Frente a la "manganimidad", la "ignominia". Contra la "concordia", la "infamia". En lugar de "convivencia", los perdonados ven "represión". Y a quien se dice "generoso", le dedican otro calificativo: "Miserable".
La fiesta en la puerta de la cárcel de Lledoners, de la que salieron en grupo, sonrientes y triunfales Oriol Junqueras, Jordi Sànchez, Jordi Cuixart, Josep Rull, Jordi Turull, Joaquim Forn y Raül Romeva, se pareció más a una liberación -que según la Real Academia, es "hacer que alguien o algo quede libre de lo que lo sometía u oprimía"- que a una excarcelación -"poner en libertad a un preso por mandamiento judicial"-.
Es decir, que el relato que toma ventaja, una vez más, no es el del Estado al que se le echó un pulso, ganó... y luego, generoso y magnánimo, apostó por la concordia y la convivencia. Sino el de unos golpistas revestidos de líderes de "un solo pueblo"... que fueron "reprimidos" de manera "miserable".
Algo muy parecido a lo que dijo el Consejo de Europa este lunes, sin que el Gobierno protestara. Y a lo que pretende desmontar Pablo Casado ante sus colegas primeros ministros del PP, este jueves en Bruselas, antes de que escuchen, en persona, a Pedro Sánchez en el Consejo Europeo.
A la derrota del ganador no sólo ayudó la épica de la imagen -sin duda, una sonrisa a la salida de prisión es mucho más plástica que un gobierno reunido entre papeles-, también lo hizo la división instalada entre el constitucionalismo: una cosa es el desacuerdo, la visión antagonista sobre los indultos entre el Gobierno y la oposición, pero otra es el rosario de descalificativos de este mismo miércoles en el Congreso.
El supuesto bando ganador, el de la Constitución, se despellejaba con saña en el Parlamento pocas horas antes de que los derrotados recobraran la libertad, aún inhabilitados para la política, bajo condición de no volver a delinquir y -oficialmente- a resultas de una medida de gracia no pensada para ellos, sino "para los millones de personas a las que representan".
Sesión de control
Casado descalificó a Sánchez por "haber ganado el poder con una mentira" y por mantenerlo "gracias a un engaño masivo". Lo señaló por "entregar España en manos de quienes la quieren destruir", y por "clavarle la espada a la Justicia por la espalda". El líder del PP se preguntó "quién se cree" el presidente del Gobierno para impulsar "una nueva Transición" e incluso "una nueva España". Y lo acusó, finalmente, de "traicionar a su juramento de defender la unidad de la nación y la igualdad de todos los españoles".
De inmediato, Sánchez lo calificó de "provocador" y de "faltón". Luego, lo descalificó por "la carrera política que lleva", y puso en duda su "concepción de la democracia".
Que luego el líder del PP le exigiera la dimisión y la convocatoria de elecciones para "someter al juicio de los españoles" sus indultos alimentó esa idea que decía el otro día el ministro Miquel Iceta en su entrevista con EL ESPAÑOL de que el PP en la oposición tiene "tanta urgencia por volver al poder" que "dice no a todo".
Y que el presidente socialista apostara por su "medida valiente y reparadora" como vía para "reducir la discordia política y territorial" pareció no más que un desideratum al poco rato, cuando los indultados le recordaron que ellos podrán estar en la calle, pero que lo que les interesa es "la libertad de Cataluña".
Aunque el Gobierno llena los micrófonos de las sesiones de control y de las conferencias del Liceu de hermosas palabras, en realidad, con las grabadoras bajadas, apuesta por dividirlos. Sus ministros admiten que la apuesta de Pedro Sánchez se basa en fomentar la desunión de las dos principales fuerzas separatistas, ERC y Junts.
Y es que los supuestos ganadores del procés, los constitucionalistas, parecían empeñarse en salir derrotados de su propia victoria. Y los perdedores condenados se regodeaban en su presunto fracaso afortunado. Se mostraron más unidos que nunca, a pesar de que ni en su acuerdo de Govern lo están: unos (ERC) creen en el diálogo como "vía más factible", y los otros (Junts) ponen negro sobre blanco su "escepticismo".
