Mariano cuenta cómo asaltaron el Banco Central a punta de pistola: "¿El Cesid? ¿23-F? ¡Pero si éramos ladrones y rojos!"
- Mariano tenía 21 años el 23 de mayo de 1981, cuando asaltó el Central de Barcelona junto a otros diez hombres. Fue el atraco más grande de la Historia reciente: casi 300 rehenes, 37 horas y el Gobierno en vilo.
- Acepta relatar su testimonio para desmentir la versión de El Rubio (cabecilla de la operación), que se acaba de convertir en serie de Netflix y que dibuja el suceso como una cortina de humo para hacer desaparecer unos papeles que vinculaban a Juan Carlos I con el golpe de Tejero.
- Más información El asalto al Banco Central, desde dentro: la psicosis del 23-F hizo creer al Gobierno que se enfrentaba a un golpe de Estado.
A su hermano le compraron la moto que quería y a él no. Las grandes averías a veces comienzan así. Una circunstancia anodina, sucedida un día cualquiera, empuja al muchacho a robar la caja de una empresa para comprarse la misma moto que su hermano. Poco después, sin que nada aparentemente grave suceda, acaba atracando el Banco Central de Barcelona a punta de pistola.
Esta es la historia de Mariano, que tenía 21 años, hoy calza 65 y pagó con cárcel aquella fechoría que, "si hubiera estudiado, si hubiese tenido más cabeza", no habría cometido. Lo dice él mismo casi medio siglo después, subido en una furgoneta en los alrededores de Tarrasa.
–¿Ha visto usted la serie?
–Ni la he visto ni la voy a ver. Es tan surrealista lo que cuenta que me da hasta vergüenza. Soy un obrero, un rojo... ¡y resulta que estaba defendiendo a los fachas! ¡El 23-F! Eso no se lo cree nadie.
–¿Y lo de que era una operación encargada por el Cesid?
–Pero, vamos a ver, ¿usted cree que si nosotros hubiéramos visto a los servicios secretos, habríamos salido adelante? ¡Éramos ladrones, coño! Si aparecía la Policía, echábamos a correr.
Se lo cree El Rubio, José Juan Martínez, el líder de aquella banda de atracadores que puso en jaque al Estado durante 37 horas aquel 23 de mayo de 1981. Habían pasado tres meses desde el golpe de Tejero. El Rubio acertó vinculando su robo a la asonada de los guardias civiles. Porque el Gobierno, víctima del síndrome del 23-F, creyó que se enfrentaba a algo parecido y quedó paralizado.
Mariano lleva años escuchando la tesis de El Rubio, que nunca fue "El Rubio" hasta que se lo puso la Policía. Ahora se ha convertido en serie de Netflix. Viene a decir El Rubio: "No era un atraco, entramos ahí por encargo del Cesid para hacernos con los papeles secretos del 23-F, que vinculaban al Rey con el golpe de Tejero".
–¡Estamos locos! ¡Estamos locos! Todo eso es mentira –repite Mariano, hoy un obrero a punto de jubilarse, en el prólogo a esta entrevista.
El guionista de la serie, Patxi Amezcua, ha reconocido que su ficción apuesta todo su relato al testimonio de El Rubio. De hecho, el propio José Juan Martínez hace un cameo en la serie. Esa es la versión que llega a contrarreloj a las casas de toda España y del mundo.
Por eso tiene algo de romanticismo, de historia contada en una hoguera, en un bosque oscuro, cuando nadie mira, el escribir la peripecia de Mariano, que nació en Brenes (Sevilla) y que un día pasó a la Historia como uno de los once atracadores –once fueron– más famosos de España.
Quizá su relato sea la última oportunidad. Dice que, hace un tiempo, un periodista le abordó con las mismas intenciones y que utilizó para convencerlo que él, Mariano, era el último superviviente de la banda de asaltantes. "Se lo prometo, lo he mirado en el Registro Civil. Todos están muertos menos El Rubio y usted".
Mariano comienza su relato con una parquedad y una cotidianidad que se presta poco a la megalomanía. Lo hace después de haber terminado su jornada de trabajo. Regula el tráfico alrededor de las obras. "Tienes tus problemas con la gente, pero si aguantas la presión, es mucho mejor que hacer esfuerzos físicos".
Empecemos por el principio.
Nació un 30 de septiembre de 1959 en Brenes, un pueblecito sevillano. Hijo de José y de Rosario. Cuando la Policía escribió su ficha de atracador tras el asalto al Central, tenía antecedentes por "hurto de vehículos". Él añade que también había robado las cajas registradoras de algunas empresas y algunos bares. Pero vayamos por partes.
