Luis Ángel Rojo Duque. Un hombre necesario para la España europea
Cualquier listado de los economistas españoles más influyentes de la segunda mitad del siglo XX puede ser discutible. Habrá quienes se queden con el magisterio y la proyección pública de José Luis Sampedro. Otros optarán por destacar el efímero, pero absolutamente determinante, paso de Enrique Fuentes Quintana por la política española y su contribución a la democratización del país como impulsor de los Pactos de la Moncloa.
Qué decir de Fabián Estapé, quien, a pesar de formarse inicialmente como jurista, introdujo en España el pensamiento de John Kenneth Galbraith o de Joseph Alois Schumpeter. Gonzalo Anes parece otro candidato de consenso en su papel de impulsor de la historia económica y académico de enorme prestigio. Son solo cuatro nombres que parecen obvios, si bien a ellos podrían confrontarse otros tantos sin mucha dificultad.
La nómina, por consiguiente, merecería seguir aumentando, sin grandes dificultades, hasta superar el medio centenar, en función de la faceta que se prefiera destacar. Eso sí, casi todos serían hombres, un dato que dice mucho de la época. La economía fue en el franquismo un campo absolutamente masculinizado, como ha señalado María-Carmen Guisán en un reciente estudio publicado en Información Comercial Española (ICE).
A la altura de 1974 no había ninguna mujer catedrática en las Facultades de Economía y Empresa del sistema universitario español. La llegada de la democracia favoreció que ese escenario fuera lentamente corrigiéndose, pero, al cierre de la década de los noventa, tanto las carteras del ramo como las cátedras universitarias se siguieron nutriendo esencialmente de varones.
Hecha esta necesaria aclaración y retornando a la premisa inicial, cualquier listado se consideraría incompleto sin mencionar la figura de Luis Ángel Rojo Duque. Su labor desde las entrañas del Banco de España, sin olvidar su trayectoria académica, ha recibido parabienes de todo tipo. En un país cada vez más dado a las filias y las fobias sorprende encontrar a personalidades cuyo legado sea reconocido de manera no partidista. Merece pues la pena trazar la semblanza de este hombre necesario para que la europeización de la economía patria se alcanzara sin sobresaltos.
Luis Ángel Rojo nació en Madrid el 6 de mayo de 1934. Tras cursar el Bachillerato en el Colegio de los Sagrados Corazones, se licenció en Derecho en 1955 y dedicó su tiempo a preparar con esmero las oposiciones para el acceso al Cuerpo de Técnicos Comerciales del Estado. Sus esfuerzos dieron fruto y en julio de 1957 obtuvo el primer puesto de la décima promoción del mencionado Cuerpo, superando a otro célebre economista de la segunda mitad del siglo XX: Ramón Tamames.
El modelo desarrollista impulsado por los tecnócratas precisaba de gente bien formada, lo que propició que Rojo se incorporase al Servicio de Estudios del Ministerio de Comercio, bajo la dirección de Enrique Fuentes Quintana. Desde este puesto entró en contacto con destacados representantes del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de la Organización Europea para la Cooperación Económica (OECE), en un momento en el que se estaba preparando el contenido del Plan de Estabilización de 1959.
Rojo se incorporó al Servicio de Estudios del Ministerio de Comercio bajo la dirección de Enrique Fuentes Quintana.
Además, haciendo gala de la vocación de intelectual comprometido a diseminar su conocimiento, publicó a través de ICE trabajos tan relevantes como los destinados a la reconstrucción de la balanza de pagos del país.
La obtención de una plaza de funcionario del Estado apenas dos años después de finalizar sus estudios de Derecho no le hicieron acomodarse. Al contrario. Se matriculó en 1957 como alumno de la licenciatura en Ciencias Económicas, demostrando así su incasable sed de conocimiento.
En 1961 completó su segunda carrera, pero, en esta ocasión, colaborando además en tareas docentes como profesor ayudante de la cátedra de Teoría Económica. Otra experiencia formativa que le permitió entrar en contacto con los catedráticos Juan Sardá y José Castañeda. Este último acabó siendo su director de tesis doctoral. No obstante, antes de implicarse en dicha tarea, y sabedor del atraso que todavía arrastraban los estudios económicos en España y la escasa internacionalización de su universidad, realizó una estancia de investigación en la London School of Economics, donde pudo conocer de primera mano las aportaciones de Dennis Robertson, Richard Lipsey o Karl Popper y analizar en profundidad el pensamiento keynesiano.
Al concluir su periplo británico, defendió en 1963 la tesis titulada “Un análisis del modelo Heckscher-Ohlin del comercio internacional”, accediendo por oposición, un año más tarde, a una plaza de profesor adjunto de Teoría Económica en la Facultad de Ciencias Políticas, Económicas y Comerciales de la Universidad de Madrid. La jubilación del profesor Valentín Andrés Álvarez dejó vacante la cátedra de la especialidad, que fue obtenida por Rojo en 1966.