Pero quien muestra su quiebra a la luz de los focos es el bloque constitucional. Quienes no se llaman más que para insultarse son los líderes del Gobierno y de su alternativa. Al que se le dedican palabras de elogio desde el banco azul es a Gabriel Rufián, el representante del cabecilla de la sedición... y que Antonio Garamendi acabara llorando en la Asamblea General de CEOE este miércoles da una idea de hasta dónde ha llegado el desgarro de los indultos.
'Amigos' y 'enemigos'
No importa que el Ejecutivo de la nación haga distingos entre los líderes del procés que no huyeron "y afrontaron sus responsabilidades", y "el prófugo" Carles Puigdemont. Porque no hay línea entre Casado y Sánchez y el enemigo común se usa para debilitar al teórico aliado.
Al enemigo... y al amigo. A Garamendi le coincidieron sus palabras de hace una semana -"si los indultos hacen que las cosas se normalicen, bienvenidos sean"- en el mismo día con un comunicado de los obispos catalanes. Y el empeño del Gobierno en encontrar apoyos hizo que se las "sacaran de contexto" -así se explicaba el empresario vasco este miércoles ante sus colegas-.
Porque el equipo de Moncloa aprovechó muy bien la celebración en apenas dos semanas de las jornadas de Foment del Treball y del Cercle d'Economia en Barcelona. Un entorno propicio, lleno de líderes económicos ávidos de "estabilidad institucional" para "impulsar la recuperación", y dispuestos a apostar por lo que sea que prometa algo de calma. Todos coincidieron en el mismo e insistente mensaje: "Anem per feina", pongámonos a trabajar.
¿Qué logró y qué buscaba Moncloa? Cambiar el relato de una decisión que sólo concitaba rechazo -en un 80% de la población, incluido un 72% de votantes del PSOE- y convertirla en "una apuesta valiente por la concordia". Es decir, convertir a quien la rechazara en aquello con lo que comenzó todo el argumentario de Pedro Sánchez sobre los indultos, hace más de un mes: un "revanchista" y un "vengativo".
Para arrebatarle el apoyo popular a Pablo Casado como líder de la oposición -la del Congreso y la de los indultos-, el mejor remate fue ese juego con las palabras de Garamendi. Pero si un clavo saca a otro clavo, el Gobierno de Pedro Sánchez se encontró este miércoles con la versión más monolítica y agresiva de los perdonados, a su salida de prisión.
Ahora, la mesa
Y todo en el mismo día en el que la Secretaría de Estado de Comunicación informaba, por fin, de la fecha en que el presidente Sánchez recibirá al president Aragonès en Moncloa.
Mientras se tachaba otra fecha del calendario de Iván Redondo, gestor de la comunicación y el ritmo de las decisiones que Moncloa pacta con Esquerra, el actual inquilino del Palau de la Generalitat se iba a Lledoners a recibir en la puerta con algarabía, aplausos y gritos de "¡independencia!" a su líder, Junqueras, y el resto de sediciosos.
Dos detalles: uno, que Iceta también dijo en la sesión de control que la "mesa del reencuentro" se regirá por los límites constitucionales... "y por las mayorías que hagan falta para las reformas que se puedan acordar". Es decir, leyendo entre líneas, que si la Constitución misma prevé su reforma, "querer reformarla para reforzarla" es posible en ese foro de gobiernos español y catalán.
Y dos, que esa apuesta de ERC por el diálogo tiene fecha de caducidad, anunciada por el propio Aragonès, "dos años"... O sea, lo que le queda a la legislatura de Pedro Sánchez. ¿Los bandos son constitucionalismo contra separatismo? Para Casado, éste es el detalle que le dice que no: "Usted prefiere sacar a nueve delincuentes de la cárcel para que no le saquen a usted de Moncloa".
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