María Chivite debe decidir el prefijo de los telefonazos incómodos: el "91" de Madrid o el "948" de Navarra. Su postura le obligará a buscar un extintor en Ferraz o en el Paseo de Sarasate pamplonés. Sabe que su decisión avivará el fuego en una u otra sede. Si intenta alzarse presidenta de la Comunidad foral con el apoyo -explícito o implícito- de EH Bildu, Pedro Sánchez enmendará al PSN tal y como lo hizo Zapatero en 2008. Si se abstiene y permite el gobierno de Navarra Suma, enfurecerá a sus compañeros y a las bases.
Chivite es la baronesa en la calle Salsipuedes, situada a orillas de la catedral de Pamplona. Un callejón que no admite salida, una recta que cierra un convento con fachada de piedra. Cualquiera de los dos pasos la convertiría en un "cadáver político", apunta un reconocido exdirigente socialista navarro.
Ferraz ya le ha trasladado que no aceptará el coqueteo con los abertzales. "Siempre que una federación echa un pulso a la dirección nacional, pierde", relata esta fuente. A los hechos se remite: el "agostazo" de 2007 y la moción abortada de 2014. Ambos casos relacionan la ambición de poder de los socialistas navarros con el nacionalismo.
De momento, Chivite huye hacia delante. Ha estrenado su ronda de consultas con las "fuerzas progresistas". La primera toma de contacto ha sido con Uxue Barkos, rectora de Geroa Bai -nacionalismo peneuvista-. La todavía presidenta en funciones ha reiterado que no alberga problema en apuntalar a la baronesa. Y ella se muestra "satisfecha".
En caso de que Chivite acuñe una coincidencia programática con I-E -sucursal de Izquierda Unida- y Podemos, necesitará a EH Bildu, cuyos dirigentes han aclarado que cobrarán peaje. Quieren foto, negociaciones y rédito. Otra vez Salsipuedes.
La estrategia de Chivite
La estrategia con la que la candidata navarra pretende seducir a Pedro Sánchez es ésta: presentarse a la investidura con el apoyo de los partidos mencionados y poner a los abertzales en un brete. "O nosotros o la derecha". Pero EH Bildu, en boca de su líder, Bakartxo Ruiz, no se amilana ante el órdago: "Tenemos que ser un interlocutor".
Chivite aireó el argumento que circunscribe su táctica en un corrillo de periodistas la semana pasada: "Que no, que no le vamos a dar nuestros votos a la derecha. No lo vamos a hacer. El no es no".
Si Chivite, en cambio, se pliega a lo que le exige Ferraz, se toparía con la oposición de la Ejecutiva del PSN, que la respalda y la empuja hacia la presidencia. Igual que las bases. Si los socialistas navarros tocaran poder, volverían a repartir cargos por primera vez desde 2012, cuando se rompió su Ejecutivo de coalición con UPN.
La abstención en favor de Navarra Suma mantendría con vida a Chivite en el organigrama del PSOE, pero se antojaría prácticamente imposible que repitiera como candidata en las próximas elecciones forales, teniendo en cuenta la decepción que el gesto desataría entre sus compañeros y una parte de su electorado.
Un antiguo compañero de Chivite, en conversación con este diario, reconoce las dudas que le genera el desafío: "Es lo suficientemente lista como para no enfrentarse a Sánchez, pero también es tan cabezona como para intentar conseguir su objetivo hasta el final".
La calle Salsipuedes acabó por engullir las expectativas de Fernando Puras y Roberto Jiménez, los homólogos de la baronesa cuando el PSN mantuvo sus dos últimas grandes disputas con Ferraz a costa del nacionalismo.
El primero pactó con Nafarroa Bai -ahora Geroa- y las izquierdas para presidir Navarra. Zapatero le dijo que no y amenazó con una gestora. Puras acató, mostró su disconformidad y después dimitió. Fue en 2007.
El segundo, en 2014, impulsó una moción de censura contra el Gobierno de Yolanda Barcina. La aritmética obligaba, como ahora, la colaboración de EH Bildu. Rubalcaba se opuso. Jiménez aceptó, no se enfrentó al aparato y se le dio una secretaría en la Ejecutiva nacional.