En su nueva condición de catedrático, solicitó la excedencia de su plaza como Técnico Comercial de Estado con el objetivo de concentrar sus esfuerzos en la vida universitaria. Como transmitía a los alumnos, la economía debía ser entendida como una herramienta basada en el análisis de la realidad que les rodeaba y que sirviera para la transformación social, sin olvidarse de sus propias limitaciones. Los testimonios de quienes pasaron por sus clases coinciden en la pulcritud y detalle con las que las preparaba, transformándolas en conferencias magistrales a las que incorporaba referencias directas a autores que todavía no habían sido traducidos al castellano.
Al margen de ayudar a los estudiantes más aplicados a obtener financiación para poder continuar su formación en el extranjero, mostró una gran preocupación por renovar los programas de las asignaturas que impartía y puso en marcha, junto a Fuentes Quintana o Manuel Varela, un programa de doctorado ciertamente vanguardista.
Con la ayuda de Julio Segura Sánchez, trabajó también en los nuevos planes de estudio de la licenciatura. Sin embargo, las trabas que se fue encontrando en su afán por insuflar de aires renovados a la educación superior le llevaron a aceptar en 1971 el nombramiento para ocupar el puesto de director general de Estudios del Banco de España. Comenzaba, de este modo, una vinculación que le daría la oportunidad de prestar sus mejores años al servicio de la economía española.
Desde 1971 hasta el año 2000, Luis Ángel Rojo ocupó sucesivamente los puestos de director general de Estudios (1971-1988), subgobernador (1988-1992) y gobernador (1992-2000). Tres décadas en la que la política económica y monetaria de España no se pueden entender sin su presencia como un verdadero demiurgo cuyos planteamientos influyeron ostensiblemente sobre Gobiernos de distinto signo y condición.
Luis Ángel Rojo ocupó sucesivamente los puestos de director general de Estudios, subgobernador y gobernador del Banco de España.
Durante su etapa inicial, procuró renovar la plantilla del Servicio de Estudios, rodeándose de colaboradores con una trayectoria destacada, pero también de jóvenes valores a los que facilitó seguir con su formación, merced a la puesta en marcha de un sistema de becas para completar estudios en el extranjero. Además, se esforzó por huir de la excesiva burocratización para hacer del Servicio un centro de análisis dinámico, centrado en los datos económicos de España y su entorno, así como en el desarrollo de modelos que permitieran trabajar a medio y largo plazo, tomando como referencia los principales indicadores del país.
En primer término, tuvo que lidiar con los efectos del shock petrolífero de 1973 sobre una economía española muy condicionada por la situación política del tardofranquismo. Su principal preocupación, como sostiene Pablo Martín Aceña, fue la de diseñar un sistema de control monetario que huyera de las prácticas del pasado y sirviera para encarar en mejores condiciones el hostil entorno que había generado la crisis económica mundial.
Ya en pleno proceso transicional, Rojo fue uno de los integrantes del equipo de expertos a los que recurrió Fuentes Quintana desde el Ministerio de Economía y Hacienda para corregir el errático rumbo del país.
Su continuidad en el Banco de España durante el periodo ucedista podría justificarse por ser la tónica general en muchos puestos de perfil técnico. No obstante, el director general del Servicio de Estudios siempre se caracterizó por reivindicar su independencia de las aspiraciones del Gobierno de turno, so pena de no poder ejecutar correctamente su función orientadora de las cuentas públicas ni plantear un análisis objetivo de la salud de la economía española. Se explica así por qué la llegada al poder en 1982 del Partido Socialista Obrero Español no implicó su salida del banco central.
El gabinete encabezado por Felipe González ratificó su confianza en Rojo, en un momento especialmente crítico para cerrar, de una vez por todas, la adhesión de España a las Comunidades Europeas. Nadie como él para encarar este desafío, quien, por principio, era un firme defensor de la estabilidad y la apertura de la economía, sin descuidar las políticas internas. La década de los ochenta fue especialmente fructífera para Rojo, quien recibió varios reconocimientos, entre los que cabe destacar el I Premio de Economía Rey Juan Carlos concedido en 1986.
Con estos méritos y el respeto que su figura generaba en las filas socialistas se explica que el ministro de Economía y Hacienda, Carlos Solchaga, propusiera en 1988 su designación como subgobernador del Banco de España, actuando como subalterno de Mariano Rubio Jiménez, quien comenzaba su segundo mandato al frente del organismo.
Prácticamente al tiempo en que inició su andadura desde la subgobernación fue aprobada la trascendente Ley sobre disciplina e intervención de las entidades de crédito, la cual resultó crucial cuando, ya como gobernador, Rojo hubo de tomar la difícil decisión de intervenir Banesto el día de los Santos Inocentes de 1993. No obstante, el principal reto que el instituto emisor tenía por delante en 1988 estaba vinculado a la adaptación de España al acervo europeo y la homologación con sus socios comunitarios.
