A medida que me van cayendo los años encima voy siendo más y más consciente de lo insuficiente que resulta analizar los grandes debates ideológicos de nuestro tiempo en términos exclusivamente políticos y no científicos. Quiero decir, que leo a Narciso Michavila o a Ignacio Varela y comprendo qué ocurrirá en las elecciones de noviembre. Pero leo a Steven Pinker o a Jonathan Haidt y comprendo qué ocurrirá el próximo siglo.
El último libro de Haidt, La mente de los justos, es especialmente iluminador acerca de las grandes batallas culturales del siglo XXI. Ya saben, feminismo de género y políticas de la identidad, esos nacionalismos de la entrepierna.
En La mente de los justos, Haidt habla de los seis fundamentos de la moral humana. Esos seis fundamentos son herederos de lo que Haidt llama "detonadores relevantes para la supervivencia". El ejemplo que cita Haidt es el de las serpientes. Si le tenemos un miedo instintivo a las serpientes es porque ese miedo supuso una ventaja evolutiva para nuestros antepasados por razones obvias.
El primero de los seis fundamentos de la moralidad humana citados por Haidt es el del cuidado y el daño. Hace decenas de miles de años, ese detonador impedía que nos comiéramos a nuestras crías o las abandonáramos a la intemperie. Actualmente, ese detonador ha evolucionado hasta incluir, por ejemplo, a los animales.
La diferencia entre detonador original y detonador actual es muy relevante de cara a lo que intento explicar en este artículo. Para modificar el detonador original, es decir para forzar la evolución del ser humano actual hasta que este llegara a odiar a sus crías, harían falta decenas de miles de años. Para modificar un detonador actual, como por ejemplo el rechazo a la caza del zorro, sólo hacen falta unas pocas generaciones.
El hecho de que otras culturas no tengan la misma sensibilidad con los animales que la occidental es prueba de ello. Todos los seres humanos, pertenezcan a la cultura a la que pertenezcan, protegen a sus crías hasta la muerte. Pero no todas protegen a sus animales como lo hacemos nosotros.
Dicho de otra manera. El detonador original está grabado a fuego en nuestra genética. El detonador actual suele ser un producto cultural. Esto es lo primero que no ha entendido la izquierda, que pretende modificar la naturaleza humana básica a base de adoctrinamiento ideológico sin entender la diferencia entre los cimientos y las ventanas del edificio.
El segundo de los fundamentos morales citados por Haidt es la equidad y el engaño. Rechazamos al gorrón porque nos perjudica individual y grupalmente. El tercero es la lealtad y la traición. Sin la lealtad, habríamos sido incapaces de forjar alianzas que nos permitieran superar los estadios más primitivos de la evolución.
El cuarto fundamento es la autoridad y la subversión. Sin respeto a las jerarquías, es decir a la seguridad de un orden previsible y al que todos puedan atenerse, la cohesión social se iría al garete. El quinto es la santidad y la degradación, cuyo objetivo original era evitar la contaminación provocada por los alimentos en mal estado. Hoy en día, el detonador de la santidad ha evolucionado hasta incluir tabúes emocionales como los de la religión y la política.
El sexto es el detonador de la libertad y la opresión, que la izquierda interpreta como igualitarismo –que no es lo mismo que igualdad- y que la derecha interpreta como libertad en sentido estricto. Es decir, como libertad personal frente al Estado o frente a otras personas que intenten limitar esa libertad sin un buen motivo para ello.
Según los estudios de Haidt, las personas de izquierdas se sienten fuertemente condicionadas por tres de esos fundamentos morales: el del cuidado, el de la equidad y el de la libertad, interpretada como igualitarismo. Las personas de derechas, sin embargo, se sienten condicionadas por los seis fundamentos morales en la misma medida.
No es una conclusión sorprendente. La virtud de Haidt ha consistido en sistematizar la evidencia. Pero todos hemos llegado a la misma conclusión, de forma instintiva, debatiendo en las redes sociales acerca, por ejemplo, del Open Arms.
¿Han sentido durante los últimos días la desesperación de hablar con alguien que se guía únicamente por el hipersentimentalismo de la compasión y que no parece comprender factores morales que a ustedes les parecen meridianamente obvios? ¿Que ridiculiza como "insensibles" o "crueles" dudas perfectamente razonables acerca de la bondad de un rescate cuyas repercusiones van mucho más allá del simplismo de la ayuda a un náufrago?
Ahora ya sabe que su interlocutor no es malvado, o demagógico, o malvado. Lisa y llanamente, es inferior moralmente.