Beatrice se ha refugiado en el porche de una agencia de viajes. Engrosa la manifestación desde la última fila. Se coloca donde el ruido todavía contagia, pero no asfixia. Delicada, a paso lento, ha decidido acostarse a la orilla del mar revuelto de las cacerolas que percuten contra la corrupción del PP. Casi un millar de personas chillan en Génova, "la cueva de Alí Baba": "¡Que se disuelvan y entreguen la pasta!".
Ha llegado cerca de las nueve, cuando la calle ruge desde hace una hora. Una sonda rodea la nariz de Beatrice, suficiente para que la multitud le abra paso casi a modo de calambre, generando el hueco para tantos imposible.
En una mano, la pequeña olla y el cucharón con el que la golpeará. Con la otra carga el aparato pesado y cuadratote que la nutre de oxígeno. De ahí sus pasitos cortos y el peligro de chocar.
Cuando por fin aparca bajo el letrero azul brillante, apoya la máquina en el suelo y se suma al cántico que toca, instrumento incluido. "Me llamo Beatrice", se presenta deslizando una "c" resbaladiza, que tiene más de "s".
"Soy argentina, tengo 78 años", responde a la curiosidad. Acepta las preguntas, aunque vira pronto hacia el motivo de la manifestación cuando alguien se interesa por su enfermedad. No quiere dar demasiados detalles. Toca lo que toca, echar al corrupto. "Bueno, sufro problemas respiratorios, eso es todo".
Mira entonces su proveedor de oxígeno, gris, envuelto en una bolsa oscura. Una luz verde parpadea, los números digitales ilustran la cuenta atrás. "Tengo para dos horas... En casa hay más". Quizá por eso no haya acudido desde el principio.
Beatrice pasea poco. Lo justo, algún recado, alguna quedada, "hoy la ocasión lo merecía". "Esto no puede seguir así, no aguantamos más, roban a mansalva. Los jubilados estamos mal y los jóvenes no tienen becas, pero ellos roban", se desquita con un hilillo de voz.
Dice haber venido "para cambiar algo, o por lo menos intentarlo". Le indigna la falta de ética, la ausencia de moral. Se expresa con calma, suena melodioso entre tanto insulto. Ni un solo taco. No compra la banda sonora de "cabrones, cabrones".
"El activismo es de familia, continúo la tradición"
Por la mañana ha llovido, pero el termómetro canta otra vez primavera. Ella sigue abrigada, gabardina y pañuelo de lunares. "Llegué a España en 1985. Ha pasado mucho tiempo... Ahora estoy jubilada, claro, antes teníamos un restaurante".
Beatrice se confiesa activista. "Sí, desde hace muchos años. Allí en Argentina, también. Es cosa de familia, siempre nos hemos movilizado, yo sólo continúo una tradición". Menciona las mareas blancas, el ruido de la calle tras el 11-M...
La corrupción de los gobiernos de Felipe González también le sulfuró, aunque la recuerda con menos pavor. "Creo que lo de ahora no se había dado nunca. Todo el mundo tan mal y no dejan de robar. Quizá me parezca peor lo de hoy porque entonces era una recién llegada y tenía menos información".
Beatrice se aleja del micrófono muy lento, lo más rápido que puede. Le espera bajo el porche su compañera de manifestación. Se adivina una sobrina, quizá una hija, acento argentino.
Queda algo más de una hora hasta que la Policía disuelva la cacerolada que clama por la dimisión de Rajoy y la disolución de un partido que "se ha convertido en una banda". Lo susurra Beatrice con su sonda, una pequeña olla y dos horas de oxígeno.