Los esclavos convertidos en guerreros que fueron el enemigo más tenaz de los Tercios españoles
Los jenízaros fueron el núcleo de los ejércitos del Imperio otomano. Las tropas de la Monarquía Hispánica les temían y admiraban.
15 julio, 2024 16:23En el verano de 1560, bajo el ardiente sol africano de las costas de Túnez, en la isla de Gelves, a la que los locales llaman "ruina", una poderosa flota cristiana fue despedazada por las fuerzas del Gran Turco. Treinta galeras acabaron en el fondo del mar y 10.000 hogares en Génova, Florencia y España se vistieron de luto. Muertos de hambre y de sed, muchos supervivientes fueron decapitados por las ansias de venganza del corsario Dragut, al que el almirante turco Pialí Bajá dejó hacer.
Como tétrico mensaje a los enemigos del sultán, levantaron allí mismo una torre blanca construida con los huesos de los derrotados. La llamaron Burj al Rus, "la torre de las calaveras". Fue uno de los mayores desastres de los Tercios españoles en el Mediterráneo y, como no podía ser de otra manera, los jenízaros, núcleo y élite de las armas de la Sublime Puerta, estuvieron allí.
En el siglo XVI dos soberanos compitieron por convertirse en dueños del mundo. En las aguas del Mediterráneo, la Monarquía Hispánica y el Imperio otomano se despedazaron como jaurías de perros rabiosos en un mortal toma y daca de saqueos, operaciones de castigo, asedios y abordajes. En primera línea, Tercios y jenízaros, en teoría esclavos del sultán, vendieron cara su piel. A pesar de su fama de crueles y despiadados, los españoles siempre reconocieron y respetaron su valor, tenacidad y disciplina. Aunque como burla decían, sin ninguna base, que combatían borrachos de licor "de una raíz que comen llamada apium", eran los únicos guerreros que podían hacerles frente de igual a igual.
Educación espartana
En los albores de la batalla de Lepanto de 1571, el sultán Selim II "el Rubio" disponía de cerca de 30.000 jenízaros. Contradiciendo el Corán y la sharía, estos esclavos eran reclutados desde niños entre los súbditos cristianos de la Sublime Puerta: croatas, bosnios, serbios, húngaros, rusos, griegos... En sus inicios, en el siglo XIII, los recaudadores y autoridades se centraban en los más fuertes e inteligentes de entre 8 y 12 años. Las bajas y la guerra relajaron los requisitos con el tiempo.
No podían ser hijos únicos, porque su familia necesitaría su trabajo para pagar impuestos. Tampoco podían estar casados porque "habían abierto los ojos y no se convertirían en esclavos", según las Leyes de los jenízaros redactadas en 1606. Tras cumplir una serie de requisitos, los administradores apuntaban en el registro a "la manada", que oscilaba entre 1.000 y 10.000 chiquillos, y la enviaban a la capital en una marcha donde los débiles morían y algunos escapaban.
Muchos padres pactaban matrimonios desde que eran bebés para evitar su destino, otros sobornaban a los recaudadores, pero, otros muchos, ofrecían orgullosos a sus hijos. Si sobrevivía al entrenamiento y la guerra, podían gozar de una envidiable posición social. Los que conseguían llegar a Constantinopla eran circuncidados y convertidos al islam.
"Los turcos quedaban fuera de la leva para evitar que sus parientes exigieran exenciones fiscales, un privilegio del que gozaban los miembros del ejército del sultán", explica el historiador Gábor Ágoston en su obra El Imperio otomano y la conquista de Europa (Ático de los Libros).
Adoctrinados, los usaban durante 7 u 8 años en la construcción o los alquilaban campesinos turcos para que se "acostumbraran a las penurias". Pasado ese tiempo, iban al campamento militar, los astilleros, a las fundiciones de cañones o al palacio. Los más aguerridos eran entrenados en el uso del arcabuz, las técnicas de asedio, cavar trincheras, el combate cuerpo a cuerpo y, aunque parezca anacrónico, en el tiro con arco compuesto. Un arquero entrenado podía disparar a gran velocidad hasta a 150 metros, 100 metros más que con un arcabuz.
La cruz y la medialuna
Gelves no fue la única derrota de los Tercios frente a los jenízaros. En 1538, el almirante y corsario Hayreddin Barbarroja devastó con 90 galeras una flota de la Liga Santa comandada por Andrea Doria compuesta por 130 galeras y 6.000 hombres en las costas griegas de Préveza, un desastre que deprimió a Europa. También despedazaron a 8.000 hispanos e itálicos en el experimento de la Monarquía Hispánica en Túnez de 1574.
A pesar de masacres y feroces abordajes, turcos e hispanos se maravillaban mutuamente del valor de su contrario. En 1533, Corón de Morea, Grecia, fue conquistada por los cristianos para distraer a Solimán el Magnífico de su asedio de Viena. Allí dejaron al comandante Jerónimo de Mendoza con 2.500 soldados de los Tercios. Rodeados y bajo asedio, los hambrientos españoles sobrevivieron como pudieron comiendo suelas de zapatos hasta que fueron relevados por las fuerzas de Rodrigo de Machicao.
Los jenízaros, tras la carne de cañón, se estrellaban una y otra vez contra sus murallas. Admirados por su resistencia a ultranza, ofrecieron a los hispanos 15 escudos al mes, el triple de su soldada, si desertaban y luchaban contra los persas en las fronteras orientales del Imperio otomano. Al final, tras una salida que acabó con 400 turcos, Machicao murió de varios arcabuzazos junto a cien de sus hombres. Poco después capitularon con honores y, según lo acordado, fueron evacuados con galeras de Nápoles y Sicilia.
En el brutal choque naval de Lepanto de 1571, cerca de 2.500 jenízaros se desempeñaron a fondo. Cerca de setecientos de ellos estaban en la Sultana, buque insignia del almirante Alí Pacha que se enfrentó cara a cara con la Real de Juan de Austria.
La Real terminó como un puercoespín de saetas jenízaras. Tras el tronar artillero, ambas fuerzas se degollaron con furia y violencia a golpe de alfanje, medias picas, hachas y tiros a quemarropa hasta que, entre humo, gritos y astillas, ya no hubo espacio para armas de pólvora y, solo el de arriba, Dios o Alá, pudo distinguir a los suyos.
Tras más de 4 horas de combate encarnizado, las filas jenízaras se rompieron y un soldado hispano pudo decapitar a Alí Pacha. La Sultana al final cayó. Era una de las 200 naves que Constantinopla perdió aquel día. La Sublime Puerta había recibido un atroz zarpazo que elevó la moral cristiana y batió su fama de invencible. Sin embargo, al año siguiente se construyeron entre 130 y 200 nuevos barcos turcos. Jenízaros y Tercios volverían a cruzarse en el mar.