Javier Gomá, filósofo y escritor, es el director de la Fundación Juan March.

Javier Gomá, filósofo y escritor, es el director de la Fundación Juan March. Sara Fernández

Política HABLANDO SOBRE ESPAÑA

Javier Gomá: "La violencia verbal en el Congreso de los Diputados nunca había sido tan vulgar"

"Esta amnistía perjudica a la democracia como un lugar digno de ser vivido y es una mancha para una Constitución relativamente joven como la española" / "El 90% de los Presupuestos es el mismo si gobierna el PP o el PSOE" / "Cualquier alternativa a la democracia es una regresión: como sistema político es el final de la Historia".

30 marzo, 2024 03:06

El impacto es el mismo que cuando suena Radio Clásica: en la Fundación Juan March, hay cuadros, libros, esculturas... Y más cuadros y más libros y más esculturas. Pero lo más llamativo es el silencio en un lugar de techos tan altos. Hemos venido a entrevistar a su director, Javier Gomá, que es seguro el filósofo español más leído de nuestro tiempo... pero también hemos venido a practicar el marchismo. A defender la lucha de clases. Porque aquí se imparten clases, a modo de charla, acerca de casi todo.

Mientras llega el entrevistado, deambulamos por las estanterías. Nos damos de bruces con la biblioteca de Julio Cortázar. Con sus subrayados, con las dedicatorias recibidas. Pensamos que, tirando del hilo, podría escribirse una historia privada de los escritores.

Cuando aparece Gomá, hojeábamos un librito de Pla titulado "Grandes tipos". En un compendio así, escrito desde el presente, debería incluirse a Gomá. Sobre todo por una razón de simpatía: ha logrado escribir tropecientos tratados sobre la ejemplaridad sin ser pedante. El último, Universal concreto (Taurus, 2023).

VÍDEO | Entrevista a Javier Gomá. Imagen: Sara Fernández, Rodrigo Mínguez, Edición: Cristina Villarino

En él se combina este paisaje como una metáfora: Gomá aúna las referencias de hoy con las antiguas; y en la March están los posavasos de casa de la abuela y los cuadros modernistas.

La entrevista con Gomá parece una casa de citas. Se le caen los clásicos de los bolsillos y los vamos ordenando en torno a la conversación. Este filósofo se define a sí mismo como "escurrobultista profesional". Alguien que no quiere enfangarse con los asuntos de la política.

Pero lo hemos convencido porque pensamos –porque piensa– que lo que está ocurriendo en el Congreso de los Diputados no es una coyuntura, sino un clima. Ahí va su diagnóstico: violencia verbal ha habido siempre, pero nunca había sido tan vulgar.

Gomá lleva pensando en la ejemplaridad desde los quince; desde que era ese "oh, capitán de quince años" del poema de Gimferrer. Un muchacho que encontraba en los libros los barcos a punto de partir, en sus páginas las velas henchidas de viento. A priori, puede resultar marciano. Pero aprendemos que la búsqueda de la ejemplaridad es, en el fondo, la búsqueda de un ideal humano. Y ahí está todo lo bueno de la vida: la cultura, los libros, el cine, la filosofía.

Veníamos muy cabreados desde el Congreso a ver a Gomá. Veníamos que éramos puro Goma-2. Salimos convertidos al marchismo. Habiendo aprendido un montón de cosas, que son las que se escriben aquí.

Usted ha escrito cinco libros sobre la “ejemplaridad”. Además, ese concepto inunda el resto de su obra. Creo que esto merece un poco de psicoanálisis. Algunos amigos suyos me han contado que todo empieza con una revelación que tuvo con quince años.

Era el otoño de 1980, estaba empezando segundo de BUP. Me ocurrió algo peculiar. Fue una especie de intuición, un nudo de ideas que me fascinaban. Todas mis capacidades intelectuales y sentimentales viraron en esa dirección: la búsqueda de un ideal basado en la figura humana. No como figura histórica o política, sino como propuesta de perfección. Un canon.

