Corría el año 2002. El diario El Mundo había destapado el célebre escándalo que afectaba a Luis Javier Placer, sobrino de César Alierta. Las crónicas de aquel entonces cuentan cómo el todopoderoso empresario decidía que el hoy director de EL ESPAÑOL, Pedro J. Ramírez, dejase de acudir como tertuliano al programa El primer café que se emitía en Antena 3 y presentaba Isabel San Sebastián. Alierta podía tomar dicha decisión porque la sociedad Admira, propiedad de Telefónica, controlaba a su vez Antena 3 y Onda Cero. La presentadora del espacio protestó contra esta decisión. Y unos días después ella misma fue despedida.
En verano de 2015, cuando habían transcurrido 13 primaveras del hecho mentado, dos periodistas del diario El País, propiedad del grupo Prisa, del que Telefónica es accionista, se veían obligados a retirar su firma de una relevante información. Como ya es sabido, el artículo de marras versaba sobre la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, y su marido, Iván Rosa, que trabaja como asesor en la teleco. La versión primigenia de la información, basada en un informe de la Abogacía del Estado al que habían accedido los periodistas, decía: "Justicia permite a Santamaría tratar asuntos de Telefónica, donde trabaja su marido". Ese fue el enfoque de la noticia que se publicó en la edición impresa del rotativo. Sin embargo, en la edición en internet la dirección decidió cambiar el enfoque: "Santamaría se abstiene en los asuntos de Telefónica pese a no estar obligada". Hecho este cambio, los dos redactores retiraron sus nombres de la noticia.
Estos episodios, sobradamente conocidos por todos pero permanentemente ocultados por muchos, muestran cómo el todavía presidente de Telefónica siempre ha mantenido una sombría relación con los medios de comunicación y, por ende, con los grupos mediáticos. El poder de Alierta, un intangible que es ejemplo del maridaje entre intereses empresariales, políticos y mediáticos, ha influido sobremanera en el trato que ha recibido su figura por parte de los periódicos, radios y televisiones. No en vano, casi todos ellos han necesitado, necesitan y necesitarán como agua de mayo los contratos publicitarios con la más importante de las empresas españolas. Los temores al presidente de Telefónica, estén justificados o sean infundados, han provocado que se desdibuje la visión sobre sus virtudes y defectos.
Clave para el mapa de medios
La labor de Alierta al frente de la multinacional española durante los últimos años resulta decisiva para configurar y entender el mapa mediático actual. Por ejemplo, fue él quien decidió en 2003 deshacerse de Antena 3 y Onda Cero con la venta de un 25% al grupo Planeta. Dicha venta derivaba, en gran medida, de otra decisión anterior de Alierta que fue igualmente clave para el sector de los medios: la fusión entre Canal Satélite Digital, cuyo máximo accionista era Sogecable (Prisa), y Vía Digital, controlada por Telefónica. Ambas plataformas digitales habían competido durante seis años y, finalmente, se aliaron con el beneplácito del Gobierno de Aznar.
Más que una fusión, se trató de una absorción. El grupo Prisa, entonces capitaneado por Jesús de Polanco, vencía una importantísima batalla en la cruenta guerra contra sus enemigos mediáticos. Telefónica se convertía en accionista de Canal Plus y se consumaba su política de desinversión -decidida entonces por Alierta- en los medios de comunicación. Sin embargo, con el paso de los años las tornas han cambiado. La confluencia entre los errores en la gestión del presidente de Prisa, Juan Luis Cebrián, los aciertos de Alierta en Telefónica y los profundos cambios del modelo de negocio del sector audiovisual han posibilitado que en 2015 se produjera justamente lo contrario: Telefónica adquiría Digital Plus pagando a Prisa algo más de 700 millones de euros.
Esa compra del pasado año y la refinanciación de la mastodóntica deuda del grupo mediático que consiguieron en 2014 el propio Cebrián y Fernando Abril Martorell (entonces CEO de Prisa, ex dirigente de Telefónica que trabajó junto a Alierta y hoy en Indra), han auspiciado la salvación del grupo editor de El País y Cadena Ser. Salvación que se ha llevado a cabo ante la mirada cómplice de un Gobierno, el del PP, que apenas ha puesto reparos a estas operaciones decisivas para el sector de los medios de comunicación.
Los derechos televisivos para el gigante Movistar
Años atrás Alierta decidía, como ya se ha dicho, no focalizar los negocios de Telefónica en los medios de comunicación. Pero en los últimos años el presidente de la multinacional española ha ido variando de estrategia al compás de los tiempos, con una oferta para sus clientes (Movistar Fusión) que combina la telefonía fija y móvil, la conexión a internet y la televisión digital. Ahora uno de los principales pilares de la compañía es su participación, tanto en España como en Latinoamérica, en la televisión de pago. Merced a la citada compra de Digital Plus y a otras operaciones al otro lado del Atlántico, hoy Movistar TV es un gigante que no para de crecer.
La intención del todavía presidente de Telefónica (y a buen seguro la de su sucesor, José María Álvarez-Pallete) consiste en que la compañía se convierta en la principal plataforma en español en todo el mundo. Algo que conlleva impulsar el modelo de televisión de pago en España y fuera de ella. Con ese objetivo, la multinacional no duda en comprar, cuesten lo que cuesten, los derechos de emisión de todo tipo de contenidos. Entre ellos, destacan los derechos para emitir diferentes eventos deportivos. Una de las últimas grandes decisiones de Alierta ha sido, precisamente, pagar la friolera de 2.400 millones de euros a sus rivales de Mediapro por los derechos de la Champions League y la Liga para los próximos años. Es el último ejemplo del poder de Alierta en un sector que ha ido moldeando siempre con el visto bueno de todos los gobiernos de turno.