Tantos titulares ha alimentado esta semana Cayetana Álvarez de Toledo (Madrid, 1974), que los propios fontaneros del Partido Popular -por cuestiones de comodidad dialéctica y ahorro gramatical- han tenido que bautizarla “CAT”. El acrónimo coincide con la tierra donde brega electoralmente, impulsada por un afán casi “religioso”. El adjetivo lo emplean tanto un amigo suyo como un adversario. Afronta la misión, arguyen, con una “firmeza absoluta”.
El papel de Álvarez de Toledo en campaña trasciende a Cataluña. Pablo Casado la ha elegido como una suerte de mujer en pie de guerra. Debates, mítines, entrevistas, grescas tuiteras… Todo eso, agitado en la coctelera electoral, la ha convertido en un elemento de polarización mediática: a favor o en contra.
El fenómeno CAT apenas sorprende a políticos, periodistas o escritores. Tres círculos donde se ha desenvuelto con éxito desde que regresó a Madrid tras una infancia entre Londres y Buenos Aires, y una licenciatura en Oxford. Historiadora, discípula añorada de John Elliot, ha irrumpido en la sobremesa española aupada por la televisión y una política espectáculo que desdeña.
Tómese como prueba la cabalgata de 2016. Su hija de seis años le dijo: “Mamá, el traje del rey Gaspar no es de verdad”. Y ella escribió en Twitter: “No te lo perdonaré jamás, Manuela Carmena. Jamás”. Carne de viral, material de tertulia. Álvarez de Toledo, incrédula, contaba a sus amigos: “Periodistas que no me habían llamado en la vida, lo hacen ahora para preguntarme por esto”.
Pero ese “esto”, en campaña, es irrenunciable. Álvarez de Toledo es protagonista de la “civilización del espectáculo” que bautizó su amigo Vargas Llosa. Y así lo ha testado en los debates, donde su agresividad frente al separatismo la ha encumbrado como ídolo de unos y enemigo público de otros. El relato, en tiempos de Instagram, necesita un vídeo que lo apuntale. Ocurrió en la Universidad Autónoma de Barcelona. Los radicales intentaron callarla y ella, desde el peldaño más alto de la escalera, contestó a gritos. Los guardaespaldas se la llevaban, pero Álvarez de Toledo se volvía hacia los escrachadores.
Un periodista que trabajó con Cayetana Álvarez de Toledo en El Mundo la define así en contraposición a Federico Jiménez Losantos, que la fichó para sus tertulias de La Cope: “Él cree que la izquierda es mala intrínsecamente y pase lo que pase. Ella piensa lo mismo del nacionalismo. Con tal de combatirlo, será capaz de hacer lo que sea en términos políticos”.
¿"Pedagogía" o "pedantería"?
Dos excompañeros de trabajo -uno de ellos ya en los pasillos de Génova- la definen como “una polemista formidable” con una “alta capacidad para la confrontación”. “¿De verdad ustedes dicen ‘sí, sí, sí’ hasta el final?”, le dijo Álvarez de Toledo a Irene Montero cuando se debatía sobre las violaciones. “Repita conmigo (…) No se sabe la historia, aprenda”, espetó a la ministra de Hacienda. Esa forma de conducirse exaspera a la izquierda y gusta a Ciudadanos, su competidor más directo. “Creo que es pedante y genera una barrera con el votante. No tiene la misma capacidad de empatía que Inés Arrimadas. Transpira muchísimo elitismo”, critica un dirigente naranja.
Ese elitismo, entendiéndose tal y como lo define la Real Academia –“actitud proclive a los gustos y preferencias que se apartan de los del común”– es un hecho. Quedó prendada, mientras elaboró la tesis, del obispo y virrey de España Juan de Palafox. Marquesa de Casa Fuerte, estudió en colegios de alto standing antes de pasar por Oxford. De ahí que su formación, salvo rara vez, sea superior a la de sus adversarios. Arma de doble filo, teniendo en cuenta que la línea que separa la pedagogía de la pedantería es muy delgada. Un par de antiguos compañeros creen una virtud que “Cayetana haya vivido su aristocracia desde un punto de vista meritocrático, y no identitario”. "No otorga valor a los títulos nobiliarios, sino a la capacidad intelectual de cada uno", aseveran.
Educada a la manera anglosajona, no teme la exposición pública. Acento argentino y tono sosegado, le bastan pocas palabras para herir al contrario. Por eso el látigo. Ya en España, ha trabajado la interpretación con Albert Boadella.
