El representante del partido de centro no puede compartir habitación con ninguno de sus adversarios políticos. Los portazos ideológicos -al independentismo que desencadenó el nacimiento de Ciudadanos, a Podemos y a la "extrema derecha"-, combinados con los estratégicos -nada de fotos con Sánchez ni con Casado-, han convertido a Albert Rivera en un líder encastillado.
El aislamiento de Rivera se asienta en este andamiaje de "noes": Vox, PSOE, PP, Podemos y nacionalistas. Y en una ostensible menor exposición mediática. Su primera respuesta a los periodistas tras la crisis interna -dimisión de Toni Roldán de por medio- fue un canutazo en los pasillos del Congreso con motivo de un acto institucional en relación a Navarra. Días antes, en una arenga a los suyos, invitó a los críticos a "fundar otro partido". Nunca había sucedido.
No se trata de los pactos, sino de la estrategia comunicativa. El Albert Rivera que mantuvo un sosegado -¡y discrepante!- debate con Pablo Iglesias en el bar del Tío Cuco no se planteaba firmar con Podemos. Aquel político poco tiene que ver con el que evita la foto con Pablo Casado a pesar de engrosar una misma coalición electoral: Navarra Suma. O con el que ordena definir como "un café" la reunión de cinco horas con Vox en Murcia.
Sería un "error" -relatan a este diario dirigentes de Ciudadanos críticos y afines- circunscribir el cambio de Rivera a la investidura de Sánchez. El grueso de los liberales -sólo cuatro apostaron en la Ejecutiva por permitirla- insiste en que no se puede pactar con el presidente socialista. Además, los que se abstuvieron en aquella reunión lo hicieron por considerar innecesario el debate en ese momento.
Fuentes de la dirección muy cercanas a Rivera detallan que la relación del líder de Ciudadanos con sus compañeros se reduce "cada vez más" a su "núcleo duro". Un grupo que ha variado sobremanera desde el "Pacto del abrazo" hasta hoy. Los Luis Garicano, Toni Roldán, Marta Martín y Paco de la Torre han sido sustituidos por Fernando de Páramo, José María Espejo o Carlos Cuadrado. Se mantiene en liza el sempiterno Villegas.
Las líneas naranjas
El propio Garicano reconoció en Antena 3 que la tradición que venía manteniendo de comer con Rivera ha dejado de existir. "Espero que la retomemos", zanjó. Una escena asimilable a quienes perdieron su influencia en el rumbo de la organización.
El último ha sido Xavier Pericay, fundador e ideólogo de Ciudadanos, al pie del cañón hasta este fin de semana, a diferencia de aquellos que, junto a él, lanzaron el proyecto. Hace mucho que Rivera rompió con los Félix de Azúa, Arcadi Espada o Francesc de Carreras, que en los inicios trataron de aconsejarle lecturas y orientarle intelectualmente.
El recién dimitido escritor balear, experto en temas educativos, se mantenía como un faro de costa para muchos compañeros, a pesar de que Rivera lo había relegado a mero símbolo. En conversación con este diario, el propio Pericay también detecta "una mala gestión de la discrepancia" interna. Otro dirigente que deja entrever su inquietud por el aislamiento del líder.
Algunos de los políticos que auspiciaron el boom nacional de Ciudadanos coinciden en situar el "golpe de Cataluña" como la circunstancia que selló progresivamente el cambio de esfera de Rivera.
A esta lista de consejeros se unen dos de los últimos fichajes: Pablo Pombo -exasesor del PSOE anterior a Sánchez- y "Rafa el de las encuestas". Un escritor de discursos y un experto demoscópico que insuflan al líder liberal los datos que justifican la estrategia del "no" absoluto a Ferraz. Comenzaron influyendo en las andaluzas y alcanzaron el culmen en las generales. Incluso jugaron un papel importante en la preparación de los debates televisivos -sobre todo Pombo-.
