Sánchez y Feijóo ni siquiera se saludaron en el Día de la Constitución con menos espíritu constitucional
Llega Pedro Sánchez al Congreso y casi se lleva por delante a un grupo de diputados constituyentes. Iba el presidente con su equipo andando a toda pastilla para evitar preguntas incómodas. Y los cámaras, como siempre, andando de espaldas para poder filmarlo en movimiento. No han visto nuestros compañeros a los venerables parlamentarios –varios de ellos socialistas– y a punto ha estado de producirse un atropello.
Como somos cantantes de buleros, de caer uno de los ancianos al suelo, podríamos haber titulado: "Pedro Sánchez atropella la Constitución". El presidente, ya en el atril, nos ha saludado muy simpático, incluso nos ha regalado alguna broma. Eso hacen los políticos que no están para bromas. Lo que no nos ha dejado ha sido preguntar.
"Pues muy bien, sin preguntas", hemos pensado en voz alta. Y una asesora socialista que nos ha escuchado, muy enfadada, ha respondido: "¡Pues como siempre en este día! No sé de qué os quejáis". No nos ha quedado más remedio que decirle: "Ese es el problema, como siempre".
El resto de políticos que había ido pasando por el micrófono del patio del Congreso sí había contestado a los periodistas. No llevaba Sánchez ni veinte minutos en el Congreso y ya casi se había llevado por delante a los pobres constituyentes y el derecho a la información.
Lo mejor para defender la Constitución es cogerse vacaciones de verdad. Hemos pensado en decírselo al director el año que viene, porque siempre nos hace trabajar el 6 de Diciembre: "Herr direktor, no queremos trabajar porque queremos celebrar la Constitución y eso en el Congreso es imposible".
El día había empezado muy negro. El primero en hablar en el dichoso atril había sido Javier Ortega Smith, de Vox, para decir que tanto defienden la Constitución... que por eso no participan en el acto de homenaje. Serán de extrema derecha, pero no tontos. Porque, antes de marcharse, se han acercado a la barra del café para irse desayunados.
Le había seguido Gerardo Pisarello, de Sumar, que había clamado por la república plurinacional. Lo han dicho tanto que suena hasta viejo. La república plurinacional es como las hombreras, que han vuelto. Y en tercer lugar, Ione Belarra, de Podemos, con lo del régimen del 78.
Estamos en la barra de los cafés junto a un hombre de cabellera blanca y corbata roja. "Joder, con un poco de suerte, sale alguien a defender la Constitución", le decimos. Es Juan de Dios Ramírez Heredia, diputado constituyente, el primer gitano en el Parlamento español, uno de los no atropellados. "Ahora vengo".
Se planta Juan de Dios en el atril, el dichoso atril, se carga el protocolo –ahí sólo pueden hablar los altos cargos y los presidentes autonómicos– y empieza a defender la Constitución a diestro y siniestro. Como un verdadero revolucionario. Porque lo que dice es lo que no son capaces de entender los de hoy: que la Constitución es, precisamente, lo que permite proteger a las minorías y amparar las culturas diferenciadas. Nos mira, guiña el ojo y grita: "¡Tenía que hacerlo, coño!".
Los diputados constituyentes pasean por el Congreso como Gurb en la novela de Eduardo Mendoza. Parecen extraterrestres. Acuden a Miguel Ángel Aguilar para que les oriente, como si Aguilar fuera el guía de un free-tour.
Entramos dentro sin demasiadas expectativas. No sabemos quién es el Dj del Día de la Constitución. El año pasado sonó una versión de "Al alba" de Aute, una canción sobre fusilamientos. Y este año, una música psicodélica como de funeral. Muy bien interpretada, pero de funeral. Los diputados de hoy interpretan como nadie el funeral de la Constitución.
Lo tenían muy fácil para el acercamiento PP y PSOE, que se habían presentado sin novios. Quedaban fuera, por voluntad propia, todos los nacionalistas. Desde Junts hasta Vox pasando por Bildu, Esquerra, BNG... Ni por esas. El padre Feijóo nos confirma en un momento dado que no ha saludado a Sánchez.
–Ave María purísima, padre.
–Adiós, hijo.
Vamos bebiendo vino, zumo de tomate y todo lo que nos echan para imaginar que la Constitución del 78 logrará convertirse en 2026 en la más longeva de nuestra Historia. Vemos al presidente del Gobierno engullido por una nube de periodistas. Ponemos la oreja. Dice que hay acoso judicial, que está tranquilo, que su gobierno es limpio, que ya lo dijo cuando volvió de su reflexión de cinco días, que el acoso iría en aumento, que el tiempo pondrá las cosas en su sitio, que esto no tiene precedentes, que el votante progresista, muy empático, entiende lo que está pasando.
Nos duele la tripa. Vamos al baño. Es un apretón de separación de poderes. Intentamos digerir. ¿Se puede defender la Constitución y decir que los jueces están acosando sibilinamente al Gobierno? Por poder se puede... gracias a la Constitución.
Ayuso se va. Se nota que le gusta la fiesta. Experta en bombas de humo, se marcha en cuanto se genera el espacio donde le puede tocar saludar... al fiscal general del Estado. Su presunto filtrador, el amante de su novio. Ayuso, que se le ve de lejos porque va toda de rojo, corre como un rayo. Al que le toca saludar al fiscal es al pobre padre Feijóo, que no da abasto con unas señoras mayores que quieren selfis.
Está por ahí Ángel Víctor Torres, negando lo de Aldama a todo el que le pregunta. Está por ahí María Jesús Montero, defendiendo a "mi Carlos" –su jefe de gabinete–, negando lo de Aldama. Está por ahí Isabel Rodríguez, negando lo de Aldama. Está por ahí Óscar Puente, corbatón con la bandera de España, negando lo de Aldama. La cosa está cansina. Ya que lo pusieron en libertad, podrían haberlo invitado, así hacíamos careos con los ministros y acabábamos antes.
De pronto, vemos a un ministro que ha acudido al Congreso con su hija de diez o doce años. Pasa por delante Miquel Roca, padre de la Constitución, y le dice: "Mira, hija, ese señor es muy importante". Ese señor sonríe, acaricia a la niña... y se va.
También se ha ido nuestro otro padre, Miguel Herrero de Miñón. Y los diputados constituyentes. Como si este mundo ya no fuera el suyo.
Somos los juveniles de este salón de pasos perdidos, así que, antes de abalanzarnos sobre el plato de jamón, debemos acabar esta crónica con algo de optimismo. Si la Constitución permite esto año tras año, día tras día ininterrumpidamente, tiene que ser de veras una Constitución cojonuda. Indestructible. ¡Viva la Constitución... manque pierda!