Las pastillas de sandía de Feijóo y la cartera con patas de Sánchez: lo que no se vio del debate
El único consenso entre PSOE y PP fue el asesinato de Antonio Machado a manos de Sánchez y Feijóo. Ambos demostraron citarlo sin haberlo leído.
16 noviembre, 2023 03:41Llegó Sánchez con una cartera de piel ajada, dada de sí, a reventar de tanto folio. Era una cartera de este siglo, pero parecía que se la hubiese prestado Indalecio Prieto, que vigilaba la entrada al Parlamento en forma de busto.
Se desplomó la cartera de Sánchez en el escaño. La envolvía una nube de fotógrafos. La cartera de Sánchez tiene vida propia. Es sujeto. Es ella la que paga la investidura de su dueño con todo lo que tiene dentro. Una amnistía, unos trenes de cercanías, un puerto en Euskadi.
Dice la oposición que los independentistas le roban la cartera a Sánchez. Pero es la cartera la que compra lo que se le antoja. La cartera de Sánchez es la cartera de todos. La mirábamos asustados desde la tribuna, cuando ha vomitado un paquete de folios impresos a una sola cara. Era la señal de confirmación. Íbamos a estar encerrados tantas horas como el 23-F.
En este Congreso, la seguridad la dan los escaños, no el discurso. No vale la palabra, sino la butaca. Bastaba ver la seguridad de Patxi López de pie junto a su sillón antes de empezar, con una mano agarrándose la hebilla del cinturón. Enfrente, tomaba asiento Feijóo, con discurso pero sin escaños. Por eso sonreía como el que recibe el pésame en los tanatorios. Relucían los zapatos negros de Feijóo. Eran esos zapatos con los que a todos nos gustaría ser enterrados.
Por la espalda, a escondidas, aprovechando el asedio de las cámaras a los líderes de PP y PSOE, subía corriendo a su escaño Santos Cerdán, el apóstol de esta investidura que, en realidad, ya estaba sellada antes de votarse. Ponía en el código de barras: "Fabricada en Bruselas".
Sánchez se apoyó al fin en la tribuna. Colocó en medio los folios que le habían escrito y puso una mano a cada lado. Lo que más asusta desde la grada de los periodistas, vista cenital, es comprobar que el presidente apenas hace anotaciones en los discursos que le preparan. ¿Y si los recita, vista genital, sin haberlos siquiera leído antes?
Es difícil entender el mecanismo de su discurso. Comenzó a dibujar una España terrible, donde las “derechas retrógradas” siempre están al borde de llevarnos al desastre. Ese es el país que él gobierna. Una nación débil, salvada in extremis. Pero llevamos, entonces, cinco años de Sánchez sin salvación posible.
En la bancada del PP no lograban, siquiera físicamente, mantener la compostura ante los argumentos del presidente. La foto que lo ilustra es una en la que aparece González Pons haciendo honor al título de su última novela, El escaño de Satanás: los ojos se le salen de las cuencas. Miguel Tellado, como un tertuliano de El Chiringuito, comentaba todas las frases del presidente.
Había una incontinencia física entre los populares, que se correspondía después con la reacción de la izquierda y los nacionalistas. Se lanzaban muecas, se insultaban sólo moviendo los labios. Hasta que el debate estalló y se insultaron como en un bar donde la noche va dejando paso al sol. Faltaba el ruido de los vasos contra el suelo.
El problema de no haber escrito lo que se lee es que el error suele llegar donde más duele. Sánchez fue a decir “nosotros somos tan españoles como ustedes” y se confundió. Luego, al final de su discurso, cuando lo dijo bien, Míriam Nogueras, su carcelera en calidad de líder de Junts, ya había dejado de escuchar y metía las cosas en el bolso. La cartera de Sánchez y el bolso de Nogueras; la marroquinería siamesa de la investidura.
Iba adelgazando el paquete de folios de Sánchez, pero no aparecía la Ley de Amnistía. Feijóo mataba el tiempo tomando unos caramelos sabor sandía. Tuvo que transcurrir una hora y media. Algo ha pasado en el gabinete del presidente Sánchez. Una conversión, una llamada. No hacen más que fabricar discursos religiosos, como del Opus Dei: santificación del trabajo y la “vía del perdón”.
