La rica mujer castellana que se convirtió tres veces en reina: fue mal vista por la Iglesia
- Cuando nació, en 1264, fue considerada una "ricahembra", pero nadie pensaba que María de Molina podría algún día llegar a ser soberana.
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Muchas personas que hayan recorrido Madrid podrán reconocer la calle María de Molina, una vía que conecta Avenida de América con el Paseo de la Castellana. Sin embargo, serán menos los que sepan quién era.
María de Molina fue una reina medieval. De hecho, no fue solamente una reina, fue "tres veces reina", según palabras de la historiadora Mercedes Gaibrois. Este apodo no podría ser más acertado, pues María ejerció el poder en tres ocasiones: reina consorte con su marido Sancho IV (1258-1295), regente durante la minoría de edad de su hijo Fernando IV (1285-1312) y tutora de su nieto Alfonso XI (1311-1350).
Cuando nació, en 1264, fue considerada una "ricahembra" –un término que designaba a las damas nobles y ricas–, pero nadie pensaba que podría algún día llegar a ser soberana. En 1282 se casó con el infante Sancho, hijo del famoso Alfonso X "el Sabio". Pero su marido era un segundón y, tras la muerte de su hermano mayor, Fernando, algunos –entre ellos su madre– consideraron que según el derecho de Castilla el trono estaba destinado a los hijos de Fernando.
Además, su matrimonio nunca fue visto con buenos ojos por la Iglesia porque los novios –sobrino y tía lejanos– no habían obtenido la bula que les permitía casarse aunque fuesen parientes y, principalmente, porque Sancho aún estaba casado con Guillerma de Montcada, aunque no hubiera consumado la boda.
Estos impedimentos, sin embargo, fueron solventados por la suerte y la maña de la pareja. Sancho arrebató el trono a los hijos de su hermano y, al mismo tiempo, María empezó una campaña encaminada a obtener el visto bueno del Vaticano, un proceso que culminó con éxito en 1301.
La vida en palacio
Durante sus cerca de sesenta años de vida, María viajó a lo largo y ancho de sus territorios, pues la Corona no tenía una residencia fija.
Era frecuente que los monarcas se alojaran en los palacios de los nobles, en estancias específicas dentro de algunos monasterios o en sus propios palacios reales. La reina María sintió una especial predilección por Valladolid y allí solía quedarse en el Palacio de la Magdalena, un espacio al que pudieron pertenecer unas yeserías que aún hoy reflejan el interés de las élites castellanas hacia las artes del reino andalusí de Granada.
Y para entender de manera más profunda la admiración que la corte sintió hacia los objetos granadinos hay que volver nuestros ojos al ajuar funerario de uno de los hijos de María: el infante Alfonso (1286-1291), quien fue enterrado con un tejido inscrito en árabe. El lujo de la corte de María, además, queda reflejado en las cuentas reales, que mencionan obras como el Frontal de oro de Santa Catalina o los lujosos objetos de su marido, entre los que destacan la Biblia de san Luis, una espada, una corona con camafeos y otros tejidos también procedentes de Granada.
Una reina en la memoria
A lo largo de toda su vida, tanto María de Molina como su marido sintieron una fuerte devoción hacia las órdenes religiosas y, específicamente, hacia la Orden Dominica. Esto no es casual, pues santo Domingo de Guzmán era castellano y su orden había alcanzado un gran éxito gracias a la predicación. María confió su alma a varios confesores dominicos y favoreció muchos monasterios de la orden, llegando incluso a pedir en su testamento que vistieran su cadáver con el hábito de las monjas dominicas.
Lo que resulta más intrigante, sin embargo, es que ni María ni Sancho IV pidieron nunca ser enterrados en un convento de la Orden Dominica. El rey había elegido la catedral de Toledo como su última morada y varias fuentes indican que mandó labrar allí un sepulcro en piedra. A pesar de todo, esta no fue la última tumba de Sancho IV, porque María la sustituyó por el sepulcro decorado con la estatua del rey que aún hoy se conserva en la catedral. Para sí misma mandó labrar una misteriosa tumba que debió ser parecida pero que, sin embargo, no sabemos si llegó a hacerse.
A los pocos años María cambió de idea y pidió ser enterrada en el convento cisterciense de Las Huelgas de Valladolid, creando así un paralelismo con el famoso panteón real de Las Huelgas de Burgos. Este monasterio sufrió varias reconstrucciones a lo largo de los siglos que hacen prácticamente imposible reconocer su aspecto medieval.
Lo que sí sabemos es que se erigía cerca del Palacio Real de la Magdalena y unos años después de la muerte de la reina aún estaba en obras. Fue en ese momento cuando el sepulcro de María de Molina se cubrió de plata, un rico material que debía acompañar por los siglos de los siglos a aquella mujer que no debía reinar, pero que fue "tres veces reina".
María Teresa Chicote Pompanin es Profesora Ayudante Doctora del Departamento de Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid. Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.