Desde que abrimos la suscripción a este NANOClub de Levi, en los Disruptores de Invertia, son varias las ocasiones en las que nos hemos resistido al impulso pseudopatriótico de hacer ondear la bandera cuando se trataba de dar brillo a los enormes méritos alcanzados por la ciencia más próxima, la valenciana.
Pero 223 personas muertas, el enorme impacto emocional y el encendido debate posterior que ha provocado la catastrófica riada del 29 de octubre en diversas comarcas de la provincia de Valencia, sobre todo en l’Horta Sud, nos obligan a intervenir. Y lo hacemos, como es costumbre en el NANOClub, desde los postulados científicos. Y, por supuesto, desde lo universal y, no tanto, lo local.
Durante semanas se ha escuchado y escrito que el desastre ha sido un fenómeno natural inevitable. Pero, frente a la tentación de convertir esta idea en axioma establecido, la evidencia y un análisis mínimamente distanciado de la trifulca política nos sitúan ante una evidencia distinta y que es incontestable: los desastres, por muchas hipérboles que se le apliquen, por muchos epítetos y calificativos que se le añadan, no ocurren por sí solos.
Este tipo de catástrofes –y la DANA de Valencia no es una excepción- suceden por el efecto de la influencia humana en determinados contextos meteorológicos, es decir, cuando éstos se combinan con actividades humanas y bienes vulnerables que convierten estos eventos en catastróficos.
Esto, sin tener en cuenta el decisivo factor de la gestión de la emergencia, es decir, de cómo se reacciona ante un fenómeno natural que, muy habitualmente, es previsible.
¿Hay manera de saber cuáles son esas "actividades humanas"? Si echamos un ojo a algunos informes disponibles, la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres cita algunas que probablemente les sonarán: la deforestación, la urbanización y las infraestructuras inadecuadamente ejecutadas o erróneamente localizadas.
Y vale para la DANA, pero también para terremotos, incendios, huracanes y erupciones volcánicas, cuyo efecto no depende de su gravedad, sino de la preparación y resiliencia de las comunidades afectadas.
Por ejemplo, construir en zonas propensas a inundaciones aumenta la vulnerabilidad ante una avenida importante de agua. Transforma un peligro manejable en un desastre devastador para las comunidades asentadas cerca de los ríos. Revisando lo que ha pasado en Valencia ¿a alguien le suena?
También está constatado que los grupos marginados suelen ser los más afectados por los desastres, debido a un acceso algo más limitado que el resto a los recursos y a la información. Esto sucede, claro, cuando existe información (en forma de avisos). Si ésta escasea o no se ofrece, la naturaleza no hará distingos. Arrastrará sin compasión, sin distinción de rentas ni tampoco de coeficientes intelectuales.
Es cierto que los efectos cada vez mayores del cambio climático difuminan aún más la línea divisoria entre los peligros naturales y los desastres provocados por el hombre. Los cambios de patrones en las precipitaciones o el aumento de las temperaturas contribuyen a la frecuencia e intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos.Y déjenlo ya, que el gran desastre… NO FUE LA DANA.