Esa fue la literalidad: “La vía del perdón”. Después, mencionó el “reencuentro” como antídoto a la “venganza”. Incluso se dijo “consagrado en cuerpo y alma”. Hubo un rato en que habló con la mano, de veras, puesta en el corazón.
Se iban calentando en la bancada del PP. Ya no se cruzaban reproches con el resto de diputados rasos, sino que pespuntaban los mejores eslóganes del presidente. La tragedia de la investidura tenía su coro griego. Por ejemplo: preguntaba retóricamente Sánchez “¿qué prefiere la amplia mayoría de los ciudadanos?”. Se oía un grito: “¡Que te vayas!”. Criticaba Sánchez la aplicación del 155. Se oía un grito: “¡El que votaste tú!”.
Aunque Ayuso siempre es la novia de la boda y cuando Sánchez puso sobre la mesa lo de su hermano, en la tribuna de invitados, sin saber que le apuntaban las cámaras del congreso, dijo: “¡Hijo de puta!”. Le leímos los labios a una distancia de treinta metros.
Pero lo peor estaba por llegar. Lo anticipó el veterano Miguel Ángel Aguilar desde la tribuna de periodistas cuando Sánchez se arrancó con Antonio Machado: “Hoy es siempre todavía”. Chilló Aguilar: “¡Pero qué está diciendo!”.
Salió Feijóo. Protagonizó un discurso inédito para el compás al que acostumbra. Divertido, eficaz, provocador de curiosos espasmos en el público socialista. Con muchos folios también, aunque con menos contenido. Feijóo tampoco escribe lo que dice, pero por lo menos se lo estudia antes.
Si se pudiera poner la radio en la tribuna, el candidato del PP habría metido las declaraciones del Sánchez de hace unos días, meses o años diciendo justo lo contrario a lo que hoy pregona. La mejor manera de oponerse a Sánchez es citar a Sánchez. En cambio, cuando quiso también citar a Machado, se estrelló.
Fue así, pareció una genialidad. El público se puso en pie. Los diputados socialistas agacharon las orejas ante el golpe. Recriminó el gallego a Sánchez haber citado el verso de Machado a medias: “¡Dígalo entero!”. Y recitó: “Hoy es siempre todavía, toda la vida es ahora. Y ahora, ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos”. ¡Bum! Menudo hachazo, qué golpe. Sánchez, hundido.
Hasta que se alumbró la pantalla del móvil del presidente. Le habían enviado un regalo en forma de tuit. Lo que había dicho Feijóo no era el verso original de Machado, sino un añadido por el cantautor Ismael Serrano. Salió Sánchez, ufano, se lo dijo y se quedó tan ancho.
Lo más triste, sin embargo, fue la realidad descubierta. Ninguno de los dos líderes ha leído a Antonio Machado. Porque Sánchez llamó al poeta sevillano... soriano. Quieren convertir el Congreso en una casa de citas sin leer. Las casas de citas son peligrosas. Abascal salió a la tribuna con la biografía de Unamuno escrita por Juaristi. Tuvo el detalle de ahorrarnos el “venceréis pero no convenceréis”. Prefirió comparar a Sánchez con Hitler.
A nadie le gusta que le llamen ignorante, sobre todo cuando la ignorancia que se retrata es cierta. Hasta el padre Feijóo es capaz de perder los nervios. Reconoció en la tribuna que la había cagado, que habían escrito lo de Machado tirando de internet y sin contrastar, pero contraatacó con un golpe duro. Algo así como: “Yo he escrito lo de Machado con Google, pero tú has escrito tu tesis con Google”. Menos mal que la siguiente cita le salió bien a Feijóo. Parafraseando a Fidel Castro, utilizando la megalomanía del presidente, asestó: “A usted la Historia no le amnistiará”.
Hubo un momento en que Sánchez y su cartera dijeron la verdad para justificar la amnistía: “Las circunstancias son las que son”. La suerte estaba echada, la investidura ganada y la convivencia quebrada. Pero, en ese instante, en el pasillo del primer piso, se tejía una escena para la esperanza. En una esquina bromeaban Ione Belarra y Rafa Hernando. Esa era la verdadera España del reencuentro. Vendrán tiempos mejores. Hoy es siempre todavía.