El flamante subgobernador dedicó todos sus esfuerzos a la tarea, la cual dio sus frutos en junio de 1989, cuando la peseta se incorporó al mecanismo de cambios del sistema monetario europeo. El excesivo optimismo económico que acompañó a la tercera legislatura socialista se vio retroalimentado por la política del Banco de España auspiciada por Mariano Rubio. Sus decisiones contribuyeron a poner límites a la regulación y a liberalizar el sistema bancario, facilitando que las principales entidades crediticias españolas se prepararan para competir internacionalmente mediante el recurso a las fusiones.
Rojo hubo de tomar la difícil decisión de intervenir Banesto el día de los Santos Inocentes de 1993.
Sin embargo, los indicadores económicos mundiales no eran positivos, por más que el enorme gasto público asociado a las diversas celebraciones coincidentes en 1992 mantuviera artificialmente las tasas de crecimiento españolas. El fin del optimismo coincidió con el ocaso de la figura de Mariano Rubio, quien se vio obligado a dimitir cuando saltó a los medios el escándalo Ibercorp. En unas circunstancias tan críticas no resultó fácil para Luis Ángel Rojo tener que ponerse al frente del Banco de España, en julio de 1992.
Incluso para una persona de su experiencia, el encargo no podía ser más delicado. En el plano internacional le correspondía atender a los requisitos del Tratado de Maastricht, que suponía el paso definitivo hacia la creación de la moneda única europea, el euro, y el establecimiento del Banco Central Europeo. Un reto de enorme magnitud, si se tiene en cuenta que la crisis económica que azotó a España en 1993 estuvo marcada por la necesidad de recurrir a la devaluación de la divisa nacional. Justamente, fue en el plano interno donde el inicio de su mandato no pudo resultar más atribulado por la ya citada intervención de Banesto.
La Ley 13/1994, de 1 de junio, de autonomía del Banco de España fue el peaje lógico para poder integrarse en el Sistema Europeo de Bancos Centrales (SEBC) y permitir que la todavía Europa de los doce –camino de sumar nuevos miembros tras la caída del Muro de Berlín– avanzara con paso firme hacia la unión económica y monetaria.
Pocos días más tarde de su aprobación, en aras de cumplir con la nueva legislación, Luis Ángel Rojo fue propuesto para un segundo mandato como gobernador. En esas mismas fechas, en un nuevo reconocimiento a su valía y apuesta por la moneda única, fue nombrado vicepresidente del Instituto Monetario Europeo, embrión del futuro Banco Central Europeo, cargo que ocupó hasta 1998. Entretanto, la crisis económica comenzaba a remitir y permitía a las entidades crediticias españolas fortalecerse en el ámbito doméstico y profundizar en su internacionalización, especialmente en América Latina.
Rojo fue propuesto para un segundo mandato días después de aprobarse la Ley de autonomía del Banco de España.
Cuando se produjo el cambio de Gobierno y el Partido Popular desembarcó en la Moncloa, Rojo convivió sin excesivos problemas con el Ejecutivo presidido por José María Aznar, manteniendo fija la mirada en alcanzar el objetivo marcado desde hacía años. Así, en 1998 se reformó la citada Ley de autonomía y se produjo la definitiva integración de España en el SEBC.
Todo quedó preparado para que, un año más tarde, el euro se convirtiera en una realidad para once de los países miembros de la Unión Europea, entre los que se incluía España. El gobernador había cumplido su misión, si bien antes de cerrar definitivamente su ciclo perseveró en su voluntad de hacer de la solvencia de la banca española una de sus señas de identidad.
Tal empresa quedó definitivamente sancionada en 1999 con el impulso de la llamada provisión estadística. Bajo tal denominación se escondía una inteligente arquitectura para resguardarse del riesgo del excesivo crédito, fijando un cauteloso mecanismo de provisiones anticíclicas. El gobernador tuvo que batirse el cobre ante la resistencia de buena parte del sector, pero años más tarde su legado fue aplaudido cuando los excesos del mercado hipotecario hicieron estragos en Estados Unidos y Europa, concediendo a España una capacidad extra de resiliencia.
Luis Ángel Rojo abandonó el Banco de España en julio de 2000, tras haberle dedicado prácticamente media vida adulta. Más allá de un fugaz retorno a la Universidad Complutense, mantuvo su vinculación al ámbito bancario como miembro del comité de sabios del Consejo de Asuntos Económicos y Financieros (ECOFIN) que estudiaba la integración de los mercados financieros europeos.
Junto a otros reconocimientos, siempre se mostró especialmente orgulloso de su elección el 18 de abril de 2002 como académico de número de la Real Academia Española (RAE), institución desde la que se esforzó por depurar el lenguaje económico en castellano. Su fallecimiento se produjo el 24 de mayo de 2011, dejando al país huérfano de uno de los mejores conocedores de la economía española. Un economista a carta cabal, pero ante todo una persona capaz de construir consensos y de imponer su criterio cuando lo consideraba preciso. Su trayectoria describe a la perfección el cambio experimentado desde los tiempos de la dictadura hasta la convergencia con Europa. Sin duda, fue un hombre necesario para unos tiempos en los que España deseaba equipararse al resto de socios comunitarios.