Su padre era "ferralla", "de los que ponen el hierro en los edificios": "También hacía otros trabajos para sacarnos adelante". Su madre, como tantas madres, en casa. "No nos faltó nunca de comer. No estábamos para tirar cohetes, pero siempre hubo un plato en la mesa", dice. Cuando él tenía siete años, se instalaron en Tarrasa.
En el colegio, "era un poco golfo". Su padre nunca le pegó, pero un día lo cogió "haciendo campana" y le dijo: "Hijo, sabes que nunca te he pegado". Y le metió un porrazo.
–¿Aprendió usted la lección, Mariano?
–La verdad es que no. Seguí haciendo campana.
Mariano pone continuamente el punto de mira en los estudios. En la ausencia de los suyos y en los que sí tienen sus hijos. Los sitúa como la barrera que puede separarte del mal y acercarte al bien.
No fue un chaval demasiado político. Estaba contra Franco porque veía que la gente tenía miedo de la dictadura. Y porque a su barbero, un tío simpatiquísimo, lo inflaron a palos por lanzar octavillas. Veía a sus tíos participar en algunas manifestaciones.
Y llegó aquel día. El primer robo. Mariano y su hermano querían una moto. A Mariano no se la compraron, pero a su hermano sí. Entonces, se metió "en una empresa" y cogió "el dinero que había en la caja". Se compró su moto. "Hoy las he dejado porque no tengo cabeza y porque no me controlo. Conduzco muy rápido. Así que las he dejado", dice.
Ese fue el problema del primer robo: que salió bien. Una pendiente resbaladiza. Robó en algunos bares por la noche, cuando cerraban. Buscaba alguna ventana, alguna puerta, y entraba. Sin armas, sin demasiadas precauciones. Se llevaban las monedas, los billetes, la comida y el tabaco.
El atraco
Así nos plantamos en 1981. Mariano estaba casado y tenía una hija. A la niña –dice– la tendrían que criar "los abuelos". "La Montse" tiene hoy ya casi 45.
Mariano tuvo la mala suerte de vivir al lado de El Cuevas. Es más: una de las abuelas de Mariano era prácticamente vecina de "El Cuevas". José María Cuevas llevaba una vida aparentemente normal, pero hacía tiempo que pegaba buenos palos con El Rubio. El Cuevas, del mismo barrio que Mariano, fascinaba a los chavales porque tenía otro tren de vida. Mariano –nos cuenta– se proyectó en él, se dejó encandilar.
–El Cuevas le propuso unirse a la banda que asaltó El Central.
–Apenas nos conocíamos porque él era doce años mayor que yo. Sabíamos quiénes éramos del barrio. Un día me propuso participar en el atraco y ya está. Parecía fácil. Haríamos un agujero en la pared, saldríamos por las alcantarillas y nos llevaríamos cien millones cada uno.
–¿Por qué se lo propuso a usted si apenas le conocía?
–Yo era famosillo en el barrio.
–¿Por qué?
–Porque cuando se metían conmigo, yo repartía. Defendía a mis amigos. Ganaba peleas. Y con los mayores no me achicaba. Cuando no te achicas, la gente se echa para atrás.
–¿Y por qué se fio usted de El Cuevas?
–Porque me explicó que llevaban un tiempo atracando y que les iba muy bien. Todo parecía muy fácil.
–Mariano, ¿usted no pensó en los riesgos? Estaba claro que la Policía se presentaría allí con todo en cuanto ustedes entraran. Era un banco muy importante.
–Eso lo sabe usted, que habrá estudiado.
No lo dice con acritud, sino con candor. Una mezcla de ingenuidad y honestidad a partes iguales. Podríamos titularlo como aquel disco de Calamaro, "Honestidad brutal".
Entramos dentro
El mayor atraco de la Historia reciente de España fue, según el relato de Mariano, una chapuza. Cuenta que sucedió "casi de un día para otro". Una semana después de aquella charla, El Cuevas le llevó a conocer al resto.
Fue a la hora de comer del 22 de mayo, apenas veinticuatro horas antes de que se pusieran el pasamontañas. Acudieron a un bar "en la zona de la Rambleta", "al lado de El Rey de la Gamba". No era un reservado, pero sí una especie de altillo al que no podía acceder nadie más: "Allí fue donde conocí a José Juan".
Mariano era, junto al cuñado de El Rubio, el más pequeño de la banda. El Rubio le sacaba a Mariano tres años. Pero, a esas edades, entre los 21 y los 24 media un abismo. Sobre todo si se ha vivido tan rápido. "Yo entré por uno que se había echado para atrás. Ese salvó la vida".
