Aburrido no es lo mismo que previsible y lo que en política es imprevisible... nunca es aburrido. Mariano Rajoy subió a la tribuna y dejó con la boca abierta a todos los grupos. Atónitos. "Político cansado", lo llamó Antonio Hernando (PSOE). "Soporífero", lamentó Íñigo Errejón, de Unidos Podemos, partido acostumbrado a la acción.
El discurso del candidato del PP tuvo la cuestionable virtud de derrumbar la moral de Ciudadanos, su socio de mayor entidad, al agrietar aún más el matrimonio de conveniencia con un Rajoy que en realidad no gusta a los de Albert Rivera. "Plano, antiguo, sin pasión alguna y básicamente electoralista. ¿De verdad Rajoy quiere ser investido presidente?, se preguntaba en Twitter el número tres del grupo parlamentario, Miguel Gutiérrez. "Si no se lo cree él, ¿quién se lo va a creer?", se preguntaba después, casi por contagio, el portavoz parlamentario, Juan Carlos Girauta, poco acostumbrado a que otros diputados le hagan sombra en cuanto a afirmaciones categóricas.
A falta de la conclusión del debate, la mayoría de los socialistas respiraban aliviados. "¿Lo has escuchado? ¿Cómo no vamos a decirle que "no"? ¡Nos lo ha puesto en bandeja!", exclamaba un parlamentario muy cercano a Sánchez. El equipo del líder del PSOE no se fía. Sabe que Rajoy da por perdido al líder de la oposición y sólo contempla dos caminos. Uno es torcer la mano del Comité Federal, el órgano colegiado de los socialistas, con gran presencia de líderes territoriales críticos con su líder. El otro, llegar en las mejores condiciones posibles a una nueva cita con las urnas y ampliar así decisivamente su mayoría.
Por qué Rajoy fue (entre otras cosas) imprevisible
El discurso de Rajoy no sólo no fue previsible por adoptar un tono monocorde en el hemiciclo, lejos del mordaz y afilado que lo convierte para los suyos en un buen orador. No sólo no fue previsible por la ausencia de guiños al PSOE, al que dice querer cortejar ("Si nos pusiésemos muy grandilocuentes, nos dirían: ¿De qué vais?", justificaba a toda prisa un miembro del Comité de Dirección popular).
El discurso de Rajoy sorprendió por reservar una parte privilegiada, solemne y menos gris que las demás para ensalzar la unidad de España y arremeter contra el riesgo de desintegración territorial como el desafío más "grave". La bancada popular aplaudía, ahí sí, con ganas.
¿Qué necesidad tenía Rajoy de encrespar a los nacionalistas de la cámara, si parecen ser la única alternativa al PSOE? ¿Por qué ha pasado de pactar con ellos las votaciones de los órganos de gobierno parlamentarios a arremeter contra ellos? ¿Por qué no espera a ser investido para volver a empuñar la bandera de los valores constitucionales, sean los de 1978 o los de 1812?
Puentes rotos con el PNV
La reacción del PNV fue furibunda. No se esperaba que Aitor Esteban, su portavoz en Madrid, fuese conciliador. Hay elecciones en Euskadi el 25 de septiembre y los manuales de campaña aconsejan distancia. Pero lo que hizo Esteban fue romper cualquier puente con Rajoy, al que comparó con Aznar, llamó "rancio" y prometió que tendrá "en frente" a los nacionalistas vascos. "No ha habido un guiño. Ha habido dos. Con los ojos cerrados", lamentó.
Lo imprevisible del discurso de Rajoy es que hiciese saltar por los aires el clima que respiraban esperanzados dirigentes del PP el día anterior, al menos en conversaciones discretas. "No hay nada de nuestro acuerdo con Ciudadanos que no pueda firmar el PNV", explicaba un alto cargo de Génova, según publicó EL ESPAÑOL este lunes. "De momento nos dicen que esperemos", decía. Pero Rajoy no quiere esperar más y la arenga a los suyos, que probablemente sea también un mensaje en clave electoral en Galicia y Euskadi, enervó a los nacionalistas.
O Rajoy... o Sánchez
Dando por perdida la investidura, Rajoy ya sólo piensa en el día después. Como Sánchez. El líder del PSOE no ha aclarado en ningún momento qué piensa hacer una vez haya logrado el objetivo de hacer morder a Rajoy el polvo (o la moqueta) del suntuoso suelo del Congreso de los Diputados.
Mientras Rajoy asegura que seguirá intentándolo y que no quiere perder su condición de candidato a la investidura (aunque tras el viernes la pelota vuelva al tejado del Palacio de la Zarzuela), Sánchez no despeja si optará por tejer esta vez una alianza con Podemos. "Nos da la sensación de que Pedro Sánchez quiere", explicaba una fuente muy cercana a Pablo Iglesias tras escuchar a Rajoy. "El problema es que quizás en su partido no le dejen", según esta fuente. "Si algo ha demostrado tener Sánchez es narices. El PSOE se ha convertido en una elección entre el sistema, el sistema de verdad, o Sánchez", decía otro dirigente de la formación morada.
"Que todos se retraten"
El líder del PSOE permanece insondable, pero algunos de los diputados cercanos a él sí hablan. Y después de este martes ven más cercana una nueva candidatura de su líder. En primer lugar, porque Rajoy dio una imagen "de alguien que no quiere ser presidente", explicaba uno de ellos. En segundo lugar, porque ha "quemado los puentes con el PNV, por lo que puede que sólo apueste por nosotros. Y con nosotros no va a poder contar", señala.
Ante la imposibilidad aritmética de Rajoy se abren muchas opciones. No se cansan de repetirlo dirigentes como Miquel Iceta o Francina Armengol, sus dos barones aliados con más peso. Y una de ellas es que lo intente Sánchez. "Yo creo que debería hacerlo. Con Rajoy fuera de juego, lo lógico es que el líder del segundo partido dé el paso. ¿Saldrá el acuerdo? No está claro. Pero al menos forzará a todos a retratarse", según este diputado. Y si la fórmula fracasa, no será por él, consolidado como líder de la izquierda de cara a unos nuevos comicios.
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