"En Ciudadanos existen las líneas rojas, pero también las naranjas. Éstas últimas no se pueden traspasar. Sánchez lo ha hecho. Por eso todo intento de resucitar la relación es imposible", desgrana un miembro del núcleo duro de Rivera. Dos dirigentes autonómicos -no catalanes- detectan una "contaminación" de las decisiones que no tienen que ver con el secesionismo: "Les comprendemos, es tremendo lo que han vivido allí, pero eso no puede condicionar absolutamente todas las políticas". Ahí quedan la descripción de Ángel Gabilondo como un "radical" o la exigencia de aplicar el 155 a los alcaldables socialistas en los campos de Castilla.
Uno de los daños colaterales, comentan en privado algunos responsables de Ciudadanos, es el "exceso de exposición de Inés Arrimadas", que en las últimas semanas ha tenido que tragar con "errores ajenos": "A ella no le tocaba. Corremos el peligro de quemarla".
Rivera, cuentan sus asesores, trabaja convencido de que el pronunciado enfrentamiento con Sánchez -ideológico y en las formas- les sigue reportando votantes: "Es una posición democrática, cumplimos con lo dicho en campaña". "Cuanto más remamos en esa dirección, más crecemos", confiesa alguien que le aconseja en este sentido.
La tesis alternativa, encabezada por Garicano, apuesta por presionar a Sánchez con medidas centristas concretas para que, al rechazarlas, el votante perciba que realmente es el presidente en funciones quien "se ha alejado del constitucionalismo".
"Un problema de comunicación"
Son cada vez más quienes temen "un grave problema de comunicación". "Nosotros no queremos abstenernos, creemos estar cumpliendo nuestro guion... Pero, ¿y si se está cumpliendo el de Sánchez?", relatan tres destacados miembros de Ciudadanos.
"Queremos ser una alternativa de gobierno, no una bisagra simpática. Esta postura frente a Sánchez es la más lenta, pero la más eficaz. ¿Sabes qué pasa? Cuando lo hacemos mal, somos portada mundial; pero cuando lo hacemos bien, nadie se entera", avisa un político de la formación. Según ha testado este diario, crecen los descontentos con la estrategia comunicativa confeccionada por Fernando de Páramo, hombre de confianza de Rivera recién llegado a Madrid desde el Parlament.
Por tanto, el reto que afronta Ciudadanos no tiene que ver con la tan mentada divergencia entre pactar o no con Sánchez -apenas existe tal disputa-, sino en la forma de atravesar el camino hasta que se constituya el Gobierno.
"Corremos el riesgo de que la opinión pública nos perciba como el partido del 'no'. Sánchez va de bueno, y no lo es, pero está consiguiendo parecerlo", aporta un dirigente liberal. "Si seguimos vertiendo mensajes enlatados y carecemos de empatía, el votante nos deshumanizará", declara otro.
Las aguas revueltas que corren por Alcalá, 253 cogen fuerza cuando se trata de la forma, más que del fondo. Los discrepantes, entonces, apuntan a esa escena surrealista: el líder de Navarra Suma -¡grupo parlamentario que, en la Comunidad Foral, integra a PP y Ciudadanos!- tuvo que firmar por separado con Casado y Rivera porque este último no quiso posar de manera conjunta. El partido que más ha enfatizado la importancia de lo programático exigía reuniones paralelas para sellar exactamente el mismo documento.
También deslizan la incredulidad que les inspiró el modo en que se explicó la reunión de cinco horas con Vox en Murcia -y también los careos a nivel nacional-: "¿Cómo se le puede llamar café a eso? ¿Por qué no normalizar el encuentro y contar que, efectivamente, se les reiteró que no acordaríamos con ellos?".
El aislamiento de Rivera -coincide un buen número de dirigentes de Ciudadanos- "ensombrece" el carácter centrista del proyecto. Y lo que es peor: "aporta argumentos" al ataque de sus contrarios.