Todo por la Corona: dentro de la obra de teatro que cuenta la verdad no oficial de Juan Carlos
Alfonso XII, Alfonso XIII, don Juan, Juan Carlos I... Ignacio Amestoy publica 'Todo por la Corona', el libro que recoge sus obras de teatro sobre las tramas de amor, ambición y dinero de la monarquía.
2 junio, 2024 03:33El hombre que saluda a las puertas de esta casa que está en Madrid pero que parece estar en un pueblo va a enseñarnos muchas cosas. Es una casa agradable, de sol y jardín, amplia pero con mesura. Como para un rey en el exilio.
Se trata de dejar todas esas cosas por escrito con la mayor precisión posible. Le afectan a él, que nos ofrece un vaso de agua contra el calor; y nos afectan a nosotros. Le afectan a usted, suscriptor. Y también a usted, lector que está a punto de suscribirse. Nos afectan a todos los que tenemos DNI español y estamos subordinados a la jefatura del Estado. Hemos venido a hablar de la monarquía.
Este hombre se llama Ignacio Amestoy (Bilbao, 1947) y, al poco de tomar asiento en un sillón, nos dice que la democracia y el teatro se parecen en "la necesidad del conflicto". Escribir una obra de teatro es buscar un "punto de conflicto". Si se trata de los reyes de España, ese punto es inevitablemente la tensión entre la verdad oficial y la verdad no oficial.
Como concluiremos al salir de esta casa, Felipe VI paga la hipoteca no sólo de su padre, sino de su abuelo, su bisabuelo y hasta su tatarabuelo. Es una hipoteca pesada, pero también una herencia sugerente. No hablamos de dinero. O no solo. Hablamos sobre todo de una monarquía parlamentaria.
–¿Por qué tiene tan claro que existe un denominador común entre todos ellos?
–Quien nace para reinar es educado en el "todo por la corona". Eso admite la mentira, que se va repitiendo en todas las monarquías, en todas las dinastías. Es paradójico porque esas mentiras, cuando se descubren, lastran la institución, pero al mismo tiempo la han ido salvaguardando.
Amestoy lleva toda una vida escribiendo lo que los expertos llaman "teatro documento". Consiste en recopilar la mejor documentación posible sobre un suceso y darle forma hasta convertirla en obra.
Nos volvemos a levantar del sillón. Paseamos por la biblioteca y el despacho para aprender en carne mortal qué es eso del teatro documento: hay carpetas, papeles crujientes y amarillos, vídeos, dosieres. Con todo eso, Amestoy ha escrito cuatro textos: uno sobre Alfonso XII, otro sobre Alfonso XIII, un tercero sobre don Juan y un cuarto acerca de Juan Carlos I. Acaban de publicarse juntos con el título "Todo por la Corona" (Cátedra, 2024).
Además de los propios documentos, el autor ha empleado fuentes directas, entre las que debemos reseñar entrevistas off the record con algunos hijos bastardos de los reyes y un puñado de agentes secretos de la Casa Real en el franquismo y el estreno de la democracia.
Es fascinante este Amestoy. Estuvo a las órdenes del primer asesino de ETA. Habló y se movió al dictado de Txabi Etxebarrieta... cuando Etxebarrieta todavía no era terrorista. Fueron amigos de facultad. Prepararon juntos una obra de Ibsen. Se titulaba, ¡vaya prólogo!, "Un enemigo del pueblo".
Después, Amestoy, que había estudiado Económicas, se fue a Pamplona a hacer Periodismo. Y se quedó allí como redactor jefe de El Pensamiento Navarro, que por mucho que a algunos les subleve es una conjugación perfectamente posible. Cuando lo de Montejurra, el director se había ido a Estados Unidos y Amestoy se quedó de director. Son dos rasgos que no tienen que ver con lo que ahora nos ocupa, pero que dan cuenta de que la propia vida del entrevistado es materia de "teatro documento".
Mientras volvemos al plató que hemos improvisado en el centro del salón, Amestoy nos explica con su voz de tenor cuáles son los principales ingredientes de esa tensión entre verdad oficial y verdad no oficial que ha descubierto en la monarquía de la España reciente.
Básicamente: la tensión por la sucesión (la obsesión de que naciera un varón empujaba a los reyes a cierto delirio), la tensión amorosa (con la excepción de don Juan y Felipe VI, explica en buena parte el devenir de la Corona) y la tensión democrática (conforme pasaban los años, quienes habían "nacido coronados" se encontraban ante la tesitura de tener que modernizar la institución para sobrevivir. Y eso, casi siempre, suponía la pérdida de privilegios).
