El 24 de enero de 1977, Fernando Lerdo de Tejada vestía una chaqueta marrón con cuello de piel, 23 años y devoción por la ultraderecha. Hacia las 22:45 irrumpió en el número 55 de la calle Atocha junto a José Fernández Cerdá y Carlos García Juliá. Los tres armados, aunque él sin munición. No hubo balas para la pistola vieja de su padre, que encontró en casa.
Mientras los otros dos pistoleros pusieron contra la pared a los abogados laboralistas, Lerdo de Tejada empuñaba el arma en la puerta, garantizando la cobertura. Su función, procurar la salida. De repente los tiros. Cinco muertos y cuatro heridos. “Javier Sauquillo, Javier Benavides, Enrique Valdevira, Serafín Holgado, Ángel Rodríguez, Lola González, Luis Ramos, Miguel Sarabia. Hay que decirlos despacio, es como si pusieran armonía en el universo”, dice Alejandro Ruiz Huerta, superviviente aquel día, cuarenta años después. “Quisieron matarles a ellos y también a la democracia, pero consiguieron lo contrario, potenciar el ansia de libertad”, apostilla Paca Sauquillo, hermana de uno de los fallecidos.
Lerdo de Tejada, aquel chaval vinculado a la Falange y a Fuerza Nueva, descendiente de una familia latifundista de El Toboso (Toledo), fue detenido a mediados de marzo. En abril de 1979, dos años más tarde, le concedieron un permiso, cuando ni siquiera se había celebrado el juicio. Nunca regresó a la cárcel de Ciudad Real.
Cuatro décadas después sigue fugitivo, proscrito. Ni rastro, a pesar de que su delito ha prescrito y la orden de búsqueda y captura ya no existe. ¿Dónde está Lerdo de Tejada, aquel joven de ultraderecha, ahora -si vive- de 63 años, que cubrió las espaldas de los pistoleros de Atocha? Los últimos en encontrarlo fueron los reporteros de Interviú, en 1999. Fue en Chile, Pinochet al mando. Allí dijo que quizá viajara a Brasil.
Su hermano: "No sé si está vivo"
“No tengo nada que decir”, relata a EL ESPAÑOL uno de los hermanos de Fernando. “No le he vuelto a ver desde entonces, de verdad. No sé siquiera si está vivo”. Habla cansado, muchos años, muchas llamadas: “Qué voy a pensar. Aquello fue una barbaridad, un sinsentido”.
¿Puede haber vuelto a España? Su delito ha prescrito y no existe orden de busca y captura.
“Es que no he tenido contacto. Si está vivo, vete a saber qué tendrá en la cabeza. Él sabrá. Todo esto ha hecho mucho daño a la familia. Hemos intentado borrarlo, pero es imposible”.
Estas palabras contrastan con lo apuntado por algunos medios como El País en los últimos años, que apuntan a que Virginia, su madre, habló en varias ocasiones con Fernando.
Aquel día de 1977, según su declaración -los acusados admitieron el asesinato cometido-, se citó con Carlos García Juliá en un bar cerca de Goya. Su amigo le propuso dar un susto a Joaquín Navarro, líder sindicalista de Comisiones Obreras, que había buscado las cosquillas a los gerifaltes del régimen con una manifestación. “¿Dónde está el andaluz de las pecas?”, preguntaron los asesinos al llegar y no encontrarlo. Después fueron a la cafetería Nilo, en San Bernardino, donde se unió Cerrá.
Alrededor de las once, los disparos y la sangre. Después, vida normal. Ninguno de los tres huyó de Madrid hasta que les filtraron que podían estar en peligro. Ni siquiera se cubrieron las caras al invadir el despacho. Creyeron en la impunidad del 18 de julio de 1936, de la “cruzada”, por España, como si eso estuviera permitido, reflexionaron algunos.
El comisario encargado del caso, José María Callejas, destacó en la rueda de prensa en la que informó de las detenciones: “Parecía imposible que tras esa normalidad pudieran esconderse los autores de un asesinato así”.
"Les admira y hará lo que le pidan"
Los hermanos Martínez Reverte, que han reconstruido la matanza de Atocha en forma de libro, citan el informe psiquiátrico elaborado tras las detenciones: “Describe su inmadurez, su admiración y temor por el padre muerto, al que quiere emular. Es muy permeable a las doctrinas que puedan impartir los mayores, sobre todo ante una copa. Les admira y hará cualquier cosa que le pidan”.
