Los dos gobernantes que acudían a las urnas este domingo salieron victoriosos, e incluso aumentaron sus mayorías. El popular Alberto Núñez Feijóo regirá en Galicia con su cuarta mayoría absoluta, la más grande además en porcentaje (47,98%) y en escaños (41) desde que se aupó a la cabeza de la Xunta en 2009.
Iñigo Urkullu también revalida, con el mejor resultado (39,1% y 31 diputados) en casi dos décadas, desde que en 2001 el PNV acudió a las urnas en coalición con Eusko Alkartasuna y logró un histórico 42,7% y 33 asientos.
El resultado del líder del PP en Galicia consolida su apuesta mesurada dentro de una formación que todavía no ha decidido cómo navegar la tormenta perfecta en la que vive desde la moción de censura de 2018.
Desde que Mariano Rajoy fue desalojado de la Moncloa, el Partido Popular de su sucesor, Pablo Casado, se ha tenido que reinventar. Cercado desde su izquierda por Cs y luego desde su derecha por Vox, afrontó una marejada electoral continua que le ha dificultado tomar aire y trazar estrategias a medio plazo.
Es de esperar que la consolidación del templado Feijóo, único barón regional con verdadera ascendencia en Génova, aumente en el PP el peso de las tesis de entendimiento y apuesta por el diálogo. Más aún a la vista de que el resultado popular en el País Vasco, donde acudía en coalición con Cs pero liderado por Carlos Iturgaiz, un candidato -y un discurso- recuperado de los años del plomo, ha sido claramente decepcionante. Los populares se dejaron cuatro de los nueve diputados en la Cámara de Vitoria.
Contra todos y el virus
Eran las primeras elecciones en España tras el Covid-19. Y la gestión de la emergencia del coronavirus no influyó a los presidentes que pedían repetir. Tampoco el miedo al contagio por ir a votar -que no operó en Galicia, donde la participación subió cinco puntos, pero sí en el País Vasco, donde cayó casi 10 puntos- han afectado a los dos mandatarios.
Feijóo y Urkullu, los dos, han capitalizado su pragmatismo moderado a la hora de gobernar. El gallego, desde su empeño en integrar a todo el centro derecha, e incluso algo más: "Soy un punto de encuentro transversal", llegó a decir en una reciente entrevista con EL ESPAÑOL. Y el vasco, al frente de una formación que, pese a no ser constitucionalista, asume las reglas del juego.
Desde que se estrenó como lehendakari, en 2012, Urkullu no ha hecho sino subir en porcentaje (cinco puntos) y en escaños (cuatro) con la misma fórmula: alianza poselectoral con el PSE y negociaciones en Madrid, con quien toque, y un único objetivo, el de rentabilizar su hegemonía en el territorio.
El estatuto, clave
Inicia ahora su tercer mandato reforzado por su capacidad negociadora, y avalado por los electores para sacar adelante su apuesta más arriesgada: el nuevo Estatuto vasco, cuya ponencia se negoció en la pasada legislatura. Ahí será donde se mida definitivamente su legado, y éste dependerá de si apuesta por el a priori improbable acuerdo en Vitoria o por la confrontación con Madrid.
Puede buscar un pacto que no satisfaga plenamente a ninguna de las fuerzas del atomizado Parlamento vasco -que cobijará desde Bildu, herederos de Batasuna, hasta Vox, que por primera vez logró un asiento en Álava- pero le daría estabilidad en la lehendakaritza. O puede elegir la formación de un frente nacionalista que lo enfrente a los socialistas, pero que tendría una amplia mayoría no constitucionalista en el Parlamento autonómico: 53 de los 75 escaños con Bildu... o 59 si se suman los seis diputados de Elkarrekin-Podemos.
Y ésa será, consecuentemente, la prueba del algodón para la formación de Pablo Iglesias.
El gran derrotado de la noche ni es gallego ni es vasco, y ni votó ni era votado este domingo. Pero que la candidatura morada no llegara siquiera a alcanzar representación en Galicia y que perdiera casi la mitad de sus diputados en el País Vasco deberá hacer reflexionar a su líder y vicepresidente segundo del Gobierno.
Podemos se hunde
En las votaciones de este domingo, tan distintas de las del Congreso, no afecta lo que se dice en Madrid... pero sí lo que se hace. Y los continuos abrazos de los diputados de Iglesias a las propuestas territoriales más disgregadoras han desdibujado territorialmente la marca electoral morada, y sus candidatos lo llevan pagando desde las Autonómicas de mayo de 2019.
Los coqueteos de Podemos con el nacionalismo en cada Comunidad Autónoma donde existen estos partidos siempre acaban igual: Iglesias se alía con el más enfrentado al sistema constitucional.
Con ser cierta esa tesis, el descalabro gallego merece una explicación con más matices: ni la elección de un diputado nacional con tirón como Antón Gómez Reino, ni el constante apoyo que le ha dado en campaña la ministra más popular -y de simpatías transversales- de los morados, Yolanda Díaz, han podido con una herencia envenenada.
Las peleas internas por el liderazgo morado, las traiciones cruzadas con los socios del pasado y una confusión con el discurso del BNG han empujado a los votantes galleguistas más de izquierdas a dar la espalda a Iglesias y entregarse al Bloque.
En el caso del País Vasco, las cartas quedaron a la vista hace dos meses, con aquel pacto a escondidas entre el Gobierno de coalición y Bildu para derogar "íntegra" la reforma laboral del PP. No sólo el PSOE se desdijo en cuanto pudo -apenas un par de horas después-, dejando a los morados solos en el abrazo a los herederos de Batasuna, sino que los de Iglesias no se bajaron de la burra: "Es un aviso al PNV, un tripartito de izquierdas con PSE y Bildu es posible el 12-J".
Podemos insistió toda la campaña en exportar su coalición de Madrid a Vitoria bajo el lema de que "los Gobiernos han de ser progresistas", sin importar nada más. Pero tanto Urkullu como Idoia Mendia, la candidata del PSE, despreciaron el empeño morado.
Los nacionalistas lo hicieron con sorna. Y los socialistas, marcando distancias de los herederos de Batasuna y de la actitud condescendiente de Iglesias con ellos: el problema va mucho más allá de su independentismo, es que no condenan la violencia etarra.
Dice Iglesias que de esta "derrota sin paliativos" deberán aprender, su partido y él, haciendo una "profunda autocrítica" por "los errores que sin duda" ha cometido.
Hay una coincidencia reveladora por la que quizás empiece: en los dos territorios electorales de este domingo, son los nacionalismos radicales los únicos que crecen ante el hundimiento de Podemos. El BNG triplica de seis a 19 sus diputados, haciendo desaparecer el morado de la Cámara gallega. Y en el País Vasco, Bildu pasa de 18 a 22 escaños, con seis puntos más... exactamente los que pierde Podemos.