El canon de la ejemplaridad.

Lo que pasa es que amar es anterior al conocer. Primero nos enamoramos y luego tratamos de definir aquello de lo que nos hemos enamorado. La búsqueda de ese ejemplo de ideal humano que, siendo concreto, ofrece un ejemplo para muchos me permitía estudiar lo clásico en relación a lo contemporáneo.

En realidad, todo tiene que ver con una vocación literaria. Para mí, la filosofía es también una forma de hacer literatura. Un día, después de haber publicado la tetralogía de la ejemplaridad, me pregunté: "¿Por qué has dedicado los mejores días de tu vida a algo que nadie te ha pedido? Ese exceso es la vocación.

Escribir sobre ejemplaridad pública entraña dos riesgos. El primero, ser contemplado como alguien que se sube a una atalaya y da lecciones a los demás. El segundo… Muchos dirán de manera maliciosa: “Seguro que el señor Gomá no es tan ejemplar como parece”. ¿Quiere confesar algo?

Es cierto. Resulta incómodo razonar sobre la ejemplaridad porque te saltas un semáforo en rojo y te señalan con el dedo. También están mis hijos, invocando mi doctrina para intentar desprestigiarme [sonríe]. Intento ser una señal que indica el camino, pero que no lo recorre. ¿Alguna vez ha visto una señal que recorra el camino?

Entiendo la ejemplaridad como un ideal para toda la vida. A lo largo de estos años de crisis moral, me han llamado muchísimo los medios para colaborar en el apaleamiento de distintos políticos. “Señor Gomá, Fulano ha dejado mucho tiempo el coche en doble fila. ¡Qué mal está la ejemplaridad hoy!”.

¿Y usted qué decía cuando le llamaban para eso?

La ejemplaridad no puede ser un instrumento de condenación del otro; tampoco un instrumento de lucha política. Es un ideal de belleza y de nobleza. Veo la ejemplaridad, además, como un ideal póstumo. Al final, morimos y dejamos un recuerdo. ¿A qué invita ese recuerdo de nosotros? ¿A la nobleza y a la belleza? ¿O a la ponzoña y el encanallamiento?

La ejemplaridad no puede ser antipática. No puede ser incompatible con fallar, equivocarse y corregirse. Los seres humanos somos la lenta gestación del ejemplo póstumo. Ese es el balance de la ejemplaridad pública, que se hace al final de la existencia y no cuando dejas de pagar por olvido una cuota de la seguridad social y se te expulsa de la moralidad.

Me ha recordado a la canción de Silvio Rodríguez: “Al final de este viaje en la vida quedará nuestro rastro invitando a vivir”.

Es lo máximo a lo que podemos aspirar: a que nuestra vida sea recordada como una invitación a la nobleza y la belleza.

"Lo máximo a lo que podemos aspirar es a que nuestra vida sea recordada como una invitación a la noble y la belleza"

No había caído hasta leerle en que la Ilíada y la Odisea, en un tiempo en que todavía no había constituciones políticas, funcionaban como tal. Eran manuales de conducta, Homero atribuía a sus héroes “elementos susceptibles de repetición social”.

Existía una cultura de la ejemplaridad aunque nadie hubiese teorizado sobre ella. Esos héroes que usted menciona no son como los de Tolstoi o Dikens. Los héroes griegos encerraban con su conducta un tratado sobre cómo hacer las cosas: cómo cazar, cómo hablar a las mujeres, cómo comportarse en la asamblea, cómo dirigirse a los dioses, cómo ser noble en el combate.

No había catecismos ni ensayos, pero la ejemplaridad se enunciaba en esos comportamientos concretos que, precisamente por ser ejemplares, eran universales. Los héroes griegos invitaban a la repetición. La Odisea era un gran ejemplario de comportamientos a repetir.