“No recuerdo nada de este personaje, no me gusta hablar de los asesinos”, dice un Alejandro Ruiz Huerta que ya lo ha contado todo y que ha descubierto la placa homenaje este lunes a sus compañeros en el Colegio de Abogados con la voz quebrada y los ojos llorosos. “Nunca lo reconocí. Estaba escondido tras una mampara. Cuando la Policía nos enseñó las fotos, no lo señalé”, cuenta a este periódico.
A Lerdo de Tejada lo cogieron en Murcia, donde tuvo tiempo para asistir a un mitin de Blas Piñar, líder de Fuerza Nueva, última esperanza del falangismo. Según la agencia Cifra, el escolta de los asesinos de Atocha apuntó con una pistola a varios asistentes que no levantaron el brazo mientras se cantaba el Cara al sol. “La intervención de parte del público impidió que aquello pasara a mayores”.
"Somos los malos y los otros los buenos"
Detenidos los tres a mediados de marzo, esperaban entre rejas la celebración del juicio. Los entrevistó Rosa Montero, que apuntó sobre Lerdo de Tejada: “De buena familia. Se le nota en el aspecto. Rubito, finito, un poco con aire de niño de Serrano. Ahora que se ha dejado barba ha cambiado un poco, parece mayor que sus 24 años, pero aún así se le ve chico bien”.
“Aquí hay buenos y malos. Nosotros somos los malos y los otros los buenos. Mucho hablar de reconciliación, pero a la hora de la verdad, caray”, dijo con los cuerpos de los abogados de Atocha recién enterrados. El joven se describió a sí mismo: “Pero si yo no he dado nunca ningún espectáculo, ninguna pelea callejera. Me he pegado alguna vez en el colegio. Después de adulto un par de veces, pero violento no soy”.
Entonces llegó abril de 1979. El juez, Gómez Chaparro, concedió un permiso a Fernando Lerdo de Tejada. No lo comunicó a la fiscalía, tampoco a la acusación particular. Se especuló con la mediación de Blas Piñar, amigo de la familia, como ingrediente imprescindible para lograr el permiso. “Me parece indignante la actuación de Gómez Chaparro. No había matado a nadie. ¡Pero protegía la salida de dos asesinos con una pistola en la mano!”, asevera Ruiz Huerta.
"No se fugó, le abrieron la puerta"
Cristina Almeida, que participó en el caso como abogada, la primera en entrar al piso y recoger las balas, cuenta a este diario: “No se fugó, le abrieron la puerta. No se había celebrado el juicio y le concedieron un permiso para ir a una boda. Medió Blas Piñar. Las cosas se hacían así”.
Sobre el protagonismo de Piñar, escriben los Martínez Reverte en su libro: “Los Lerdo de Tejada son amigos personales desde siempre, desde que éste se instaló en Madrid como notario, en los 50. Cuando se casó un hermano, el sábado 22 de enero de 1977, dos días antes de los asesinatos de Atocha, Blas Piñar fue el padrino”.
El joven ultraderechista viajó otra vez a Murcia, donde fue detenido. Allí vivía uno de sus hermanos. Después, a Francia en coche. Le dieron dinero, documentación falsa y un billete a Sudamérica.
Penúltima entrevista. Toma notas Alfredo Semprún, de Blanco y Negro. “Me encuentro lejos, a salvo de esta pesadilla que para un hombre como yo, de derechas, español ciento por ciento, representa el encarcelamiento en cualquier centro español. Por otro lado, me oprime el alejamiento de España”, le dijo. Lerdo de Tejada reiteró su “inocencia”. “Cuando me llamaron para ir al despacho, no sabía lo que iba a ocurrir”.
Un encuentro casual
Semprún tuvo que declarar por aquel encuentro, que se fraguó en un pueblecito a 14 kilómetros de Perpignan. “Fue un encuentro casual”, dijo el periodista. A tenor de su versión, Lerdo de Tejada le abordó en una céntrica plaza y ofreció su historia. Su hijo, ahora subdirector en La Razón, lamenta no haber podido preguntar a su padre por este y tantos otros casos. Se fue de un infarto repentino, a principios de los 80.
1999. Interviú fue la última publicación en charlar con Lerdo de Tejada, más allá de los esporádicos y ocultos contactos que se atribuyen a su familia. La entrevista tuvo lugar en Chile. “Regresaré cuando no pueda resistir más sin ver a mi madre o si mi situación se regulariza mediante una amnistía”.
Han pasado 40 años de la matanza de Atocha. Treinta y ocho de su fuga. Fernando Lerdo de Tejada, a ojos de la gran pantalla, sigue siendo aquel joven de 23 años, chaqueta marrón y cuello de piel, que empuñó una pistola descargada para escoltar a los asesinos. Hoy es un hombre de 63 años. Quizá vuelva a España, donde ya puede caminar sin rendir cuentas a la Justicia.