El presidente del Gobierno huye hacia delante y con el acelerador a fondo. No queda un solo socio parlamentario de los que le dieron la investidura que no haya vivido ya en carne propia las consecuencias de la capacidad de Pedro Sánchez para encamarse con quien le daba insomnio (y viceversa).
Y a día de hoy, echando cuentas, Moncloa no ve cómo podría sacar una sexta prórroga del estado de alarma, aun con el apoyo de Ciudadanos. Al menos, sin desangrarse en negociaciones de alto precio que le gasten todas las balas de una vez.
"Nuestro depósito de confianza ya está en la reserva", advirtió Andoni Ortuzar el pasado fin de semana. El PNV pasó de "sorprendido" el miércoles por la noche, al conocer el pacto de PSOE y Podemos con Bildu, a hacerse el muy ofendido pasados los días.
Lejos de ir atemperando los ánimos, en vistas de mantener la colaboración, el lehendakari se presentó el domingo a la undécima videconferencia con el órdago en la mano: presidente, acabe con estas citas semanales, son inútiles. Sánchez hubo de claudicar, y prometió que les echaría el cierre al culminar la desescalada.
Hasta ocho volantazos
Pero es que la desescalada, que hasta el sábado debía ser "prudente y sensata" parece haberse convertido ahora en un trámite, a tenor de los ocho volantazos dados por Moncloa en pocos días: Vuelve el fútbol, reserven sus vacaciones, salimos más fuertes, levantamos las cuarentenas, ¿dos semanas por Fase? eso ya no es una premisa, lo estamos estudiando...
¿Por que ahora queremos periodistas en la sala de prensa de Presidencia? ¿No era que hacía falta un mes de estado de alarma? Sin embargo, ahora el mismo Ejecutivo pone en duda "la conveniencia" de una sexta prórroga después de que la quinta se le quedara en la mitad ¿Qué ha pasado, incluso, para que el lunes haya 2.000 muertos menos en la contabilidad oficial que los que había el domingo?
Este periódico ha podido saber que en las filas moradas del Gobierno andan alucinando con el viraje de 180 grados de la estrategia de Sánchez. Desde la firma de la coalición, el día del abrazo entre Sánchez y Pablo Iglesias, el líder de Podemos vive un idilio con el socialista. Pero sabe -por experiencia propia- que la palabra del presidente dura lo que sus conveniencias inmediatas. Dos horas, por ejemplo, este miércoles.
Aprovechar mientras pueda
Hasta ahora, el vicepresidente ha podido aprovecharlo en provecho propio: por ejemplo, en el pacto con Bildu.
El documento que firmaron Mertxe Aizpurua, Adriana Lastra y Pablo Echenique se fue a las posiciones electorales de los morados, sobrepasando lo acordado el día del abrazo respecto a la reforma laboral a base de estirar la angustia del PSOE por asegurar votos para la alarma.
Iglesias es consciente de que puede llegar el día en que él sea el lastre del que considere Sánchez que debe deshacerse. Y de ahí la preocupación ante cualquier paso en falso en la transición.
Aunque oficialmente los ministerios de su ala en el Gobierno se niegan a hacer declaraciones, algunos miembros de Unidas Podemos con más altos cargos en el gabinete se han confesado incluso asustados por que la imagen que llegue a la ciudadanía sea la de que ya ha llegado "la nueva normalidad". O peor, la "normalidad total".
Otras fuentes del Ejecutivo llaman la atención sobre el eslogan que desde este fin de semana llena las notas oficiales y que este lunes reproducían las portadas de los periódicos de papel: "Ni salimos, porque más de media España acaba de estrenar la Fase 1, ni desde luego lo hacemos más fuertes...".
Pero desde la Secretaría de Estado de Comunicación se refuerza el tono positivo que lució el presidente el sábado en su comparecencia televisiva y el mensaje optimista que transmitió el domingo a los líderes autonómicos: "Algunas regiones saldrán del estado de alarma en días", anticipó Sánchez.
La realidad es que hasta Joan Baldoví, de Compromís, el socio más fiel del PSOE en el Congreso, votó no el último miércoles, harto de que el reparto de los 16.000 millones para las CCAA no atienda a sus parámetros. Que Esquerra lleva dos prórrogas votando en contra, y Gabriel Rufián anticipando que "el espíritu de la investidura se va por el sumidero". Y que JxCat nunca se fio y, aunque se avino a negociar por primera vez la semana pasada, no halló avances en sus reivindicaciones soberanistas...
La "metedura de pata"
Las que sí que encontró la coalición heredera de Batasuna, que no sólo pilló lo de la "derogación íntegra de la reforma laboral", sino una posición de ventaja para País Vasco y Navarra en la negociación del déficit rompiendo la igualdad entre regiones. Y que la firma de Lastra junto a la de Aizpurua mientras Bildu jaleaba las manifestaciones a favor del etarra que asesinó a su concejal Tomás Caballero, asegura el paso de Navarra + de la abstención al voto negativo.
Otras fuentes del Gobierno excusan la "metedura de pata" del documento negociado por Lastra en que no terminaba de fiarse de los votos de Ciudadanos: "Pasó lo de De Quinto y la diputada María Muñoz andaba también enredando con declaraciones... a lo mejor, no teníamos los 10 votos". Además, claro, del fervor izquierdista de la portavoz socialista y de que "alguien no cotejó las cosas llevando el papel a las mesas que tocaba". Antes firmar, se entiende, para no tener que rectificar en apenas dos horas.
Y con esto volvemos al inicio de este artículo, al ataque de cuernos del PNV. Las cuentas empiezan a no salirle a Sánchez, con tanto socio desengañado y la llave en manos de los nacionalistas vascos, que ya han olisqueado la traición de quien es su compañero en el Gobierno vasco. Urkullu gobierna la región en coalición con el PSOE, pero uno de los objetivos confesos del acuerdo con Bildu era "que el PNV entienda que no son los únicos con los que se puede negociar".
A día de hoy, encuestas en mano, la suma para un tripartito PSE-Bildu-Podemos da mayoría absoluta, y las elecciones vascas están recién convocadas para el 12 de julio. Y con ese ambiente, lo único que podía hacer Sánchez el domingo era tratar de calmar al lehendakari prometiéndole el fin de las reuniones semanales y sugiriéndole que, si hay que votar una sexta prórroga, ésta no incluiría al País Vasco... aunque para eso hubiera que pisar todos los aceleradores.