Moncloa ya ha transmitido el mensaje tanto a la Generalitat como a Esquerra y a JxCat: una cosa es tener que aceptar a Oriol Junqueras sentado a la mesa frente a Pedro Sánchez y otra muy distinta verse forzado a conectar con Carles Puigdemont, desde Waterloo, para que participe en la negociación. "El líder de Esquerra ha afrontado sus delitos y el juicio", explica una fuente gubernamental, "Puigdemont es un prófugo".
Aunque no sea un plato de gusto, en Presidencia se entiende que para solucionar problemas, que es lo que busca la "mesa del reencuentro", no se pueden poner otros nuevos por delante. "Junqueras ya ha pagado a la sociedad cumpliendo gran parte de su pena y, eventualmente, habrá sido indultado", apunta esta fuente, "pero lo de Puigdemont es distinto, él huyó, no es equiparable".
Ése es el argumento real, puramente ético, que se ha transmitido al entorno del expresident. Que se escapó de España en las horas siguientes a proclamar aquella independencia con freno y marcha atrás, el 27 de octubre de 2017. Pero públicamente, la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, ha buscado un razonamiento político: "Si ésta es una mesa de gobiernos", no tiene sentido que en ella se siente quien no es gobierno.
Lo cierto es que antes de reunirse, ambas partes -Gobierno y Govern- deben pactar sus representantes. Y Moncloa ya ha hecho llegar al gabinete de Pere Aragonès que el mismo argumento por el que traga con Junqueras le sirve para vetar a Puigdemont: si ésta es una mesa para solucionar problemas, no pongamos uno nuevo por delante.
Dos trampas
Cuando la política se enquista en los micrófonos y las "negociaciones" se hacen a base de titulares, todo se basa en los matices del discurso. Y después de 16 meses de suspensión de las reuniones de la "mesa del reencuentro", el cemento dialéctico ha fraguado en dos puntos que son una trampa para el Gobierno. Uno, es una "mesa de negociación", no de diálogo. Y dos, es una "mesa de gobiernos", no informal, por más que no haya una ley que la ampare.
La primera trampa en la que se atrapó Pedro Sánchez indica que tendrá que haber una agenda concreta de puntos de los que hablar. Y nada se puede hablar si una parte quiere discutir el precio de las manzanas y la otra pretende llegar a un acuerdo sobre la interpretación de la Razón pura.
Es decir, que Gobierno y Govern deberán o bien aceptar los puntos de la otra y luego tratar de pactarlos, o celebrar primero reuniones prospectivas para acordar la agenda... y para unos ya van décadas de desafío y cuatro años desde el golpe del 1-O, mientras los otros cuentan 16 meses de parón en lo de "reencontrarse".
El segundo enredo es en el que se metió solo el Ejecutivo central al no atreverse a decir en público que Carles Puigdemont no es aceptable en la mesa por ser "un prófugo".
El Gobierno ha usado un único argumento para dejar fuera de la discusión la presencia del expresident huido en Waterloo en las conversaciones: el de recordar que ésta es "una mesa de gobiernos". Pues bien, si la mesa es tan bilateral como eso, la "generalitat republicana" que proclama Pere Aragonès pasa a estar en igualdad con el Gobierno de España.
Es decir, un govern que monolíticamente sólo representa a la mitad de los catalanes para romper la España conocida se sentará -de igual a igual, con la misma legitimación- ante el Gobierno de un Gobierno que representa a todos sus ciudadanos en defensa de la Constitución.
Eso es un imposible filosófico que se afronta también en Moncloa. Porque ambos buscarán la solución, es evidente, desde planos distintos. Y la igualación de los mismos es la que deslegitima a Sánchez -el legitimador de la otra parte-, al menos, para el 80% de los españoles a los que representa y, lo que es peor, para el 72% de sus votantes socialistas.
Puigdemont acepta
El Gobierno es consciente del embrollo. Fuentes cercanas a Pedro Sánchez admiten que la mesa es sólo la mejor de las malas soluciones al "conflicto". Pero que no hay ninguna buena, "y es lo que nos toca en este momento histórico". En el vademecum de frases pronunciadas de las que tirar de vez en cuando, la ministra portavoz, María Jesús Montero, lo expresó en alto el martes pasado: "El presidente se comprometió en su investidura a dejar una España mejor que la que él se había encontrado".
Y es que ahora también toca decir muchas veces que éste de Cataluña es un problema que al Gobierno Sánchez le ha caído en suerte "por la inacción del Ejecutivo anterior del PP, que se tapó los ojos como los monos de Gibraltar, para no ver lo que estaba pasando".
Fuentes de JxCat señalan que Puigdemont sí ha sabido ver esa grieta en el argumentario "de Madrid" para meter cuña, aceptando que "ésta es una mesa de gobiernos". Así, el fugado se eleva sobre el actual govern y alegando que no quiere "tutelar al president Aragonès", aceptará el veto de Moncloa. Pero que lo hace porque "ésta es una mesa de gobiernos", y que en ese plano de igualdad se deberán desarrollar las negociaciones.
Y que serán eso, "negociaciones", no "diálogos ni conversaciones". Es decir, que deberá "negociarse dos cuestiones que son imprescindibles para la resolución de este conflicto, que son la amnistía y la autodeterminación". Es decir, que Puigdemont no quiere tutelar, pero como president del autoproclamado Consell per la república, marcará la agenda desde Waterloo. Y no quierre "tertulias".
"La mesa no será ya"
Sánchez sabe que se la juega. Por ahora, la existencia misma de la mesa le ha valido como concesión para contar con los 13 votos de ERC en el Congreso -y los cinco de Bildu, que tiene un acuerdo parlamentario con los independentistas republicanos-, pero a esa mesa sólo se le ha puesto una foto. Y los republicanos exigen "una fecha ya para sacar a los presos".
Ahora, 16 meses y una pandemia después, le toca empezar a avanzar. Y la cosa se empieza a complicar: ¿hay propuestas claras, "disruptivas de verdad", como plantea el independentismo? ¿Se pueden afrontar? ¿Si se quedan "en el marco constitucional" las aceptará el lado separatista? ¿Si las acepta el separatismo, cómo se venden al resto de España?
Pero la mesa no se espera en breve. "No, no la vemos para ahora mismo", explican en Moncloa. En privado se le dice a los indepes que falta la cita entre presidentes, de la que hablaron este viernes Sánchez y Aragonès por teléfono. Que falta cruzar el rubicón de los indultos. Que falta que el Govern se ponga de acuerdo entre sí, "porque no parece que Juts y Esquerra estén en la misma sintonía". Y que luego falta, en lo práctico, que nadie juegue a presionar con el nombre de los negociadores.
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