Con ese triángulo, Amestoy nos va a explicar todas esas cosas que avanzábamos y que no pueden narrarse mediante el periodismo o el ensayo. La Corona es un drama, y como tal, necesita de la dramatización para que su verdad no oficial cobre visos de verosimilitud.
Empecemos por Juan Carlos I, "un camaleón en el desierto".
–¿Por qué un camaleón, Ignacio?
–Porque todos los reyes, en cierto modo, son camaleones que deben someter a sus súbditos a un juego de engaños para sobrevivir en el poder. Y en el desierto porque ahí está y, de momento, no parece que vaya a regresar pronto.
Dice Amestoy que Juan Carlos ha sido un camaleón en tres ambientes diferentes: la dictadura, el 23-F y el amor.
Con Franco
En aquel tiempo, el joven príncipe debía parecerle un hombre a Franco y otro totalmente distinto a su padre.
En las páginas de Amestoy está muy bien reflejada esa dualidad a través de escenas concretas. Fue un proceso complejo que requirió una gran habilidad de Juan Carlos I. Al dictador le hacía creer que estaba encantado con instaurar la monarquía del 18 de julio fiel a "los principios del Movimiento". Y a su padre le intentaba hacer creer que su intención era implantar la monarquía democrática que había aprendido en casa.
Son profundas las tribulaciones de don Juan, cuya obra lleva el título de "El Borbón rojo". Vemos a un hombre a bordo de una cinta de correr, que tuvo que caminar mucho... para llegar a ninguna parte. Fue su padre, Alfonso XIII, el que se exilió para dar paso a la República.
Desde ese momento, don Juan trató de buscar la manera de restaurar la monarquía. Su primer gran intento llegó en 1936, cuando cruzó la frontera y entró en España para combatir del lado de los franquistas. El naciente dictador lo expulsó de nuevo a Francia. No quería otorgarle carisma ni protagonismo. Porque, ¿qué hubiera ocurrido si don Juan hubiese ganado la guerra?
En el exilio, el conde de Barcelona halló, poco a poco, el favor de quienes querían derrocar la dictadura. Y, de pronto, la monarquía de don Juan se convirtió en una especie de término medio donde comenzaron a confluir los partidarios de la democracia. Todos los "rojos". El Borbón rojo. Hijo de rey, padre de rey. Nunca llegó a reinar.
Se nos aparece don Juan con los dragones tatuados en los brazos, eterno conspirador, a veces acomplejado por su "cobardía", aunque incide Amestoy que era demasiado cruel consigo mismo: "No tenía margen de maniobra".
–Me ha sorprendido mucho este dato: pasan casi diez años desde la designación como sucesor de Juan Carlos (1969) y la abdicación de don Juan (1977). La tensión padre-hijo debió de ser constante y desagradable.
–Además, Juan Carlos no quiso dar ningún boato a esa abdicación, que se produjo en Zarzuela, sin representación de las Cortes. A mí me pareció una humillación. Don Juan estuvo marginado con Franco, pero de alguna manera también con Juan Carlos.
–¿Se sintió Juan Carlos culpable? Relatas el momento en que decide que la urna con las cenizas de su padre lleve el título de "Juan III", pese a que nunca lo fue.
–Puede que sintiera culpabilidad. También hubo una presión muy fuerte por parte de los miembros del consejo privado de don Juan, entre ellos Luis María Anson.
Amestoy no da pábulo en sus obras a esa teoría de la conspiración según la cual Juan Carlos mató intencionadamente a su hermano Alfonso. Esto es teatro documento y las fuentes fiables consultadas muestran un accidente.
Pero sí hay una derivada interesante que aborda Amestoy y que apenas se menciona hoy: ¿cómo era el infante Alfonso? ¿Qué quería hacer de él su padre?
–Cuenta.
–Don Juan sentía que Franco le había robado un hijo. Entonces, le hacía mucha ilusión que Alfonsito pudiera convertirse en el pretendiente legítimo de una monarquía democrática. Cuando ocurre el accidente, nada hacía prever que pasaríamos de la ley a la ley. Asomaba una monarquía franquista. Don Juan quería que Alfonsito, cuando él no estuviera, se convirtiese en la alternativa.
–Pero tenía catorce años. No dio tiempo a que se conocieran el talante y las intenciones de ese niño, ¿no?
