La lava sepulta Todoque (La Palma) y borra del mapa casas y recuerdos: "Esto es una desgracia"
El volcán de Cumbre Vieja de La Palma sigue expulsando lava. Las coladas alcanzan los 12 metros de altura y se mueven a 200 metros por hora.
22 septiembre, 2021 11:15Noticias relacionadas
El tiempo apremiaba. No había un segundo que perder. Las camionetas anegadas de cosas circulaban apresuradamente de un lugar para otro. Ayer, a mediodía en el barrio de Todoque (Los Llanos de Aridane), las sensaciones eran difíciles de describir. A la gente se le entrecortaban las palabras.
“¿Cómo estás”, preguntó el autor de estas líneas a uno de los responsables públicos que participaban en las agitadas evacuaciones de vecinos, para luego observar a la persona levantar la cabeza, dirigiendo su mirada a la parte alta de la montaña y ver lágrimas en sus ojos.
“¡Es una desgracia!”, exclamó. La estampa que tenía delante era la de las rocas fundidas que emergen del volcán de Cumbre Vieja amontonándose en el muro trasero de una vivienda, a escasos metros de la Parroquia San Pío X, hasta envolverla completamente y hacerla desaparecer por siempre.
Esa misma imagen es la que uno de los residentes de la zona, subido a la batea de un camión mientras sujetaba con la mano derecha el carrito de su bebé, contemplaba, sin poder hacer nada para remediarlo.
El despliegue informativo no tiene precedentes en la Isla Bonita, pero el de efectivos de emergencias tampoco. Policía Local, Guardia Civil, personal del Cabildo, de Parques Nacionales, Protección Civil, Alfa Tango, Bomberos, Unidad Militar de Emergencias (UME)… todos están estos días en el mismo barco.
Unión entre políticos
Los políticos, por su parte, venidos de municipios como Breña Baja, Santa Cruz de La Palma, El Paso o Tazacorte, también sentían algo revolverse en su interior ante tal catástrofe. Dejaron los colores a un lado y priorizaron la cooperación a los focos mediáticos. Lo que se divisaba en el horizonte dejaría de existir, y el sentir que imperaba era el de la estupefacción.
La lava seguía su camino y causaba pequeños conatos en algunas fincas que, en cuestión de minutos, eran sepultadas por el propio magma. En una de las casas situadas frente al ambulatorio, una mujer y su hijo se suben al vehículo en el que han cargado sus cosas, sus vidas. Ella se echa a llorar y cubre su rostro con las manos; él la consuela, aunque no puede evitar mirar con idéntica incredulidad las coladas y los daños que está provocando.
El medio de transporte en el que ambos habían puesto a buen recaudo sus pertenencia sube el pequeño camino de acceso al inmueble para incorporarse a la carretera. Ellos se despiden de su hogar, que tantos recuerdos atesora y que, irremediablemente, será borrado del mapa. Así lo expresaba la última persona en salir, un hombre corpulento y alto que, en estado de shock, se echaba las manos a la cabeza y repetía: “Esto no puede estar pasando”.
Para drama también el que vivió una familia que reside en una de las calles laterales de la Iglesia. A poco de que tuvieran que abandonar la zona por precaución, un concejal del Ayuntamiento se esmeraba en consolar a una joven. “Tranquila, saldremos adelante”, decía.
"No se lo deseo a nadie"
Ella no daba crédito al hecho de haber tenido que elegir entre lo “prescindible” y lo “imprescindible”. Pensar que todo el barrio quedará reducido a montones de rocas no es fácilmente concebible. Su madre, con unas flores del jardín en la mano, se fundió en un abrazo con su hija y describió “la desgracia, que no se la deseo a nadie”. El primo de la chica, que viajó la semana pasada expresamente a la Isla para ayudar a los suyos en lo que pudieran necesitar, tampoco se creía que hubiera tenido que dejar atrás tantos recuerdos.
“¡Ayúdenme! ¡Ayúdenme!”, se escuchaba decir en la plaza de la parroquia, de la que un día antes habían sido desalojados las figuras de los santos por el riesgo de quedar soterradas. A esa llamada de auxilio acudieron miembros de emergencias, vecinos y periodistas. Dos mujeres, entre sollozos, habían metido todo lo que podían en bolsas de basura, cubos y cestas de ropa, para abandonar el barrio. Con la ayuda de los que se prestaron voluntarios, bajaron unas escaleras y lograron llenar el maletero de la Citroen Berlingo en la que, sin haberlo buscado, emprenderían su último viaje desde casa hacia un destino aún por definir.
A las 14:00 horas se sintieron algunos temblores, especialmente perceptibles en las ventanas de los edificios. El toldo de un restaurante vibraba; los bloques de una infraestructura a medio construir se desplazaban poco a poco. “Tienen que irse”, señaló un agente de la Benemérita. En ese momento, los rugidos del volcán se convirtieron en un réquiem. Adiós, Todoque.