–¿Les dijo algo El Rubio de lo de Tejero?
–No. Eso lo supe al día siguiente, cuando ya estábamos dentro del Central. Con el paso del tiempo, he llegado a creer que eso se lo inventó El Rubio cuando vio que no podíamos salir de ninguna manera, que la pared no era de hormigón, sino de granito, y que no había manera de hacer un agujero.
–Pero el comunicado apareció muy pronto en una cabina de teléfono.
–Lo sé, pero creo que lo maquinó cuando vio que no podíamos salir. No estoy seguro, ¿eh? Pero puede ser.
El Gobierno, paralizado
Sea como fuere, ese golpe de ingenio de El Rubio fue lo que paralizó al Gobierno y a las Fuerzas Armadas. De haberse sabido desde el principio que eran atracadores de barrio y no guardias civiles, los Geos habrían entrado y lo habrían solucionado de un plumazo. Pero, tal y como hemos contado en este periódico a través de miembros de Moncloa, la Policía y el Ejército, eran víctimas de una especie de psicosis provocada por el 23-F. El hecho de que el general Pajuelo confundiera la voz de El Rubio con la del capitán Sánchez Valiente –secuaz de Tejero– hizo el resto. El Rubio tan sólo se dejó llevar.
El Rubio sí explicó que lo de liberar a Tejero a cambio de liberar a los rehenes fue una cortina de humo, pero jamás se ha retractado de la parte más fantasiosa de su relato: entraron para coger los papeles del 23-F, que estaban en una caja fuerte; para sacarlos y librar a Juan Carlos I de su contenido. Fue una operación –según El Rubio y según la serie– dirigida por Emilio Alonso Manglano, el que sería jefe del Cesid.
–¿De eso del Cesid les dijo algo?
–¡Qué va! ¡Es todo mentira! Es un peliculero, un fantasioso, quiere parecer un súper héroe. Vamos a ver: éramos unos chavales de clase obrera que no estábamos en política. ¿Usted se cree que íbamos a hacer una operación con los servicios secretos? ¡Pero si éramos ladrones, coño!
–Entonces, ¿qué fue lo que les explicó El Rubio en aquella comida del día antes?
–Lo que íbamos a hacer, cómo íbamos a salir, cuánto nos íbamos a repartir... Mire, todos los que estuvimos en eso éramos buena gente menos el pringado ese, el José Juan.
Llegaron las nueve de la mañana del sábado 23 de mayo del 81. Mariano se puso el pasamontañas y empuñó la pistola junto a sus diez compañeros. Entraron pegando tiros al techo.
"Yo sólo había manejado armas de crío, lo típico que te encuentras una y vas a probarla al campo. Recuerdo la cara de espanto de toda esa pobre gente. Nosotros les decíamos que tranquilos, que si se sentaban no les pasaría nada", recuerda.
Escogieron a unos cuantos rehenes y los colocaron junto a las ventanas; así la Policía no podía disparar.
–Y usted por dentro...
–Cagado. Todos estábamos cagados. Y más que nos cagamos cuando, al poco de entrar, nos pusimos a picar y vimos que aquello no funcionaba.
–¿Usted fue uno de los que picó la piedra?
–Vaya que sí piqué, pero nada. Era una ratonera, no podíamos salir. Las paredes de los bancos no son de cartón, ¿entiende? El Rubio fue de listo, pero no tenía ni puta idea de obras.
El disparo
En la mañana del atraco, El Rubio escogió a un joven trabajador del banco y le pegó un tiro en la pierna. Al rato, logró que el Gobierno permitiera la llegada de una ambulancia, que se llevó al rehén y trajo a cambio tabaco y comida. También se liberó a algunas personas mayores y con distintas enfermedades.
Mariano estuvo muy cerca de aquel disparo: "Lo vi directamente. José Juan le dijo a aquel pobre chaval: 'A ti, te ha tocado'. Y le pegó el tiro. Cómo gritaba. Lo hizo para asustar a la Policía y que pensaran que íbamos en serio. Le dije a El Rubio que no estaba bien lo que había hecho".
La versión de El Rubio difiere: asegura que pegó el tiro al chaval para sacar los documentos del 23-F gracias a un camillero de la Cruz Roja que tenía como compinche. Se lo contamos a Mariano, que no da crédito.
"¡No sacó nada! ¡Que no sacó nada, hombre! Abrimos las cajas fuertes todos juntos para sacar el dinero. Hicimos un buen pilón en el centro. Amenazamos con quemarlo... Dijimos eso para ver si así se asustaban en el Gobierno y nos lo podíamos llevar", dice. Algunos trabajadores del banco lograron disuadirles. Se habrían intoxicado todos con la humareda.
