Gabino Abánades (Guadalajara, 1946) no había cumplido los treinta aquel día de 1975. En calidad de enterrador de Francisco Franco, el régimen le encargó que calculara cuánto tiempo iba a tardar la comitiva en recorrer la distancia que separaba el coche de la sepultura. Acompañado de sus operarios, hizo el camino tres veces: "Doce minutos".
El autoproclamado Caudillo fue embalsamado antes de ser inhumado. Por eso, pronostica Abánades, el esqueleto de Franco verá la luz "bien armado", como una especie de "momia" del antiguo Egipto: "El reglamento de sanidad mortuoria obliga a cambiar el féretro cuando el lugar de destino está fuera del cementerio de origen".
Los restos del dictador, por tanto, volverán al exterior. "Estará en buenas condiciones porque allí la temperatura es constante. No aprieta el frío ni el calor. Ojo, no será reconocible, pero sí se mantendrá la estructura ósea".
Ahora, cuarenta y cuatro años después, el principal obstáculo a la exhumación es la licencia de obras, ya concedida por el Ayuntamiento de San Lorenzo de El Escorial, pero suspendida cautelarmente por un juez. "Sinceramente, no creo que sea una operación demasiado complicada. Es una lápida a ras de suelo... No hace falta desarrollar una obra que afecte a la infraestructura", arguye el otrora encargado general de los camposantos de Madrid.
Licencia de obras
Para paralizar esa concesión, el magistrado Yusti Bastarreche tuvo en cuenta un informe de los Franco, que alegaba problemas de inseguridad en los trabajos. Pablo Linares, presidente de la asociación para la defensa del Valle de los Caídos, cuenta a este periódico que la dificultad está relacionada con las tuberías y conductos de aire que recorren las tripas de la Basílica: "Ya en su día, justo antes del entierro, se hizo un desvío para evitar problemas".
Abánades, inhumador del entonces jefe del Estado, no percibe demasiadas complicaciones: "Es una sepultura bajo rasante. Se quita la losa, que es muy pesada, y se extrae. Nada más".
Además, en el procedimiento del Tribunal Supremo sobre la inhumación, consta un informe del Instituto de Ciencias de la Construcción del CSIC, elaborado a petición de Patrimonio Nacional, que se enviará al Juzgado de lo Contencioso-Administrativo. En él se asegura que "no existe ninguna cripta ni instalación por debajo de la cota de apoyo de la sepultura". La inhumación "cumple los requisitos para garantizar la seguridad de los bienes y las personas", concluye el dictamen aportado por la Administración.
Franco, más allá de una conversación con el arquitecto del mausoleo que recogen algunos historiadores, nunca mostró su voluntad de ser enterrado en Cuelgamuros. El dictador no abordó la inhumación en su testamento. Más indicios existen, en cambio, de que hubiera visto con mejores ojos ser trasladado al cementerio de Mingorrubio, donde yace su esposa, Carmen Polo.
El entierro de 1975 fue, indica Linares, casi improvisado: "Ya hemos hablado del desvío de los conductos de aire y calefacción. Es la prueba de que no se había previsto otra sepultura en el altar mayor, además de la de Primo de Rivera".
Linares cree que todavía existen posibilidades de que la exhumación no se produzca. Abánades piensa distinto: "Si hay una orden judicial del Supremo, lo lógico es que se cumpla".
El enterrador de Franco, ahora convertido en mediático alcalde alcarreño, confiesa que no se puso nervioso aquel día de 1975: "Cuando uno es profesional, está centrado en el hecho. Me dio la orden del Ayuntamiento de Madrid. Fue más sencillo de lo que parece. Cuando llegó el féretro, nosotros ya estábamos allí. Preparamos los tiros, el cajón descendió y... ya está, se puso la lápida".