653 días. Es el tiempo que, dicen los que le conocen, pasó aburrido el rey Juan Carlos durante su exilio en Abu Dabi. La sonrisa volvió la última noche, la 654, cuando subió la escalerilla de un Gulfstream G450 privado y puso rumbo a Sanxenxo, la casa refugio que siempre le ha acogido en las dificultades.
Fueron meses de rumores, pero ninguna certeza, hasta que el pasado martes sonaron todas las alarmas. No es que no lo avisara. Cuando le preguntaban por su vuelta a España, la respuesta era siempre la misma: “Se entra por donde se sale”.
El particular retorno del Rey culminó este jueves de la manera más esperada, entre devotos y periodistas, pero se consagró en la intimidad. Rodeado de los suyos, su corte de Sanxenxo, en la tercera planta del Club Náutico que lleva su nombre, para un recibimiento en familia.
Sonriendo y posando
Salió del coche de Pedro Campos, su inseparable, a las 12:29 horas despacio, dejándose ver, saludando y sonriendo, posando, justo a las maneras que Casa Real no quería que lo hiciera, y la gente respondió.
Un centenar de personas acudió a propósito al puerto deportivo y se agolpó con cautela entre las vallas y los policías, con otros tantos en el dique. Son más curiosos que monárquicos, pero llevan dos horas guardando cola, pillando sitio, riendo y cuchicheando. La conversación, en realidad, va poco sobre la vuelta del Emérito y mucho sobre que fai un sol de carallo. En la terraza del Náutico la cosa cambia y un grupo de 20 socios saca una bandera de España de varios metros. "¡Que la vea, que la vea!"
"¡Viva España, guapo!"
De repente llegó el coche, el Volvo que en las últimas horas ha salido en todas las portadas de periódico, con Pedro Campos al volante. Juan Carlos toca tierra y da un paso, el primero de los diez metros que le separan del club. Una señora se anima: “¡Viva el rey!” El resto toma la palabra: “¡Viva Españaaa!”, y algún "guapooo".
Empiezan los aplausos. Desde los balcones del Náutico, los mejor vestidos se abrazan, ríen y sacan fotos. Abajo, el centenar restante que se ha acercado por curiosidad no tiene muy claro cómo comportarse: muchos móviles en alto, algún empujón a los plumillas y varios minutos de ajetreo elegante, pero cachondo. Otro grupo de cnicuenta, desde el puerto, se tiene que conformar con sólo siete segundos de Juan Carlos, los mismos que tarda en salir del coche y llegar a la puerta del club acompañado de su hija Elena.
El resto tampoco tienen mucho más tiempo. En total, la aparición pública no dura más de seis minutos, un pasamanos y un posado más corto de lo esperado. Un espontáneo se levanta y alza la voz: "¡Viva el rey! ¡Viva España!", generando un eco multitudinario -"¡viva el rey, viva el rey!"- y, tras él, una guerra de gritos ininteligibles hasta que un espabilado da con el adecuado: "¡Viva Juan Carlos!", y el resto replica.
La fiesta ya había empezado y no iba a terminar. “¡Esta es su casa!”, comparte un monárquico emocionado. "¡Viva el rey Don Juan Carlos! ¡Viva la infanta de España!", añade. El resto Corea: "¡Infanta, infanta!"
Dicen los del Náutico que la estancia del monarca en el pueblo será finalmente de cuatro noches, hasta el lunes. Será entonces cuando ponga rumbo a Madrid, a encontrarse con su hijo, Felipe VI. Uno de sus compañeros de tripulación, Jane Abascal, fue uno de los pocos que pudo estar con el Emérito la noche de ayer en la casa de Pedro Campos. "No trasnochamos, no te creas, que hoy había que estar bien", bromea a la entrada del club.
Ahora la pregunta no es cuánto se va a quedar, sino cuándo volverá. El alcalde de Sanxenxo ha confirmado que su intención es regresar en un mes, entre el 10 y el 18 de junio, para participar -o como mínimo ver- el Mundial de la clase 6mR, en el que defenderá el título que ostenta desde 2019.
Discreción y exhibición
La discreción que intentan imponer desde Madrid, Gobierno y Zarzuela, choca frontalmente con los deseos del Emérito y su círculo de Sanxenxo, que han preferido exhibirle delante de cámaras, paisanos y socios como si se tratara de una visita normal. Es lo que esperan que se convierta en el futuro.
Si unos, en Sanxenxo, posan y sonríen, los otros han pedido el mínimo ruido posible. No más de un par de agentes uniformados, todos de la Policía Local, para controlar el recinto, y otros tantos de la Guardia Civil -de paisano- para que no se descontrole la cosa. Pero discretito, discretito.
En los últimos días, la relación padre-hijo ha tomado un revés inesperado. Este último viajó a Abu Dabi para participar en la ceremonia de pésame del emir, Jalifa bin Zayed al Nahyan, que falleció el 13 de mayo a los 73 años, pero tomó todas las precauciones para no encontrarse con su padre. Lo que fuera, menos una foto juntos. Y no la hubo. El único contacto fue telefónico, breve y distante.
La polémica que sobrevuela la visita ha servido un debate sobre el retorno de don Juan Carlos y sus condiciones. Por parte de Casa Real sólo hay una directriz: puede volver a España las veces que quiera, siempre y cuando tenga su residencia permanente en Abu Dabi.
"¡Aquí puede quedarse el tiempo que quiera!", comentaba un hombre minutos antes de la llegada del Emérito. Alrededor, el resto asentía: "Eso, eso". La sensación general, al menos en el puerto, es que el monarca ha sufrido un castigo político por una conducta que, hasta el momento, no ha tenido contraparte judicial. ¿Le daría usted su casa?
—Que se venga ahora mismo.