Javier Gomá es autor de una tetralogía sobre la ejemplaridad. Uno de los tomos versa sobre la ejemplaridad pública.

Javier Gomá es autor de una tetralogía sobre la ejemplaridad. Uno de los tomos versa sobre la "ejemplaridad pública". Sara Fernández

Hemos venido a hablar de ese gran atentado contra la ejemplaridad que sucede en el Congreso cada semana. Usted suele practicar el “escurrobultismo”. Si da esta entrevista, supongo, es porque concibe que la situación se ha ido de las manos. Ya no hablamos de políticos saltándose un semáforo en momentos puntuales, estamos hablando de un clima; de un mal de nuestro tiempo.

Los que llevamos mucha juventud acumulada no tenemos tan lejanos los últimos años de Felipe González, que fueron de gran crispación social. Después vino el atentado del 11-M, que varió el sentido de las encuestas y, tras un acto violento, se produjo un cambio de gobierno no previsto.

En la era Rajoy, un chaval dio un puñetazo al presidente del Gobierno y lo captaron las cámaras. La violencia verbal es recurrente en el ambiente político. La novedad es que, hoy, esa violencia verbal en la política está teñida de gran vulgaridad.

El otro día escribió en su cuenta de Twitter este aforismo: “La política actual genera antipolítica. La única manera de conservar conciencia política es separarse de la política”. Esto, dicho por alguien que jamás ha merodeado posturas antisistema, da una idea de la gravedad de la situación.

Hoy, seguir lo que se dicen entre los distintos partidos lleva a la antipolítica. Es un espectáculo que desmoraliza mucho. Recomiendo una media distancia con lo que hace la clase política, pero no para ser un despreocupado. Al contrario, para poder mantener la conciencia política.

Defíname lo que ve en el Congreso de los Diputados cuando pone la televisión. ¿Cuáles son las escenas o sucesos que más le sublevan? Ha aportado como novedad que esa violencia verbal la había detectado en otros momentos, pero no con esta vulgaridad.

A medida que pasa el tiempo, una de las habilidades que uno debe desarrollar con mayor perfección tiene que ver más con lo que no hace que con lo que hace. Por ejemplo, he desarrollado un instinto sobre los libros que no quiero leer y las películas que no quiero ver. Entre las cosas que no hago, he incluido lo que acaba de mencionar: seguir con detalle lo que ocurre en el Congreso. Me aplico esa distancia de la que le hablaba.

Voy a cumplir 59 años. Practico la ingenuidad aprendida. Intento mantener vivo el entusiasmo pese a las experiencias heladoras. Le pongo un caso extremo: mantener vivo el entusiasmo por la vida a pesar de la orfandad, de la muerte de los padres. A mí, el espectáculo del Congreso me produce un efecto helador. No lo veo. Me informo después. No seguirlo me permite mantener viva mi conciencia política.

En directo impacta más porque son muy frecuentes las muecas, los gritos de quien no está hablando, las palmas, los golpes en la bancada…

La vulgaridad es la espontaneidad no educada. En las violencias verbales de épocas anteriores, se mantenía cierto código de conducta. Lo de hoy es muy vulgar: una espontaneidad sin códigos, sin frenos, sin educación.

Si uno va por la calle y se topa con un macarra, el educado siempre lleva las de perder. Porque el macarra se puede permitir cosas que no se puede permitir el educado. Ante esa vulgaridad extrema de la que hablamos, sólo la media distancia nos permite salir indemnes de la contaminación.

"En la violencia verbal del Congreso en otras épocas se mantenía cierto código de conducta"

Estamos volviendo a una lógica bipartidista, pero PP y PSOE no renuncian al tono que trajeron los extremos. Se echan la culpa unos a otros de la violencia verbal. A usted, como buen escurrobultista, le llamarán equidistante. ¿Divide salomónicamente esa culpa o hay unos más culpables que otros?