–Era muy bueno en los deportes. Superaba a su hermano Juan Carlos. Y te cuento una anécdota muy ilustrativa. Un día fueron a El Pardo a ver a Franco. Le preguntó el dictador a Alfonsito: "¿Qué quieres ser de mayor?". Él contestó: "Cuando muera mi hermano, rey".
Los socialistas
Don Juan dejó una lección para Juan Carlos que él había recibido de Alfonso XIII: "A la monarquía solo pueden salvarla los socialistas". Había que ser rojo para reinar. La derecha en España –incluso las que dieron los golpes del 23 y el 36– era monárquica. Aquí no calaban los movimientos fascistas. Primo de Rivera fue un dictador monárquico y Franco también, por mucho que se muriera en la cama.
¿Y si Carmencita hubiera sido un varón? "Creo que hubiera dado igual. Franco era monárquico y quería que, tras su muerte, hubiera un rey de la dinastía Borbón. Es lo que pienso".
Don Juan vio cómo los socialistas sostuvieron a su padre en 1923: importantes dirigentes del PSOE apoyaron la dictadura y eso le otorgó cierta legitimidad social. Después, en 1931, los socialistas abrazaron las tesis republicanas y la Corona se hundió. Finalmente, en la Transición, Felipe González eligió al Rey y Juan Carlos reinó.
"Porque es muy importante una cosa. Don Juan Carlos sintió que era un rey legítimo en 1982, cuando gana el PSOE y se consolida la alternancia, no con la Constitución de 1978, que ya le daba esa legitimidad en la teoría", dice Amestoy.
En la obra de la tetralogía correspondiente a Juan Carlos, aparece el ya Emérito aconsejando a su hijo que cuide a los socialistas. Y es cierto: hoy, el PSOE de Sánchez, por fría que sea su relación con Zarzuela, se declara inequívoca e institucionalmente monárquico y eso hace que la Corona no esté en riesgo.
El 23-F
El segundo, el 23F. Aquel episodio fue otro claro ejemplo –relata el dramaturgo– de cómo Juan Carlos jugó "a dos barajas" hasta el final. El camaleón. Porque dio coba al general Armada cuando éste le criticaba la "insostenible" situación en la que se hallaba España por la "inoperancia de Suárez" frente a ETA. Y le hizo entender que, en caso de producirse un golpe militar, autorizaría que él, Armada, pudiera reconducirlo cual cirujano de hierro, cual De Gaulle.
Amestoy asegura que Juan Carlos no sabía lo de Tejero. Fue un engaño de Armada, que a su vez jugó a dos barajas. Logró el apoyo de Juan Carlos para reconducir un posible golpe... que estaba preparando él mismo.
El amor
El tercer papel camaleónico de Juan Carlos quizá haya sido el más prolongado: el amor. El príncipe y después rey era, como su abuelo y su bisabuelo, tremendamente mujeriego. Eso era incompatible con el otro papel que debía encarnar: el de hacedor de un matrimonio estable.
Relata Amestoy que, ya en el viaje de novios, el entonces príncipe tuvo "escarceos" y que se lo contó a Franco.
–Pero, ¿cómo que se lo contó?
–Sí, al volver, le dijo que eso había pasado y que tenía dudas, que quizá se había equivocado casándose. Franco le dijo que se olvidara de eso y que tuviera hijos.
–Pues sí que tenía confianza con Franco...
–No, lo que pasa es que el régimen tenía muy buenos agentes secretos. Franco ya sabía de sobra cómo era Juan Carlos.
–Cuentas que la ruptura definitiva con doña Sofía llega en el 92.
–Sí, justo antes de las Olimpiadas. Ahí ya la Zarzuela se divide en dos partes, una para cada uno.
–Corinna.
–Juan Carlos llegó a pedirle la mano hasta en tres ocasiones. Es más: le pidió la mano incluso al padre. De entre todas las mujeres en la vida del rey, creo que Corinna ha sido la más importante, la que más le ha llenado. Estuvo dispuesto a divorciarse para casarse con ella. Porque Corinna no sólo era una amante.
–Sostienes la teoría de que, además, desempeñó de la manera que pudo el papel que desempeñaba en los inicios Manolo Prado. Agente de negocios privados.
–Exacto. Manolo Prado era su asesor financiero, su hombre para todo, desde los años cincuenta. Le hizo de enlace principalmente con el mundo árabe. Corinna, al afianzarse como pareja estable del rey, empezó a hacer esa labor de gestión de los negocios privados.