Hugo Martínez Abarca, de Podemos, lo llama “altanería intelectual”. Dice que Santiago Abascal tira la cabra desde el campanario mientras Álvarez de Toledo “define con esdrújulas” su lanzamiento. Arcadi Espada, amigo de la perfilada, en cambio, explica que sus cualidades “ennoblecen la política”. “Nixon y Aznar nunca fueron hombres simpáticos. Además, ya lo decía mi añorado Ferlosio. Los simpáticos son temibles”. Un excompañero de periódico, sobre el debate de esta semana, incide: “Alguien le haría un favor explicándole que se puede discutir sin menospreciar al rival”. Espada rebate: “¿Queremos vendedores de coches usados?”.
Escribió Palafox: “Las personas se han de buscar para los puestos y no los puestos para las personas; mirando qué sujeto conviene a aquel reino, no qué reino le conviene a aquel sujeto”. Algo así, aunque de otra manera, relatan en la sala de operaciones del PP cuando se les pregunta por qué enviaron a Álvarez de Toledo a Barcelona. “A Messi tampoco le piden hablar catalán”, ironizó Pablo Casado.
Cuando CAT fue "militante no simpatizante" del PP
La legislatura entrante, si consigue obtener su escaño, supondrá la vuelta al Congreso de CAT, que abandonó la Cámara en 2015. “Ella no tenía la vocación de informar, sino de hacer política”, escenifica una excompañera suya. En 2006, fichó como jefa de gabinete de Ángel Acebes, entonces secretario general del PP. “Ella se interesó mucho por la lucha contra el terrorismo y los detalles de algunas leyes que aprobamos antes de que ganara Zapatero. Así la conocí”, saluda el que dirigió hasta tres ministerios distintos con José María Aznar.
“No ha cambiado mucho. No me sorprenden sus actuales intervenciones. Cuando empezamos a trabajar juntos, ya mostraba esos principios con firmeza. Tiene coraje para defenderlos, está dispuesta a pelearlos como sea. Pocas personas he conocido con ese carácter”, desgrana Acebes.
Tanto en aquella decisión como en su vuelta al ruedo político, Álvarez de Toledo ha mostrado una inclinación por el escenario más difícil. Tuvo la opción de presentarse por Madrid, pero no quiso. En 2006, abrazó el aznarismo cuando empezaba a imponerse la tecnocracia de Rajoy. “Es verdad, en ese apego por el reto cristaliza su sentido casi religioso del trabajo político”, reafirma Espada. Directora del área internacional de FAES durante una larga temporada, admiró a Aznar, al que convenció para que diera un mitin en Cataluña -no lo hacía desde hace 16 años-.
En 2008, sacó el escaño y lo revalidó en 2011. A partir de ahí comenzaron sus discrepancias con Rajoy, al que definió como un gestor olvidado de Cataluña. “Soy lo peor que se puede ser: una militante no simpatizante”, contó en una entrevista con este periódico. No rompió el carné, pero sí lo guardó en un cajón. Llegó a votar a Ciudadanos. Incluso se especuló con su fichaje por parte de los naranjas, pero aquello no cristalizó. Álvarez de Toledo comparte la misma teoría con Aznar: Rivera debió haber abandonado el centro en dirección al centro-derecha para convertirse en un “líder limpio y renovado”. “Confundió el centro con la equidistancia”, mencionó en la citada entrevista. “El PP ya no tiene utilidad social”, zanjó.
Durante su travesía por el desierto, nunca ocultó su deseo de volver a la política. Para matar el síndrome de abstinencia, fundó la plataforma Libres e Iguales, que unió a intelectuales de todo el espectro político en la lucha contra el nacionalismo.
Muerto Rajoy y resucitado Aznar como referente histórico del partido, Cayetana Álvarez de Toledo volvió a coquetear con el PP. Casado le profesa profunda admiración. Ella creía que el asesinato de la tecnocracia por parte de los conservadores atraería a los huidos en dirección a Vox. “¿Por qué no se disuelven si Rajoy no está?”, ha llegado a inquirir. No obstante, Álvarez de Toledo definió a los de Abascal en público como “nacionalistas”, lo que turbó a algunos de sus ahora compañeros.
Etiquetada con profusión tras sus últimas intervenciones, Cayetana Álvarez de Toledo afrontará una de las misiones más difíciles de los populares: no desaparecer en Cataluña. “Le costó decir sí. Antes de decidirse es muy dubitativa, pero una vez accede no hay quien la baje del burro”, concluye un compañero suyo.