Rajoy hace llorar a las mocitas separatistas
En la pausa de la mañana, la mujer del tatuaje en el cuello a la que Junqueras buscó para besar cariñosamente cuando se anunció el receso, se derrumbó en el comedor de un restaurante cercano al Tribunal Supremo. Compartía mesa de menús (12€) junto a un hombre —pagó él— y otra mujer mientras comentaban en catalán lo que había pasado en la sala hasta el momento. "¿Qué tal?". Ella respondió tapándose la cara con las manos. Me pregunté si eso era bueno o malo para los intereses del Estado y supuse que íbamos ganando, la Constitución, quiero decir, cuando se limpió una lágrima con la servilleta de papel. Del procès al proceso, aunque no lo creyeran, había una frontera finísima, la misma distancia que existía entre la Diada en la amplia Diagonal y los pucheros bajo las luces fluorescentes del bareto madrileño.
Después entró Rajoy adelantándose a Cristóbal Montoro. Rajoy hace llorar a las mocitas separatistas. Con diligencia burócrata paseó por la sala moviendo los brazuelos asentando el modo Rajoy de estar en la vida: nunca pasan cosas demasiado importantes. Era la Historia la que volvía a visitarle pero no parecía preocuparle mucho. Mariano marianea. El juez Marchena tuvo que interrumpir varias veces su testimonio porque Homs no terminaba de encontrarse. La presencia del expresidente magnetizaba de ironías el lugar, relajando el ambiente unos grados. Los periodistas reían ante algunas de sus respuestas. Desde la primera fila de público los amigos y familiares de los procesados vapeaban cuchicheos, comentaban el chascarrillo de su afición por el Marca y meneaban la cabeza cada vez que recordaba la situación excepcional, el chorreo a la Ley, de aquellos días.
No tenía prisa el ya registrador. Quizá gobernó los días más determinantes de las últimas décadas y los recordó con pereza, acurrucado entre sus "francamente" y "mire". Su mejor momento fue cuando le pidieron que hiciera memoria sobre si alguna vez dijo, básicamente, que "el pueblo" era importante. "Claro, es la soberanía nacional", respondió. "Claro", volvió a decir la defensa. Así podrían haberse tirado varios años, sin entender el abogado, distraído con la trampita preparada para hacer ver que en España, alguna vez, fuimos sensibles con los deseos del pueblo, que abrochaba las tesis de la acusación. El juicio no terminó justo ahí porque ya había muchos compromisos a los que no se podía dejar tirados. Hubo un poco de lío con Urkullu, nada grave por ser Rajoy, que se defendió atacándose a sí mismo para salir, como siempre, indemne. En unas horas lo confirmará el lendakari.
A Ortega Smith se le veía con ganas cuando apareció Soraya: por fin tenía en frente al mito de la derechita cobarde. Sonrieron los dos. Cerca de Vox, se vio cómo el PP mutaba en partido no fascista para Cuixart —qué risueño— y compañía. Fue un espejismo, y en cuanto la mano derecha-derecha de Abascal finalizó su interrogatorio, los separatistas cayeron sobre Sáenz de Santamaría como si hubieran estado bailando alrededor de la hoguera nacionalista para espantarla cuando la sensación era justo la contraria, si danzaron en 2017 fue para invocarla. Soraya se le escurría a la defensa hasta que apareció el barco. ¿Cuánto daño le ha hecho Piolín a la imagen de la clase política española? Nunca lo sabremos.
Vi a la justicia avanzar milimétricamente durante la comparecencia de Artur Mas como un glaciar Ayudaba a espesar ese tono de voz engolado del que se debate entre dos lenguas. Los acusados miraban maravillados al separatista con mejor pelo de todo este asunto, alguno murmuró “contigo empezó todo”, y a punto estuvo de chocarle los cinco a la gang antes de sentarse. Ya me hubiera gustado un pecho contra pecho con Junqueras, escondido detrás de los abogados con Romeva.
El referéndum de Mas no sacó geos a las calles, pero gastó 5 millones de euros públicos. Mucho menos eficiente que Puigdemont. Tardà comprobó que la justicia es la caja de ecos de los hombres: irrumpió en la sala nuestro Depardieu como si acabara la hibernación. Llevaba bajo el brazo a la ujier. Efectivamente balbuceó. Arcadi lo comparó en los pasillos con un miura; siempre nos encontramos en los toros. El diputado de ERC, chapoteando en el castellano, dudó un segundo crítico antes de responder a Marchena en el que fue el instante crucial de la jornada: "soltero", dijo finalmente.
A la hora de Montoro y los CUP, en Serrano a nadie le parecía importar lo más mínimo qué sucedía sólo a varios centenares de metros. La vida continuaba apaciblemente. La voluntad de los pueblos, tan clara.