Día grande de la legislatura y día de sustos en el hemiciclo. Cuarenta segundos de tensión en la bancada azul del Gobierno, cinco veces más tiempo de lo que duró aquella República Catalana que anunció Puigdemont. Aunque a la inversa: de la honda decepción al indisimulado júbilo.
El Congreso de los Diputados votó este jueves la convalidación de la reforma laboral de Yolanda Díaz. Un PSOE optimista —tanto como la ministra de Trabajo— enfilaba a media tarde el pasillo del hemiciclo, satisfecho de haber amarrado los votos suficientes para que el texto saliese adelante.
Pero una confusión de la presidenta de la Mesa, la socialista Meritxell Batet, provocó que la incertidumbre se contagiase entre los escaños de PSOE y Podemos durante casi un minuto. Caras largas, incrédulas, de Pedro Sánchez, Yolanda Díaz y Nadia Calviño bajo sus mascarillas.
"Por lo tanto... no queda... queda derogado el real decreto ley" (sic), concluía Batet al leer el resultado de la votación, con una confusa alocución a sus señorías. Los diputados de Vox y PP, opuestos a esta reforma laboral, entendían la frase como un triunfo y lo celebraban aplaudiendo en pie.
Algunos agradecían a los dos representantes de Unión del Pueblo Navarro (UPN), Carlos García Adanero y Sergio Sayas, que, finalmente, votaran en contra de la reforma, a pesar de que habían anunciado un resignado sí, impuesto desde Pamplona.
Otro error —humano o informático, está por ver— en el televoto de Alberto Casero, diputado del PP por Cáceres, descuadró aún más las cuentas. Sin esta equivocación el decreto no hubiera salido adelante.
Pero concretamente cuarenta segundos después de su primer anuncio, Batet enmendaba el error —el suyo, no el de Casero—, una vez se recontaron los votos, incluido el imprevisto sí del diputado popular y los inesperados noes navarros. "Los servicios de la Cámara me informan de que queda convalidado el real decreto-ley", corrigió la presidenta del Congreso.
Pero ese medio minuto largo —especialmente largo para Sánchez, Calviño y Díaz— dejó imágenes que evocaban al efímero júbilo de los independentistas congregados en la Plaza de Cataluña de Barcelona cuando Carles Puigdemont, en 2017, proclamó y suspendió instantes después la República Catalana.
Tras la aclaración de Batet, las caras largas y de estupefacción en los sillones azules del Gobierno mutaron en abrazos y aplausos, entre ecos de "¡sí se puede!". El PP, tras quejarse a la presidenta de la Mesa del "error informático" que habría provocado el involuntario (y decisivo) sí de Casero comenzó a corear "¡tongo, tongo!".
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