A Juan Carlos Bermejo sus amigos le llaman el "jinete". Y ahora pretende cabalgar sobre el apocalipsis de Ciudadanos. Este ingeniero vallecano dedicado a la venta de sistemas informáticos es el militante díscolo más conocido de la formación liberal. El eterno aspirante. Albert Rivera le goleó en unas primarias. También Ignacio Aguado. Y quiere que a la tercera vaya la vencida... para dejar de ser vencido.
Según ha trasladado a los medios de comunicación, volverá a lanzarse a las urnas salvo que Inés Arrimadas cumpla una serie de condiciones: "Debería reconocer el error estratégico, refundar el partido, regresar al centro... ¡Cambiar de alma!". Y Bermejo, entusiasta, pretende ser su exorcista. La quiere de presidenta, pero sólo si transige con ese contrato. En ese ejercicio de brujería, cambiaría el naranja corporativo por el blanco... ¡y hasta recuperaría el apóstrofe de C's!
La agenda de Bermejo vale su peso en oro. Antes le enviaba whatsapps a Rivera. Ahora se los lanza a Arrimadas. Aunque no obtiene respuesta, dice que sale "el tic azul". Ha propuesto una comida a la actual portavoz en el Congreso para alcanzar un pacto. "Si esto no fructifica, me tendrá enfrente", relata. Bermejo no se rinde. Bermejo redacta. Pero Bermejo, como el coronel de García Márquez, "no tiene quien le escriba".
Si de Bermejo dependiera, en la Ejecutiva de Ciudadanos no quedaría ni el apuntador. Quiere someter al partido a una especie de Alfonso Guerra. En caso de ser nombrado míster, la alineación no la reconocería "ni la madre que la parió". Sólo libraría de la quema a Luis Garicano y Edmundo Bal. "Todos los demás fuera", se desquita.
Hace meses, en algunos corrillos periodísticos se empezó a conocer a Bermejo y los suyos como "la disidencia en pelotas". Una de las últimas ruedas de prensa de estos críticos fue celebrada en un extraño salón repleto de desnudos pictóricos. Allí se hablaba de las primarias, pero los números se cruzaban con pechos y nalgas. No fue cosa de Bermejo, él ni siquiera estuvo, pero aquel club del barrio Salamanca acogía, ese día, la descarnada exposición.
Bermejo habla claro. Arriesga con los símiles. Probablemente demasiado. Para exigir la dimisión de Villegas, De Páramo y Fran Hervías recurre al búnker de Hitler. Señala aquella escena de El hundimiento, la película protagonizada por Bruno Ganz. El Führrer -en este caso Rivera- apremia a la batalla. Sus lugartenientes -los tres dirigentes mencionados- saben que no hay nada que hacer, pero callan.
-Oiga, señor Bermejo, ¿de verdad se puede publicar esa comparación o la comentaba en privado?
-Por supuesto que se puede. Yo hablo claro.
Parece que al "jinete" le gustan las metáforas históricas. Habla de un sistema de primarias "bonapartista" y concibe que la actual sede, si el partido sigue transitando el mismo sendero, "se convertirá en el Valle de los Caídos".
Bermejo, precisamente, propone la modificación del sistema de primarias de cara a la próxima asamblea extraordinaria. Considera una estafa las últimas citas y detecta "manipulaciones" por parte del "aparato".
Aunque señala a Arrimadas como "responsable directa" de la tragedia electoral, se pliega a su liderazgo: "Es la única capaz de sacar esto adelante". Él la hubiera colocado como candidata ya el pasado 28 de abril: "Habríamos ganado las elecciones". Pero para apoyarla Bermejo quiere tratos y no trucos.
Como el último mohicano, sólo ve "sedes devastadas y agrupaciones en ruinas". Asegura liderar un ejército de 3.200 "militantes descontentos" para combatir en caso de que fuera necesario.
Y parece que Bermejo volverá al ring de sus últimas derrotas. Incansable, inconformista. Él, con los diez escaños de Ciudadanos, diría "sí" a un gobierno de PSOE y Podemos si eso blindará al Ejecutivo de las influencias separatistas. El pacto con Arrimadas, por tanto, se antoja imposible. El "jinete" cabalga de nuevo.