Me declaro equidistante entre los que son equidistantes y los que no lo son. La vulgaridad es, en realidad, un estado general de la cultura contemporánea. No tiene por qué ser negativo. La vulgaridad es la hija fea de dos padres hermosos: la libertad y la igualdad. La sociedad contemporánea es muy vulgar, pero la entiendo como un paso provisional hacia algo mejor.

En los años ochenta, vivíamos una vulgaridad incipiente, que convivía con una cultura aristocratizante. Hoy nos hallamos inmersos en una vulgaridad rampante. La vulgaridad es la cultura oficial de las instituciones. Un ministro se expresa de manera vulgar. Y todos bailamos esa música vulgar que viene de Latinoamérica, el reguetón. Tiene algo de regresión psíquica.

Vulgaridad más inestabilidad.

Lo que ocurre en el Congreso es el resultado del estado general de la cultura. Y si combinamos esa vulgaridad con la inestabilidad propia del momento de hoy… Porque imagine una cosa: si PP y Vox hubieran gobernado, habría una oposición feroz, pero también una cierta estabilidad.

El Gobierno necesita apoyarse en grupos hostiles a la oposición. Lo hace el mismo gobierno que negó que pactaría con ellos. Si uno mezcla el afloramiento de la violencia verbal, la vulgaridad y la fragmentación de los apoyos… Nos sale un estado de la política verdaderamente incómodo.

La ejemplaridad es un concepto presente en toda la obra de Gomá, incluso en su dramaturgia.

La ejemplaridad es un concepto presente en toda la obra de Gomá, incluso en su dramaturgia. Sara Fernández

Una persona de poca cultura que tuviera que ir al Congreso se obligaría a sí misma, por el impacto del lugar, a adoptar el mejor tono posible, la mejor educación posible. Con los diputados de hoy ocurre justo lo contrario: son cultos y educados, tienen una buena formación, pero eligen un tono maleducado. Fuera del Congreso son educados y dentro maleducados. El fenómeno sucede a la inversa.

Sí, es verdad. Ya no se dice tanto aquello de… “He ganado las elecciones, soy el presidente de todos y voy a gobernar para todos los españoles”. Vivimos un cierto resfriado en lo que se refiere al interés general. Yo gobierno para los míos y hablo para enardecer a los míos. Eso hace que sea especialmente visible la dialéctica amigo-enemigo. El que dice la mayor chulería, la mayor guapeza, es el que más ovaciones cosecha y el que más seguidores obtiene en Twitter, como le ha pasado a un ministro.

La teoría que acaba de exponer tiene un reverso práctico: vemos en el Congreso que, cuando habla el suyo, escuchan con atención para poder aplaudir. Cuando habla el de enfrente, cogen el móvil, sacan un libro, revisan papeles… ¡he llegado a ver hasta cómo uno se ponía los cascos!

Es un menosprecio al adversario: “Ni siquiera te presto atención”. El interés general ya no es de interés general. Los políticos piensan en los suyos. Los partidos de los extremos han secuestrado a los partidos que estaban destinados al centro. Desde la Transición, el centro era el lugar donde se ganaban las elecciones. El PP y el PSOE buscaban ganar ahí. Eso ocasionaba cierta confluencia.

Ahora, los dos grandes partidos están todo el tiempo examinándose: si no son leales al extremo, son "la derechita cobarde" o "el PSOE del 155". Han pasado de conquistar el centro a intentar aprobar el examen del extremo.

Convenimos, entonces, en que los políticos están siendo maleducados en el Congreso a sabiendas de que lo están siendo. Lo que nos puede empujar a concluir un punto para el pesimismo y otro para el optimismo: actúan así a sabiendas, pero, porque saben, pueden corregirlo cuando quieran.

Estoy convencido de que los grandes progresos de la civilización son los conseguidos en el siglo XXI. Sin embargo, todos esos bienes que hacen de la actual la mejor época de la Historia universal en Occidente son muy frágiles. El progreso material y moral es reversible.