Una de las cuestiones mejor retratadas en el trabajo de Amestoy es el amor. "Las consecuencias del amor", podríamos decir citando el título de la película de Sorrentino.
Amestoy sabe de lo que habla porque es un hombre enamorado. Cuando hemos llegado a su casa, antes de enseñarnos su obra, nos ha mostrado con mucho detalle la de su mujer, Esperanza d'Ors, que es una escultura sensacional. Hemos visto el taller, su manera de trabajar y, como Ignacio, nos hemos enamorado de ella. También sabe Amestoy del amor porque una de sus obras más bonitas es la que nació de las cartas que se enviaban el poeta Miguel Hernández y su mujer, Josefina Manresa.
En el caso de los Borbones, en realidad como en el caso de cualquier ser humano, el amor ha condicionado su labor de jefes del Estado hasta un punto insospechado. Lo hemos visto, hasta este instante, en la influencia de Corinna.
Pero, ¿qué hay de Alfonso XIII? Se casó con Victoria de Battenberg, pero pronto se enamoró hasta las trancas de la actriz Carmen Ruiz Moragas. Cuando la Historia se trenzaba con hache mayúscula –había un golpe de Estado en marcha–, el Rey estaba pensando en qué escribirle a "Carmela", en cómo visitarla sin dejar rastro. Y eso era lo que le determinaba.
Juan Carlos tuvo suerte de haber dejado atrás la tensión por la enfermedad de la sangre que tensionó hasta el extremo la sucesión de su padre. De los cinco hijos varones de Alfonso XIII, sólo hubo dos con la sangre limpia: Jaime y don Juan.
Jaime era mayor, pero tuvo que abdicar –nos cuenta Amestoy– por haberse quedado sordo a los cuatro años en una operación. Antes vinieron Alfonso, el primogénito, y Gonzalo. El primero, con hemofilia, murió en Cuba en 1938. Había renunciado a sus derechos para casarse morganáticamente. Se divorció y volvió a casarse... morganáticamente.
Tuvo un leve accidente de coche en Miami. Por fuera, nada. Pero, por dentro, una hemorragia acabó con él. Lo mismo le pasó a Gonzalo. Estaba en Alemania, tenía 19 años. Un accidente de coche aparentemente leve... y una hemorragia interna acabó con él.
Así nombró heredero a don Juan, pero Alfonso XIII soñó con dar un giro a la sucesión. Quería darle un hijo varón a Carmen Ruiz Moragas, plantarse en el Vaticano, pedir la anulación del matrimonio por habérsele "ocultado" la enfermedad de la sangre y casarse con "Carmela". Le dio, es cierto, un hijo varón, Leandro Ruiz de Borbón, pero primero le dio una niña. Y cuando llegó Leandro ya era tarde.
–Felipe y don Juan son las dos excepciones en la dinastía.
–Sí. No son víctimas de este triángulo amoroso rey-reina-amante que hemos ido comentando.
–Está muy bien contado en el libro el papel de la reina Sofía, que es admirable. No se quiso divorciar pese a ser griega y estar, como quien dice, en un país que no es el suyo. ¿La reivindicamos todo lo que merece?
–Fue educada para ser reina. Es una gran profesional y lo digo en el mejor sentido de la palabra. Incorporó la Historia de España en sí misma cuando se casó y hoy se sigue sintiendo responsable de ella.
El final
De entre las cuatro tragicomedias que integran la obra de Amestoy, la que corresponde al hoy Emérito es la más chusca. Aparece con una camisa hawaiana, unas bermudas...
–Es paradójico, Ignacio, porque de entre los reyes que llevas a escena es Juan Carlos el artífice de la mayor gesta política: la Transición.
–Es cierto. Churchill decía eso de que a los hombres los definen sus finales. Y el final de Juan Carlos está siendo el más tragicómico de todos, pero comparto contigo eso que dices de la mayor gesta.
–A los hombres los definen sus finales... en el final, pero luego la Historia, ¿es justa?
–La Historia, el paso del tiempo, purifica. El camaleónico Juan Carlos ha convertido España en una de las democracias más avanzadas del mundo y eso es lo que quedará en grande. Lo otro será un borrón que a él ya le duele.
–La Historia purificó a Churchill, el propio autor de la frase. Todos lo recordamos como el héroe de la Segunda Guerra Mundial, y no como un político fracasado.
–Es un buen ejemplo. Ocurrirá lo mismo con Juan Carlos. Y creo que será justo que así sea.