La nao Victoria en el mapamundi de Ortelius. c.1590

La nao Victoria en el mapamundi de Ortelius. c.1590 Wikimedia Commons

Historia

La quijotesca odisea asiática del conquistador español que quiso añadir Camboya al imperio de Felipe II

Publicada

En 1888, el famoso escritor del colonialismo británico Rudyard Kipling publicó El hombre que pudo reinar, una novela de aventuras en la que dos canallas del Ejército británico, acuartelados en la India, deciden marchar por su cuenta a las milenarias montañas del Hindu Kush para saquear el ficticio reino de Kafiristán.

Casi trescientos años antes, en la época de Felipe II, el aventurero español Blas Ruiz de Hernán González y su inseparable compañero luso, Diego Veloso, perdidos en las ignotas selvas y junglas del Sudeste Asiático, intentaron hacerse con el trono de Camboya con la única ayuda de su ambición desmedida. Con su pico de oro convencieron a reyes y nobles en los sedosos e intrigantes pasillos palaciegos de viejas dinastías asiáticas. Su historia se perdió en oscuros y apolillados legajos de frailes una vez que sus nombres se perdieron en la violenta jungla de la Cochinchina.

De Blas no se conoce absolutamente nada hasta su llegada al océano Pacífico a finales del siglo XVI. Muy probablemente sería uno de tantos hombres que, huyendo del hambre, la miseria o buscando fama y fortuna, se embarcó rumbo a América. El Nuevo Mundo no le sorprendió y quiso ir más allá, hacia las tierras donde nace el Sol. En 1594, el español ya era consejero en la corte camboyana de la ciudad de Nom Pem, llamada Chordemuco por los misioneros. 

Vista frontal del recinto de Angkor Wat

Vista frontal del recinto de Angkor Wat Wikimedia Commons

La otrora poderosa ciudad sagrada de Angkor Wat estaba en aquel entonces siendo devorada por la selva. El rey del lugar, Prauncar Langara, hacía mucho que no desfilaba a lomos de su elefante blanco; su guerra contra el sibilino rey de Siam mermaba sus fuerzas. Blas Ruiz y Diego Veloso hicieron las veces de consejeros y le regaron los oídos con miles de promesas. El asiático monarca estuvo dispuesto a bautizarse y rendir tributo a Felipe II si de esta forma el poderosísimo monarca de la otra punta del mundo salvaba su reino. Pero no lo hizo.

Decenas de miles de guerreros de Siam entraron en Chordemuco. No fueron pocos los defensores que perecieron aplastados por las patas de sus elefantes de guerra. Prauncar logró huir a Laos, pero su fino y rico palacio fue saqueado por los exultantes siameses. Los extranjeros fueron capturados y embarcados en un junco rumbo a una prisión tierra adentro donde solo les esperaba ser devorados por la fiebre y las alimañas.

No se sabe cómo lo hizo, pero lo hizo. El brillo de la ambición iluminó los ojos del joven Blas Ruiz, que en aquel momento contaba con poco más de veinte años. En su traslado a prisión, organizó un motín con la ayuda del resto de presos europeos y de la tripulación china, asesinando a los oficiales y poniendo rumbo a Manila.

Problemas filipinos

Allí, Blas y Diego rogaron y suplicaron el apoyo del gobernador Gómez Dasmariñas. Solo necesitaban hombres y armas para apoyar al exiliado rey de Camboya y el país sería suyo. El gobernador torció el bigote y la historia le sonó a fantasmada: ya bastantes problemas había en Filipinas, escasa de soldados. Los paganos igorrotes, si querían ser considerados hombres, debían descender las montañas y regresar al poblado con la cabeza de algún enemigo. Al sur, los piratas islámicos de Joló y Malasia saqueaban los poblados costeros buscando esclavos. Las pocas fuerzas sobrantes se iban a empeñar en una expedición a las Molucas, ricas en especias más preciadas que el oro. 

Esta expedición fracasó y el gobernador murió asesinado en un motín. Su hijo, Luis Pérez Dasmariñas, tomó el mando y escuchó a los ansiosos aventureros que lograron convencerle para autorizar una expedición. En 1595 se armó una pequeña flota con tres naves "contra la opinión de las personas sensatas de la capital, incluso los capitanes de guerra y la Audiencia", relató en 1893 el capitán de navío e historiador Cesáreo Fernández Duro.

Pareja thai (Siam) según el códice boxer

Pareja thai (Siam) según el códice boxer Wikimedia Commons

Al mando de la misma iba el enviado del gobernador, Juan Juárez de Gallinato, que completó la expedición con españoles, cristianos japoneses y aliados filipinos. En el camino, el día se tornó en noche: una impetuosa tormenta dañó las velas mientras el océano amenazaba con convertirse en la salada sepultura de aquellos hombres. La nave de Gallinato, hecha un desastre, acabó en Singapur. 

Blas y Diego, inseparables desde su primer encuentro en Chordemuco, llegaron a la desembocadura del oscuro río Mekong y remontaron sus turbias aguas hacia la capital camboyana. Hacia el corazón de las tinieblas. En las intrincadas selvas y junglas camboyanas, su historia se difumina. En un pleito con comerciantes chinos, los expedicionarios les saquearon seis bajeles.

Cortes orientales

Desde que el rey de Siam había tomado la capital, Camboya estaba sumida en el caos. El rey títere, apodado Bocatuerta, se las veía y las deseaba para contentar a su corte, corroída por los intereses de los perfumados mandarines —altos funcionarios— y extranjeros malayos, siameses, birmanos y chinos. Blas y Diego, junto a cincuenta hombres, dirigieron entonces una embajada al palacio real en Srei Santor. Al amparo de la noche, los aventureros y su tropa se infiltraron en el edificio con la intención de capturar al monarca o a alguno de sus notables.

La operación de comandos se torció, el soberano fue malherido y el olor a madera quemada e incienso inundó el Mekong a medida que el palacio ardía. Cundió el pánico en la ciudad y una muchedumbre enfurecida de guardias y guerreros persiguieron incansablemente a los barbudos y chapuceros regicidas hasta sus embarcaciones. 

Pocos días después, para sorpresa de muchos, Gallinato y sus hombres llegaron a la zona. Viendo el evidente desastre se desentendió y marchó por su cuenta a Manila, dando permiso a los quijotescos aventureros para ir a Laos y entrevistarse con el exiliado rey de Camboya.

Ahí lo encontraron muerto. Su hijo, el príncipe Prauncar, escuchó con agrado la muerte del usurpador siamés y lograron convencerle para emprender la reconquista de su reino, cosa que logró gracias a la ayuda de miles de guerreros malayos y al reducido contingente liderado por los hispanos. 

Agradecido por su ayuda, el joven y alcohólico monarca les nombró chofas —gobernadores— a Blas y Diego. Así, vestidos con sedas y rodeados de increíble lujo asiático y en la cúspide de su poder, los gobernadores recibieron a una pequeña colonia de comerciantes y guerreros portugueses y españoles que llegaron desde Manila. Esto enfureció al resto de consejeros extranjeros en la insidiosa, débil y pérfida corte camboyana.

Los islámicos malayos, tensos por la creciente fuerza ibérica en la región, actuaron rápido. Con el apoyo de los nativos asediaron los dispersos bastiones de piedra donde se refugiaron y murieron degollados los europeos aquel olvidado día de 1598. "Pocos españoles lograron escapar. A partir de este momento, las crónicas no vuelven a mencionar a Diego Veloso ni a Blas Ruiz", señala Sean Retana Vallely, licenciado en Historia y exsecretario de organización de la Asociación Española de Estudios del Pacífico.