La democracia es algo que se ha conquistado como resultado de una inteligencia colectiva extraordinaria. En este caso, la cultura occidental. Es muy vulnerable. La vulgaridad política produce desafección y acaba llevándonos a descuidar estas conquistas.

Un párrafo de su libro para la esperanza: “En tiempos de crisis, quienes sufren sus consecuencias alivian su dolor protestando contra la plaga de ejemplos sin ejemplaridad que, según ellos, domina la sociedad, y reclaman con insistencia regeneración a la voz de ‘escándalo, escándalo’, imitando el grito de los vendedores callejeros de periódicos (...) Cuando se considera el asunto con cuidado, cae uno en la cuenta de lo opuesto: la misma indignación que los tiene tan sobresaltados demuestra que el ideal de la ejemplaridad sigue en sus conciencias tan vivo como siempre, pues es precisamente el contraste entre la realidad observada y ese ideal que los denunciantes tienen en mente lo que enciende su rabia y alimenta su queja”.

La crítica sin ideal es criticona. La crítica sana es aquella que nace del ideal que tienes en la conciencia y en relación a lo que ves. Si no hay algo en tu cabeza que ejerza como contraste ante esto de lo que estamos hablando, eres un criticón dedicado a la desmoralización y a la desesperanza. Si la gran mayoría está escandalizada y molesta ante lo que ve en el Congreso es porque tiene en la cabeza un ideal superior que le empuja a pedir un cambio.

"Si la gran mayoría se escandaliza ante lo que sucede en el Congreso es porque tiene en la cabeza un ideal de ejemplaridad"

La barrera entre ejemplaridad y beatería es delicada. Me viene a la cabeza el régimen de sacerdotes de Juego de Tronos que lleva la ejemplaridad al paroxismo y acaba restringiendo la libertad del ciudadano. Una vez leí acerca de la “eisangenia” en la antigua Grecia. Todo ciudadano estaba obligado a denunciar un hecho detestable y el detestado podía acabar desterrado o ejecutado.

Muchos de los grandes héroes griegos fueron expulsados. Esa es una ejemplaridad antipática. La ejemplaridad verdadera es conflictiva. El bien siempre genera problemas. A lo largo de la Historia, los mejores representantes de la virtud acabaron de manera violenta: Sócrates, Jesús, Gandhi, Luther King… El bien genera violencia y es normal. Porque el bien es una propuesta de cierto idealismo. Ante ella, tienes dos posibilidades: imitarla pagando un gran coste personal u odiarla. Cuando odias el bien, muchas veces acabas ejerciendo la violencia.

Un político debe ser ejemplar en público y privado, pero una democracia liberal debe impedir que se escrute la vida privada de los políticos en busca de faltas de ejemplaridad. La democracia liberal se asienta sobre esa paradoja.

Hay que distinguir entre el aspecto moral y el aspecto jurídico. En el aspecto jurídico, todos los hombres tienen derecho a la vida privada y a la propia imagen. Los políticos tienen derecho a que no se interfiera en su vida privada. Pero lo cierto en lo jurídico no es cierto en lo moral.

En lo moral no existe la vida privada. Estamos destinados a generar buen o mal ejemplo en todos los ámbitos de la vida. En el ámbito moral no puedes comportarte, como en el derecho, "sin perjuicio de tercero". Tu manera de actuar es siempre una propuesta de nobleza o de vulgaridad.

Hoy hemos cruzado la barrera: los políticos bucean en la vida privada para destruir a sus adversarios. Pero, ¿qué pasa cuando encuentran esas noticias y se publican? Me vienen a la cabeza el presunto fraude fiscal del novio de Ayuso o las reuniones de Begoña Gómez con empresarios a los que iba a rescatar el Gobierno. Incluso el Gobierno se hizo eco de una información falsa que implicaba a la pareja de Feijóo.

