Gabriel Rufián llevaba sin pisar la tribuna desde la segunda votación de la investidura fallida de Pedro Sánchez. Pero ha vuelto con su look habitual, que es el que no deja a nadie indiferente. Camisa y americanas negras, volvió a exhibir su habitual tono, grave y con cadencia, sin que nadie sospechase la de cosas que se pueden decir en diez minutos. Rufián volvía al ataque.
No salió Tardà, ni falta que hizo, porque Rufián se crece a su modo en la tribuna. Nada más encaramarse a ella saludó con mucha correción a sus señorías. “Presidenta, señorías, señor Rajoy, señor Rivera, señor candidato, señor Ibex”. Murmullos y miradas en las bancadas. Rajoy fruncía el ceño mientras Rufián, sin perder ni un minuto, aunque sin desperdiciarlo, sacaba un mapa de la península Ibérica. “Esto no es un desafío, esto son países diferentes que votan de manera diferente”. La presidencia tuvo que mandar callar a sus señorías en varias ocasiones. Se veía que Rufián se había estudiado la historia reciente de España, aunque no pudo evitar preguntarle a Rajoy varios asuntos. “Solo espero que después de esta intervención la caverna no me compare con todos los dictadores de la historia contemporánea europea. Con todos menos con Franco, de ese siempre se olvidan”.
Y desde ese momento, Rufián empezó con sus preguntas, al más puro estilo del mouriñismo. Por qué, por qué, por qué. Les había preparado un control sorpresa. “¿Por qué ustedes y el frente nacional naranja, Ciudadanos, consideran que el problema de la infancia en España, es que estudien catalán en Cataluña?”. Rufián proseguía con su alegato con el tono arrastrado, la lengua suelta y las miradas de la bancada fijas sobre su perilla. “¿Por qué para que los niños catalanes estudien inglés, que no me parece mal, tienen que hacer matemáticas en castellano? Se da cuenta de que son ustedes monolingües, que les dicen a bilingües, que tienen que ser trilingües?”.
Las redes celebraban la notable vuelta de Rufián, aclamado por todos en un gélido silencio ante un estilo que haría ensombrecer hasta al mismísimo Cicerón. “¿Por qué les molesta tanto una estelada en un balcón y tan poco que el carnicero de Badajoz, el general Yagüe, tenga barrios en su honor?”. En el hemiciclo, Rufián era el que menos entendía de todos. Las dudas se le acumulaban sobre el folio. Quedaba lo mejor en una breve jornada parlamentaria de trámite, en la que sus cuestiones, maceradas y razonadas durante semanas,sirvieron para dejar a todos los parlamentarios ojipláticos, más aun si cabe después del vodevil de esta semana. Pero, como decíamos, faltaba abordar el punto más importante de la tarde: los Simpsons. “¿Por qué un proceso constituyente es una deriva y que ustedes solo sean capaces de pactar con su marca blanca, esa especie de señor Smithers de la política española, es sentido de estado?”.
El alegato, entre susurros furtivos, miradas de reojo, chascarrillos de los parlamentarios y apelaciones al “Candy Crush” de Celia Villalobos -la cámara no la enfocó, pero su expresión debió ser notable-, terminó alargándose. Lo habitual en Rufián. La cadencia de su voz, con un eco ceremonioso como de ultratumba, lleno de la trascendencia propia de una "conjunción interplanetaria solo comparable al tratado de los Toros de Guisando", no pudo apagarse sin señalar a Sánchez antes de bajar del estrado. No pudo menos que apelar a Iglesias antes de esfumarse tan rápido -y despacio- como llegó. "¿Os imagináis un país con un PP residual? El país que imagináis ya existe y se llama Cataluña". Entretenida tarde.
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