para superar la cifra… y para entonces ya contábamos con muchos más tests de antígenos para poder detectar. El hecho de que, a mediados de abril, los resultados de ese día sigan entre los cuatro peores de toda la pandemia, habla a las claras de lo grave de la situación.
Tan grave que el ministerio de Sanidad y el gobierno en pleno se decidió a intervenir. El miedo era que el problema de Madrid se extendiera por todo el país, así que había que cerrar cuanto antes la comunidad. No por barrios, sino en su totalidad. El desencuentro era político, por supuesto, pero también sanitario: los técnicos del ministerio, encabezados por Fernando Simón, no creían en las medidas de la Comunidad y viceversa.
La incidencia acumulada a 14 días aún siguió creciendo los siguientes días hasta los 772,38 casos del martes 22… y, entonces, cuando nadie lo esperaba, en vez del apocalipsis, llegó la redención. Poco a poco, las cifras diarias fueron bajando; poco a poco, cuando las medidas extraordinarias ya estaban a punto de aprobarse, la incidencia de Madrid empezó a bajar.
Aquí entra el prejuicio, que, insisto, tendrá su parte política, pero cuya base fue sanitaria: aquello, en principio, y con la mentalidad de la época, era inconcebible. ¿Cómo podían bajar los datos de una comunidad que se negaba a aceptar el confinamiento absoluto? Eso no lo habíamos visto nunca. Todos los analistas nos quedamos sorprendidos y desde el Ministerio se optó por sembrar las dudas: si está pasando algo con lo que no contábamos, probablemente es que los datos se estén falseando.
"Tenemos que ver como están afectando los nuevos tests de antígenos y los retrasos en las notificaciones en las cifras. Con estos datos no podemos estar seguros si Madrid va mejor o peor", afirmó el 4 de octubre el director del CCAES en rueda de prensa junto a Salvador Illa, días antes de que, efectivamente, el Ministerio impusiera a la Comunidad el estado de alarma.
Fernando Simón optó por la duda cuando tenía delante desde hacía más de una semana todos los datos que acreditaban la mejoría: bajada en la positividad, ralentización del número de nuevos ingresos, y menor ocupación tanto en planta como en unidades de críticos. Para principios de octubre, ya estaba claro que la segunda ola iba apaciguándose en Madrid sin necesidad de un cierre total, pero aquello, insisto, era inconcebible. Tenía que haber gato encerrado, un intento de la administración madrileña de evitar el cierre manipulando sus propios datos.
A este prejuicio, se unió la torpeza de la propia Comunidad en el manejo de sus datos. Aunque los datos que se pasaron al Ministerio siempre fueron los correctos, es decir, aquellos cuyo resultado se obtenía ese día, la Comunidad prefería ordenar los positivos por la fecha de obtención de la prueba y, en ese sentido, el caos fue sensacional.
En primer lugar, este método -que, por otro lado, era el que recomendaba y el que sigue utilizando el propio Ministerio- es ya de por sí equívoco en términos de inmediatez. Cuando las pruebas tardan cinco, siete o diez días en procesarse, las acumulaciones y los retrasos son excesivos y la información del día correspondiente muy poco fiable.
Así, para hacerse una idea, cuando el lunes 21 de septiembre se dieron los datos del viernes 18 -que, como ya hemos dicho, acabó con 7.230 positivos-, apenas aparecían 2.966 en el PDF oficial. A este retraso, producto de la saturación de centros de análisis y laboratorios, se le sumó una mala práctica que en un principio a la Comunidad de Madrid le pasó desapercibida y que tardó meses en corregir. Muchos vieron aquí mala intención, pero la investigación que llevó a cabo EL ESPAÑOL mostró más bien desidia, algo que tampoco deja mejor a nadie.
El caso es que, por defecto, el sistema ubicaba cada nuevo positivo según la fecha de la primera prueba que se hubiera realizado y no necesariamente aquella que había dado positivo. Por poner un ejemplo, si alguien había ido a consulta un 24 de mayo y se le había abierto el consiguiente expediente aunque el test hubiera dado negativo, si ese mismo alguien daba luego positivo el 9 de noviembre, el sistema lo ubicaba en la fecha inicial, es decir, seis meses atrás.
El desfase en el PDF llegó a ser escandaloso y desde luego no ayudó a aminorar el prejuicio de que Madrid mentía justo en el momento en el que el resto del país entraba en una segunda ola de octubre-noviembre tan dura o más que la que había pasado la capital en septiembre.
Solventada esta incidencia, que, insisto, nunca afectó a los datos del Ministerio, pues se subían a otra base de datos y con la contabilidad por fecha de resultado y no de toma de muestra, el mantra de la mentira ha ido desapareciendo. La tercera ola fue dura en Madrid como lo fue en todos lados y, de nuevo, la oleada o repunte de abril está afectando a esta comunidad más que a otras.
Aun así, el prejuicio mezclado con la oportunidad política hace que las dudas sigan aireándose, como un bulo que se repite cada cierto tiempo: si todos los demás lo cerramos todo y aun así tenemos una incidencia alta y un número demasiado alto de muertos, ¿cómo es posible que Madrid, que nunca ha cerrado bares ni comercios, no solo no alcance cifras espeluznantes sino que tenga una mortalidad menor que la media del país?
La respuesta no es fácil y ahí estamos los analistas y expertos buscando hipótesis. Ahora bien, eso toma tiempo y en ocasiones es frustrante porque no hay una única explicación que salte inmediatamente a la vista. Mucho más fácil es acusar de falsear los datos y así la maldad lo explica todo. Es lo que hizo el presidente Pedro Sánchez la semana pasada, dando voz a lo que ya se rumoreaba en buena parte del país. En esta ocasión, el director del CCAES no se puso de su lado y salió el pasado lunes a defender la veracidad de los datos. Fernando Simón puso la mano en el fuego por Madrid. Habrá que seguir investigando y buscando explicaciones.