La política hoy es esa lucha amigo-enemigo. El político hace todo lo que puede, principalmente de manera legal, para obtener el poder. Subrayo lo de “principalmente”. Los medios de comunicación son empresas que hacen todo lo que pueden para prosperar. Tanto la política como los medios, con sus propias leyes de funcionamiento, dependen de la ciudadanía. Si esa ciudadanía es ilustrada y castiga determinados comportamientos políticos y desestima determinadas informaciones de los medios, esos comportamientos y esas informaciones dejarán de existir.

Un momento de la entrevista.

Un momento de la entrevista. Sara Fernández

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? En el siglo XIX y la primera mitad del XX, había mucha más violencia en el Congreso, incluso física, pero también mucha más brillantez en la oratoria: fueron diputados Unamuno y Ortega. Con la Transición, la violencia descendió muchísimo, descendiendo también un grado la brillantez. Hoy, aumenta progresivamente la violencia y la brillantez está por los suelos.

Tengo una tesis sobre esto que produce bastante insatisfacción. Cuando los países atraviesan una crisis muy grande, la política profesional reclama la colaboración de los mejores. Uno repasa quién se dedicaba a la política en la Transición y emergen figuras de primer nivel. Ahora que la democracia está consolidada y que la política es un reparto relativamente teatral…

¿A qué se refiere?

El 90% de los Presupuestos Generales del Estado no varía si gobierna el PP o el PSOE. Ni el PP va a quitar la educación pública ni el PSOE va a acabar con la educación privada. Ni el PP va a aumentar el concordato con la Santa Sede ni el PSOE va a anularlo. Ni el PP va a recuperar el servicio militar obligatorio ni el PSOE va a disolver el ejército. La inmensa mayoría del presupuesto de la nación se mantiene con indiferencia si gobierna el PP o el PSOE.

¿De qué va la política, entonces? Tiene algo de espectáculo en busca de generar la alternancia y eso disuade a los mejores talentos. El talento es finito. Si usted me pregunta, hoy prefiero que el talento esté en la ciencia, la empresa y el arte. Cuando el Estado necesitó a los mejores, tuvo a los mejores.

¿Quién está hoy en la política, entonces?

Políticos profesionales que fuera de la política no serían muy significativos. Cierta vulgaridad de la clase política indica un buen momento de la sociedad.

"Puede parecer contradictorio, pero cierta vulgaridad de la clase política indica que los mejores están en la empresa, el arte y la ciencia"

Eso nos llevaría a un eterno retorno: cuando el talento se escapa completamente de la política, los políticos profesionales nos empujan a una situación de crisis… hasta que la nación vuelva a requerir a los mejores.

Ojalá no lleguemos a ese punto.

¿La vulgaridad parlamentaria se ha alcanzado con el lema igualitario del ‘nadie es más que nadie’? Como todos somos iguales, no hay una élite ejemplar a la que mirar. Usted cita a Machado y el “Juan de Mairena”.

El gran hallazgo de la cultura occidental en la segunda mitad del siglo XX es la dignidad igualitaria. Antes existían muchas dignidades. Hoy sólo existe una, la igualitaria: los hombres merecen la misma dignidad sea cual sea su talento y sean cuales sean sus creencias. Eso no había ocurrido jamás en la Historia. Esa intuición tan poderosa está en el principio de la democracia.

La democracia liberal, como sistema político, es el final de la Historia. Cualquier alternativa es una regresión. Eso no quiere decir que la democracia liberal sea el paraíso, claro que es susceptible de mejora y reforma. Pero no hay que cambiar el sistema. De momento, vivimos en una vulgaridad extrema. Pero, como le decía, es un punto de partida hacia una mayoría selecta, o así quiero creerlo.

Una frase lapidaria suya: “El mal ejemplo absuelve la vulgaridad ambiente infundiendo sobre ella una influencia sedante”. Refleja a la perfección lo que ocurre en los grupos parlamentarios. Los diputados aplaudiendo las barbaridades de sus oradores.

