A su vuelta en Moncloa, el 21 de julio, martes por la mañana, "extenuado" tras cinco días de discusiones con sus colegas del Consejo Europeo, Pedro Sánchez recibió los aplausos de sus vicepresidentes y ministros. Todos lo pudimos ver gracias a la maquinaria promocional de Moncloa que, legítimamente, trataba de capitalizar -nunca mejor dicho- el éxito: 140.000 millones en seis años para sacar adelante una España hundida socioeconómicamente por la Covid.
Y además, más de la mitad de ese dinero, 72.700 millones, llegarían de Bruselas como transferencias a fondo perdido. El resto, 67.300 serían créditos a bajo interés.
Este miércoles, el tono era aún más festivo. El presidente ya sabe cómo va a gastar esos dineros. Al menos, la primera mitad larga de ellos: el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia que presentó por la mañana [consúltelo aquí en PDF] en la sala de los nuevos Consejos de Ministros de Moncloa -los de la mesa enorme para guardar la distancia social contra la pandemia- guía la ejecución de cerca de 72.000 millones de euros entre los años 2021 y 2023.
El presidente quiere crecer "más fuertes, más justos, más sostenibles", es decir, "no sólo recuperar el PIB que nos robó la pandemia, sino de poner unos nuevos cimientos más robustos, utilizar este golpe de la Covid para ganar un nuevo futuro". Vamos, que lo que Sánchez propone es que los 140.000 millones de euros prometidos por la UE para el fondo de recuperación Next Generation EU sirvan para convertir el virus en una oportunidad, "aprovechar las circunstancias" y "reformar nuestra economía".
Fin de legislatura
Así, el Gobierno prevé impulsar la recuperación económica concentrando los esfuerzos "en proyectos que se pondrán en marcha en los próximos tres años". Es decir, el tiempo que le queda a la legislatura, con el objetivo -nuevamente legítimo políticamente- de capitalizar la esperada recuperación en las elecciones generales previstas para finales de 2023.
Pero dentro de su discurso se escondía un detalle clave: "Se efectuará a través de los principales instrumentos de los que consta el Fondo de Recuperación Europeo: el primero, la Facilidad para la Recuperación y la Resiliencia, que concentra el grueso con 59.000 millones en transferencias, y por otro lado el REACT-EU que permite a nuestro país obtener financiación por un importe de 12.400 millones".
Es decir, que Sánchez prevé que su Gobierno sea el responsable del uso del 81,1% de las ayudas a fondo perdido de la Unión Europea, y únicamente del 18,4% de los créditos comprometidos por Bruselas.
Desequilibrio
El próximo Ejecutivo, el que se componga tras los comicios de 2023, tendrá el mismo periodo que éste para invertir los fondos provenientes del instrumento bautizado como Next Generation EU, otros tres años. Pero sólo dispondrá de un 18,9% del dinero a fondo perdido y una bolsa enorme de dinero a crédito -el 81,6% del total previsto- y deberá engordar su deuda.
Así, a los planes de transformación, resiliencia o como quiera llamarlos el Gobierno que suceda al actual de coalición entre PSOE y Unidas Podemos, sólo le quedarán 13.700 millones de euros para no devolver, frente a los 59.000 gastados ahora por Sánchez.
Por contra, a los Presupuestos que elabore ese Gobierno a partir del año 2024 deberá colgarles, en el capítulo de la deuda, el principal y los intereses que generen los 54.900 millones de créditos europeos, más del cuádruple que los 12.400 que prevé usar el Ejecutivo actual.
Este desequilibrio lo explica el Gobierno afirmando, según fuentes consultadas, que la Comisión Europea ve con buenos ojos tirar de las transferencias en los primeros años. Pero lo cierto es que los plazos le encajan políticamente a Sánchez como un traje a medida, según fuentes del PP: "Si llegáramos al Gobierno en las elecciones de 2023 tendríamos que hacernos cargo de una enorme deuda pública, la heredada por los efectos de la pandemia y esos 54.900 millones comprometidos con la UE".
Paralelismos
Corría la primera hora de discurso del presidente y los grandes focos que lo iluminaban empezaban a hacerle brillos de sudor en el gesto... justo cuando Sánchez iniciaba los párrafos sobre sus Presupuestos Generales del Estado de 2021: "Los necesitamos perentoriamente", defendió.
"Y en ellos ya estarán incluidos los 27.000 primeros millones del fondo de la UE", apuntó, "para acelerar desde ya la implantación de este plan, incluso adelantándonos a los pagos que tiene previstos la Comisión Europea", propuso... más allá de que el fondo aún no está aprobado por las instituciones de Bruselas.
Ése fue su esfuerzo dialéctico para engarzar el dinero europeo a las cuentas públicas que presentará, previsiblemente, la semana que viene. Y también el reconocimiento de que "el Gobierno adelantará en los próximos Presupuestos" este dinero "más allá de los tiempos que maneja la Comisión Europea para los pagos".
Pero el jefe del Ejecutivo hizo otro esfuerzo en clave histórica en su discurso, aunque con paralelismos traídos un poco por los pelos: la Transición como etapa de incertidumbres sería como la actual pandemia; y la entrada en la UE, la solución para "la primera modernización de España", tanto como el fondo Next Generation EU lo es ahora para "la segunda".
Y lo cierto es que para lucir los logros que tiene presupuestados Sánchez para este plan, el presidente admitió algunas de las más graves lagunas de nuestra economía: el altísimo paro que supera el 16% -sin contar los ERTE-, un PIB que se hunde al 17,8% -más que en ningún otro estado miembro de la UE-, y unos niveles de pobreza alarmantes con un 26% de la población en riesgo de exclusión -eso, antes de la pandemia-.
Por supuesto, presentó estas carencias en positivo. Para Sánchez, la puesta en marcha de su plan de recuperación tendrá "un impacto adicional en el PIB de más de 2,5 puntos". Con ello, logrará "reducir la brecha de exclusión en dos tercios respecto a la media de la Unión Europea". Y todo, gracias a "la creación de 800.000 puestos de trabajo en estos tres años"...
Una cifra que se sobreimpresionó encima de él, en la gran pantalla que lo enmarcaba. Y que quizá nadie cayó en que también guardaba paralelismos con la promesa fallida de otro presidente socialista: aquél que pilotó el paso de la Transición a la integración en Europa.
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