Fue el discurso más político y abierto de Felipe VI desde su proclamación como rey hace dos años y medio. También, el de mayor simbolismo institucional desde que su padre, Juan Carlos I, le entregó el testigo del trono de España. Era un acto solemne muy esperado: se ha demorado casi un año debido al bloqueo político. Tenía para él una gran carga emocional porque asistió con sus dos hijas, una de ellas la heredera de la Corona.
Y sin embargo, a la solemne apertura de la XII Legislatura en el Congreso de los Diputados, entre alfombras rojas, baldaquines y batallones de honor, fue también una dura experiencia: la de ver por primera vez, físicamente, cara a cara, a una Cámara fragmentada como nunca desde 1978 y en la que el 15% de sus miembros dan la espalda a la monarquía parlamentaria que él representa. En el hemiciclo había casi 700 personas entre diputados, senadores, presidentes autonómicos y autoridades, y apenas un centenar mostró su rechazo al modelo de jefatura del Estado que se dio España en la Transición.
Se trató de una minoría de izquierda (Unidos Podemos, Izquierda Unida, En Comú Podemo, En Marea) y nacionalista (vascos y catalanes) arrinconada por la ovación intencionada del resto de la Cámara tanto al principio como al final. Pero se dejó sentir como nunca antes a través de la indumentaria- Diego Cañamero lució una camiseta negra en la que llevaba estampado “Yo no voté a ningún rey”- de los gestos- quedarse sentados en los escaños, no aplaudir o manipular los móviles- y hasta con la exhibición de una bandera tricolor de la III República que llevó enrollada en su bolsillo Iñaki Bernal, senador de Izquierda Unida de Navarra.
ESTADO DE BIENESTAR
En su discurso de cinco folios, el más personal y el más parecido al que escribe la Casa del Rey para el mensaje de Nochebuena, Felipe VI hizo los deberes. Habló de los “pueblos de España”, de su diversidad cultural, de la necesidad de luchar por el Estado de Bienestar, por la cohesión social, por la regeneración moral y por los pactos y el diálogo. Teclas todas que podían agradar a esa minoría que permanecía sentada y de brazos caídos ante los reyes. Pero también defendió los logros de la Transición y la necesidad de obedecer las leyes del Estado.
A su lado, muy pendiente de las hijas, la reina Letizia, cuyo gesto adusto durante toda la ceremonia no pasó inadvertido a diputados y senadores. Tampoco a periodistas, que especularon sobre la seriedad extrema de la reina consorte como consecuencia de los gestos de esa minoría parlamentaria. Desde la Casa del Rey se quita hierro a la dura expresión facial de Letizia, que se atribuye a la “responsabilidad de la Corona en una acto de Estado de estas característas”. La reina estaba tensa y se le notaba. Para un diputado, se trató de “un comportamiento impropio”. Para otro, “algo normal en una situación así, más miedo escénico que otra cosa. No es agradable estar en un sitio con una bandera republicana delante de tus narices. El rey y sus hijas se comportan más natural porque están acostumbrados. Ella no”.
La tensión se disipa al final
El discurso, el de más calado político este año, pasó más inadvertido por el rechazo de esa minoría, por el rictus de la reina y por la falta pasión del rey a la hora de comunicar. La tensión se disipó al final cuando el rey advirtió a la presidenta del Congreso, Ana Pastor, que aún no había terminado. “Declaro abierta la duodécima legislatura”, fueron sus últimas palabras. Hubo entonces risas, algunas de alivio.
Así terminaron este jueves más de diez meses de limbo político que generaron “inquietud y malestar”, “desencanto” y “distanciamiento de nuestra vida política”, según el rey. A partir de ahora, y en lo mucho o poco que dure la legislatura, concluyó Felipe VI “ustedes, señoras y señores diputados, son la voz del pueblo. Y de su tarea diaria depende en gran medida el futuro de millones de españoles”.