Si antes le decía que la ejemplaridad genera conflictos, ahora le digo que la vulgaridad legitima comportamientos. Usted y yo somos vecinos y su mujer es testigo de cómo yo soy un padre perfecto. Eso le genera a usted un problema. Ahí, o usted me imita o usted me odia. Pero si yo soy su vecino y soy egoísta, tacaño y zafio, quedará legitimada su propia zafiedad a ojos de su mujer. La vulgaridad tiene un efecto de desmoralización social en la política.

Usted, que es filósofo, lee a Platón, Aristóteles o Séneca para aprender a escribir. Nosotros, los periodistas, leemos a Fernández-Flórez o a Azorín para aprender crónica parlamentaria. Estamos a años luz de eso, pero son lo que usted llama "ideales de perfección". ¿No leen nuestros diputados discursos de De Gaulle o de Kennedy para soñar la perfección de su oficio?

Por templar nuestro enfado, conviene decir que comparamos cosas injustas: la realidad que es imperfecta con el ideal. Cuando usted habla de De Gaulle, está hablando del De Gaulle ideal.

"Para poder apreciar la belleza de la democracia liberal, hay que situarse a una media distancia"

Por supuesto, De Gaulle tuvo sus oscuridades. Pero hablo de un ideal, de una aspiración.

Le pongo un ejemplo: si vamos al Museo del Prado y nos ponemos a tres centímetros de Las Meninas, vemos manchas en el lienzo. Es lo que pasa si nos colocamos muy cerca de la realidad. Para poder apreciar la belleza de la democracia liberal, hay que situarse a una media distancia. La cercanía excesiva nos lleva a reparar en las manchas del lienzo.

Javier Gomá escribió una obra de teatro sobre la muerte de su padre titulada Inconsolable.

Javier Gomá escribió una obra de teatro sobre la muerte de su padre titulada "Inconsolable". Sara Fernández

Sobre la ejemplaridad del presidente, asegura que la amnistía es una “mancha que le perseguirá dondequiera que vaya”: “Se dirá que por interés personal empobreció el Estado de Derecho”.

Sí. Así lo escribí.

Y lo escribió porque dijo que, en el futuro, le remordería la conciencia haber callado ante la amnistía.

Soy escurrobultista militante y pertinaz. No me gusta la actualidad política. La vocación literaria te empuja al medio y al largo plazo. No me gusta interrumpir el trabajo para centrarme en la espuma de la actualidad política. La actualidad es lo que nos lleva unas horas y la realidad es lo que nos lleva años o incluso una vida entera. Pero hay veces que no puedes ser contemporáneo de determinados hechos políticos sin decir una palabra. Me pasó en octubre de 2017 y me ha vuelto a pasar con la amnistía.

Porque la amnistía no es “actualidad” en el sentido que usted dice, no es letra pequeña. Estará en los libros de Historia cuando se estudie este presente.

Esta amnistía perjudica a la democracia como un lugar digno de ser vivido. Esta amnistía es una mancha para una democracia relativamente joven como la española.

A usted le preocupa mucho que Sánchez, con esta ley, anime a sus adversarios a hacer lo mismo: promover leyes de tanto calado y en contra de una mayoría social con tal de mantenerse en el poder.

El decoro significa más o menos lo mismo que la ejemplaridad. Y el decoro es la virtud que frena nuestros apetitos más primarios. Por ejemplo, nos puede apetecer comer con las manos, pero no lo hacemos por decoro. En la Edad Media, las sillas en el comedor tenían un agujero para que los señores comieran y descomieran en el mismo acto.

El progreso nos llevó a pensar que era mejor que la gente se retirara para descomer. Una cosa se hace en público y otra en privado. El gran motor del progreso civilizatorio es el asco. La gente se retiró al retrete porque se empezó a sentir asco. Los derechos fundamentales se inventaron porque daban asco determinados atropellos. La amnistía es una mancha, una falta de decoro y una desinhibición de la voluntad de poder.

