Antes de Putin fue Hitler: los misiles secretos nazis para cambiar el curso de la II Guerra Mundial
- El führer y sus científicos desarrollaron unos cohetes como "arma de venganza" para responder a los bombardeos aliados sobre las ciudades alemanas.
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La guerra de Ucrania ha inaugurado un escenario de incertidumbre con el empleo por parte de ambos bandos de misiles balísticos de largo alcance. Su influjo en el desarrollo de la contienda es todavía desconocido, si bien Kiev espera que los ATACMS estadounidenses y los Storm Shadow británicos puedan frenar los avances rusos sobre el terreno propiciando severos golpes a su cadena logística y operacional. Durante la II Guerra Mundial, Hitler desarrolló una serie de cohetes con los que pretendía revertir la crítica situación estratégica de la Alemania nazi y aterrorizar a los civiles de Gran Bretaña.
La V-1, "Arma de Venganza 1" o Vergeltungswaffen, como la denominó Joseph Goebbels, ministro de Propaganda, era una bomba sin piloto, con una cabeza explosiva de una tonelada, que viajaba a una velocidad de 640 kilómetros por hora y llegaba a su objetivo en bandada. Volaba bajo para esquivar los cañones de gran altura y se disparaban desde emplazamientos móviles y muy bien camuflados, casi imposibles de localizar en la zona del paso de Calais y la península de Cotentin, en la Francia ocupada, la "costa de los cañones cohete".
"Solo puedo ganar esta guerra si destruyo más ciudades del enemigo que las que él nos destruye", confesó Hitler a uno de sus generales sobre la finalidad de estos ataques aéreos. El führer pensaba que si desencadenaba el terror sobre las urbes inglesas, obligaría a la Royal Air Force a detener sus devastadores ataques nocturnos sobre Alemania. Aunque más de la mitad de las 7.488 bombas zumbadoras que alcanzaron el sur de Inglaterra en los 80 días que duró este segundo Blitz, desde la madrugada del 12-13 de junio hasta principios de septiembre de 1944, fueron destruidas, el balance de víctimas fue desolador: 6.184 muertos y más de 18.000 heridos, el 90% de todos ellos en Londres.
Los Aliados conocían los nuevos reactores sin piloto de los alemanes desde el mes de noviembre de 1943 gracias a la información recabada por la inteligencia británica. Temiendo de que los proyectiles pudiesen ir en el futuro cargados con armas biológicas e incluso atómicas, los planificadores de Overlord pusieron en marcha una operación paralela, Crossbow (ballesta en inglés), para bombardear los emplazamientos. Sin embargo, la campaña fue un fracaso: se perdieron 400 bombarderos cuatrimotores y los ataques de las V-1 no se detuvieron hasta que las tropas del mariscal Montgomery rompieron el estancamiento tras el desembarco de Normandía en las inmediaciones de la ciudad de Caen y destruyeron todos los puntos de lanzamiento de Francia.
"Con la salvedad de algunos últimos disparos, la batalla de Londres ha terminado", dijo ante la prensa un oficial británico el 7 de septiembre de 1944. No obstante, en las siguientes semanas, y hasta el mes de marzo de 1945, las ciudades meridionales de Inglaterra fueron alcanzados por unos nuevos cohetes nazis. Según un reportero local, con esa perfeccionada arma de venganza los nazis "han elevado el arte de matar a cúspides de la ciencia y la eficiencia jamás alcanzadas". En total, perecieron 2.700 británicos y unos 6.500 quedaron gravemente mutilados. En Amberes, Bruselas o París, ya bajo dominio aliado, se registraron unas cifras similares.
Las V-2, explica el catedrático Donald L. Miller en Los amos del aire (Desperta Ferro), "eran las armas más temibles que jamás había conocido el mundo". Se trataba de un misil balístico de corto alcance desarrollado por el doctor Wernher von Braun y su equipo de científicos en una instalación supersecreta denominada Mittelwerk, localizada primero en una remota isla báltica y convertida más tarde en una red de profundos túneles en un valle aislado del macizo del Harz, en Alemania.
Desde rampas de lanzamiento también pequeñas y difíciles de detectar y emplazadas en Países Bajos, estos misiles supersónicos de 12 toneladas ascendían hasta la estratosfera, a 110 kilómetros de altura, y se precipitaban sobre la tierra a velocidades superiores a los 6.000 kilómetros por hora. Unas características que los hacían mucho más terroríficos que las lentas y más ruidosas bombas voladoras V-1, pero igual de imprecisos.
En la instalación Mittelwerk, donde se desarrollaron ambos tipos de cohetes, los nazis utilizaron mano de obra procedente de Buchenwald y los campos anexos. Hasta su liberación por la 3.ª División Acorazada estadounidense en abril de 1945, se calcula que pasaron por el complejo unos 60.000 presos, de los cuales más de un tercio murió de inanición, enfermedades o asesinado. Una cifra escalofriante que conecta el mastodóntico y carísimo proyecto de Hitler con el Holocausto.
El nombre técnico que los alemanes brindaron a esta arma propulsada por combustible líquido, "el abuelo de todos los misiles modernos guiados y de los cohetes espaciales", según el historiador Michael J. Neufeld, fue A-4. Pero es que los experimentos nazis no se quedaron ahí: mientras lanzaban el V-2 contra las ciudades inglesas, Von Braun y su equipo de físicos e ingenieros trataron de acelerar el inicio de un Misil Balístico Intercontinental (ICBM): el A-10 o cohete supersónico de Nueva York, que recibía el nombre del objetivo que se pensaba atacar. Los Aliados pensaban que si sus enemigos podían insertar una cabeza nuclear en este proyectil, la guerra estaría perdida. Por fortuna, los científicos germanos ya habían abandonado la esperanza de desarrollar una bomba atómica.
"El futuro del mundo podría haber sufrido una espeluznante alteración si los nazis hubieran logrado construir la bomba y perfeccionar el sistema de lanzamiento de largo alcance", escribe Donald L. Miller en su obra. "Sin embargo, la persecución hitleriana contra los científicos judíos, así como su preferencia por armas de represalia más convencionales, privó a ambos programas de recursos industriales y del talento necesario".