–¿Existió la posibilidad de que El Rubio fuese en solitario a una de esas cajas fuertes individuales y sacara algo?
–¡Que no, que no! Esas cajas pequeñas, además, no se pudieron abrir. Es mentira. José Juan es un protagonista. Yo no he querido saber nada de los medios en treinta años. Él, cuando estábamos en la cárcel, no hacía más que llamar a los de Interviú para que lo entrevistaran.
Fueron pasando las horas. Una noche de tensa calma. Los miembros de la banda se iban reafirmando cada vez más: no había escapatoria. Exploraron cada palmo del edificio, las azoteas. Nada.
Paralelamente, el Gobierno y las Fuerzas Armadas fueron despojándose del síndrome 23-F. Comenzaron a contemplarlos como lo que eran: un grupo de atracadores de barrio. Tejero había dicho por teléfono que no sabía nada, que si lo liberaban, no se montaba en el avión con esa gente. Eran muchas las pistas.
–¿Y usted, Mariano? ¿Se imagina que la psicosis se va de las manos y les ponen un avión para mandarlos a Argentina con Tejero?
–Joder, que no, que no. Ya se lo he dicho. ¡Que soy rojo!
El muerto
Amaneció el domingo en el Central. Tras infructuosos intentos por negociar, el general Aramburu Topete decidió "apretar las clavijas" a los atracadores. Encargó a sus hombres que abatieran a uno de los asaltantes. Le tocó a El Cuevas, el que había metido a Mariano en el ajo. Pum, cayó muerto en la azotea de un tiro en la cabeza.
Escucharon el disparo en el interior del edificio. "Fue un desfase. Uno de los nuestros gritó que habían matado a El Cuevas. Vimos que iban en serio. Pensé que no salía vivo de ahí. No me libraba ni con alas. Decidimos huir todos corriendo, mezclados con los rehenes", dice.
–¿Cómo recuerda la salida?
–Un cajero con el que hice buenas migas me dio su ropa. Me camuflé bien. Los rehenes me dijeron: "Sal sin capucha, que te vamos a proteger". Iban metiendo a los sospechosos en una furgoneta y a los no sospechosos en un autobús, aunque al final acabamos todos en la comisaría. Y ahí pasó lo que pasó.
–¿Qué pasó?
–Estando allí, José Juan me dijo: "No finjas más, que ya lo saben todo". Saben que eres uno de los nuestros. ¡Joder, y no lo sabían! Ahí me pillaron. Luego me enteré de que José Juan había trabajado antes como chivato de la policía.
–¿Y cómo se enteró?
–Joder, porque, cuando entramos en Carabanchel, casi nos matan. Algunos lo reconocieron, sabían que había sido un chivato. Yo intentaba defenderme: "Oye, que yo no tengo nada que ver con la política, que soy un delincuente común". Nos sacaron los funcionarios de una buena.
–¿Convivió con El Rubio en la cárcel?
–Sí. Le dije que me había buscado la ruina para siempre. Y ya no hablamos más. Pero Tomás Paz, que era el verdadero número dos de la operación, se dio de hostias con él.
–Eso de los números, ¿fue verdad? ¿Se llamaban ustedes con el número?
–Qué va. Bueno, José Juan sí. Quería que lo llamáramos "número uno". Pero allí no teníamos ni puta idea de cuál éramos cada uno. Yo intentaba que no se supiera mi nombre de verdad y ya está.
–Por si alguno de los rehenes lee esta entrevista: ¿quiere decirles algo?
–Que les pido perdón, que me perdonen.
Sus hijos
Mariano entró en la cárcel con 21 años. Salió con 32 pese a que su condena original fuera de más de tres décadas. Ya, a partir de ahí, como él dice, fue bueno.
Cuando salió de prisión, se había separado, pero se casó "con la más guapa del barrio", que es hoy su mujer. "Que es hoy mi mujer y con la que tengo tres hijos. ¿Sabe? Mis hijos casi ni fuman ni beben y tienen estudios".
–¿Sus hijos saben que asaltó el Banco Central?
–Nunca se lo he contado.
–¿De verdad?
–De verdad. Bueno, una vez vi a un hijo en las escaleras de casa, hablando con un amigo... Me pareció que hablaban de eso. Tengo la sensación de que ellos lo saben, pero no me han dicho nada y yo tampoco se lo he dicho.
–¿Tiene pensado contarles?
–No lo sé. Quizá sí. Quizá sea una buena cosa contarles que a su padre lo engañaron, que se dejó engañar porque no tenía estudios.