Dice que la amnistía es ilegal, inmoral e inoportuna. ¿Por qué tiene tan claro que es ilegal? Habla ahora como letrado del Consejo de Estado en excedencia.

A mí me parece mal derogar el delito de sedición, pero es legal hacerlo. No tengo nada que reprochar desde el punto de vista jurídico. La amnistía significa derogar la ley para absolver a determinadas personas que han cometido un delito, pero no para todas las personas. Lo que hicieron sigue siendo un delito para todos menos para ellos. Kant decía que el pecado consiste en aplicarse la excepción. Un “privilegio”, etimológicamente, significa “ley privada”. Me parece inmoral e inconstitucional.

El Gobierno habla de la amnistía de 1977 y de amnistías sucedidas en otros países.

Todas las amnistías que me parecen moral y jurídicamente defendibles han tenido lugar en un mismo contexto: transiciones de dictaduras a democracias, transiciones de países colonizados a países descolonizados. Es el paso de un régimen ilegítimo a uno legítimo. En esos casos, la amnistía me parece bien porque supone levantar las sanciones adoptadas por un régimen ilegítimo.

En el 77 se amnistiaron comportamientos sucedidos en dictadura. Aprobar una amnistía en una democracia es sugerir que nos encontramos en transición de un estado ilegítimo a otro legítimo. Es curioso: el presidente apoyó la aplicación del artículo 155 en Cataluña.

Javier Gomá, en la Fundación Juan March, institución que dirige.

Javier Gomá, en la Fundación Juan March, institución que dirige. Sara Fernández

En 2009, cuando publicó “Ejemplaridad pública”, había varios casos de corrupción juzgándose en España. Hubo un tiempo, tras la crisis del bipartidismo, en que pareció que aquello había quedado atrás. Pero no, me temo que van a volver a tener que reeditarle y usted añadir un epílogo. Le propongo una sugerencia: “A Koldo, por ayudarme a reeditar este tratado de la ejemplaridad”.

En otra ocasión me dijeron que lo dedicara a la corrupción del PP en Valencia. Quizá deba dar las gracias a algunos de ellos por poner mis libros de actualidad [se ríe]. “Ejemplaridad pública”, de hecho, se ha reeditado no hace mucho.

Está de moda lo retro: en la música, en la ropa, en tantas cosas. Parece que en la corrupción también: este caso tiene los mismos mimbres que la corrupción de los ochenta. La prostitución, las drogas.

En general, lo fácil es corromperse. No tienes que hacer nada especial para corromperte más allá de seguir tus instintos. El milagro es lo contrario. El milagro es la virtud porque requiere talento y una continua innovación. Que la corrupción siga siendo vulgar no me llama la atención, es lo propio de lo corruptible. Pero la creatividad siempre tiene eso que Stendhal llamaba “promesa de felicidad”.

Pese a todo, España funciona de maravilla. Usted suele hablar del misterio de la “obediencia masiva”. Unos pocos mandan, sin ser los mejores ni miembros de una élite, y la inmensa mayoría obedece. ¿Por qué? [Acaba de publicar sobre este asunto, en Arpa editores, un libro de conversaciones con Pedro Vallín]

Claro, ¡por qué obedece la gente! La gran pregunta. En resumen: por una visión culta y un corazón educado. En una democracia, originalmente, los ciudadanos se obedecen a sí mismos. Eligen a unos representantes y los van cambiando. La viabilidad del proyecto democrático liberal depende de la actuación de sus propios miembros, no de una autoridad minoritaria.

La gente expresa permanentemente su descontento pero, con todo, somos los mejores de la civilización occidental. Vivimos la mejor era de la Historia del mundo. Protestamos, nos enfadamos y somos muy vulgares, pero en el fondo sabemos que atravesamos el mejor momento de la Historia y no queremos quebrarlo.

Quedamos salvados, entonces, por el misterio, como en un dry martini.

Dejemos que haya un poco de misterio.