El honor es un asunto muy serio en el boxeo. Cuando uno de los púgiles se va a la lona o su esquina entiende que no está en condiciones de seguir la pelea, el entrenador puede tirar la toalla al cuadrilátero. Es una señal de rendición que debe ser respetada. Mariano Rajoy tiró esta semana la toalla para aliviar el castigo a un PSOE noqueado por la intensidad de su guerra interna.
El presidente del Gobierno en funciones doctoró con sus palabras en Torremolinos una exitosa estrategia de comunicación basada en la contradicción aparente entre las voces de su partido y la suya propia. En el mundo anglosajón el spin doctoring (además de un grupo de música) es una forma de manipular a la opinión pública. Entre sus técnicas más habituales está el uso de eufemismos o la elaboración de un discurso que induzca a pensar algo que en realidad no es verdad. La fórmula, que funciona con cierto éxito para el PP desde el 26 de junio, convierte a Rajoy en un púgil honorable. Es como un luchador que desoye las voces que le aconsejan rematar a un contrario desorientado en la esquina. “No vamos a poner condiciones para que el PSOE se abstenga”, dijo.
El Estado ya trabaja
Dos días después de la caótica caída de Pedro Sánchez, es decir el lunes, la maquinaria del Estado se empezó a engrasar después de casi 300 días en reposo. Pero el PP aún tenía diseñada una última función, que según algunas voces respondió a un debate real en el seno del partido sobre la conveniencia o no de ir a terceras elecciones. Y que según otras fue sólo un teatrillo que llegó demasiado lejos. La realidad está más cerca de la segunda.
María Dolores de Cospedal, que no se prodiga en ruedas de prensa, compareció ante los medios el lunes en Toledo. Era la segunda semana consecutiva que lo hacía. La anterior fue para valorar el éxito de Feijóo en Galicia y los aceptables resultados de Alfonso Alonso en el País Vasco. Génova canceló la habitual rueda de prensa posterior al Comité de Dirección del lunes en la que el portavoz suele ser Pablo Casado. Y el PP remitió directamente a las declaraciones de Cospedal como posición oficial del partido tras el aquelarre socialista del fin de semana. No se podía edulcorar el mensaje.
El portavoz en el Parlamento, Rafael Hernando, uno de los clásicos polis malos del PP, exigió un día después “garantías” de estabilidad al PSOE. En un receso durante el pleno del Parlamento, otra vez Cospedal, relajada, se quedó a hablar fuera de micrófono con los periodistas que cubren habitualmente la información del PP para hacerles llegar un mensaje: la abstención del PSOE es como "esa boda a la que te invitan el día de antes. ¿Qué haces? No vas."
Por si los crochets de derecha no eran suficiente castigo, Podemos lanzó también otro poderoso gancho de izquierdas: si el PSOE facilita el gobierno de Rajoy, revisarían el sostén que dan a gobiernos autonómicos socialistas como los de Aragón, Baleares o Valencia. Palabras más, palabras menos, porque obviamente Iglesias no va a entregar ese poder al PP.
Rajoy se va a Torremolinos
Cuando el chicle era ya imposible de estirar y la prensa, alarmada en tertulias y portadas, hablaba el miércoles de unas terceras elecciones, Rajoy se apuntó a última hora a la inauguración del XII Congreso Jurídico de la Abogacía ICA-Málaga en Torremolinos. Hasta ese momento, el único acto que tenía su agenda era el sábado en Zaragoza, coincidiendo con el arranque de las Fiestas del Pilar.
Rajoy empezó el día con su clásico tuit (imagen incluida) haciendo deporte. Y no tardó en acercarse a los micrófonos. El presidente en funciones no dejó lugar a las dudas. No habrá condiciones a la abstención y no se machacará al PSOE hasta partirlo por la mitad. En la cuestión del divide y vencerás, los socialistas no necesitan ayuda. Un éxito de comunicación de manual, bien diseñado y perfectamente ejecutado. Rajoy es un líder magnánimo en la victoria, que evita la tentación de un resultado más contundente en las urnas por el bien del país.
No es la primera vez que el PP se apunta a esta estrategia, que ha resultado efectiva. Rajoy ha navegado estos meses en un eterno spin doctoring. Cuando en la primera ronda de consultas aceptó la nominación como candidato a la presidencia, lo primero que hizo fue bloquear el calendario asegurando que no estaba obligado a someterse a una votación de investidura. Al final fue Albert Rivera, tragando muchos sapos, el encargado de romper la cuerda.
La contradicción con Ciudadanos
Ciudadanos impuso seis condiciones al PP para negociar el 'sí'. Rajoy se dio una semana de plazo para pensarlo (en pleno puente festivo de agosto), reunió a su Ejecutiva y después dijo que no habían hablado de las condiciones. Tres días después mandó a Hernando a firmar las condiciones con Juan Carlos Girauta y puso fecha a la investidura. Las condiciones, por cierto, siguen en pie y Rivera y su equipo trabajan en distintas fórmulas para asegurarse de que se cumplen.
El gobierno es un hecho. El rey consultará a los partidos la semana del 17 de octubre. La investidura, a partir del 24 del mismo mes. Otra cosa es lo que dure la legislatura. Felipe VI podrá marcharse tranquilo a la Cumbre Iberoamericana de Cartagena de Indias, en la que el flamante Premio Nobel de la Paz, el presidente colombiano Juan Manuel Santos, es el anfitrión. La prueba del ocho es la ausencia de Pablo Iglesias el día de la Fiesta Nacional. Sin precampaña a la vista, el líder de Podemos no necesita la máscara socialdemócrata.
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