Pedro Sánchez finiquitó la legislatura el 15 de febrero. Ese mismo día, el ahora presidente del Gobierno en funciones anunció la convocatoria de Elecciones Generales el 28 de abril. Se celebraron. Ganó el PSOE con 123 diputados. Lejos, muy lejos, el Partido Popular, con 66 diputados; y más lejos aún Ciudadanos (57), Unidas Podemos (42) y Vox (24). La hora de las negociaciones, de los pactos, llegaba entonces, se dijo en la noche del 28 al 29 de abril.
Pero las horas se convirtieron en días, los días en semanas, las semanas en meses… y casi a mediados de julio, cerca de cinco meses después de aquel llamamiento a las urnas de Sánchez, España se enfrenta a la amenaza real de unas nuevas Elecciones Generales porque no está nada claro que el líder socialista logre al apoyo requerido en la el pleno de investidura programado para la cuarta semana de julio. El día 23 se someterá a una primera votación, en la que precisa una mayoría absoluta que se antoja lejana, y el 25 a una segunda en la que necesitaría una mayoría simple que en estos momentos tampoco está cerca.
De prisas, por tanto, nada de nada. Total, ¿acaso no estuvo España sin Gobierno casi todo el año 2016? Pues sí. ¿Y acaso la economía no sigue creciendo, y más incluso que la de las grandes economías de la Europa del euro? Pues también… O no tanto. Porque hay un riesgo creciente en todo este proceso político. El de la complacencia económica. Es decir, el de percibir que no hay mayor problema en alargar las negociaciones e incluso en ir a nuevas elecciones, que a su vez podrían perpetuar el ‘asunto’ por lo incierto de la situación política actual, porque ‘la economía va bien’.
LA PELIGROSA 'MIOPÍA'
Y sí, lo cierto es que va bien, o al menos mejor que la de otros países. La Comisión Europea lo ha puesto en valor esta semana, en la que ha revisado del 2,1% al 2,3% el crecimiento previsto para España en 2019. Y no ocultó su “sorpresa” por la robustez mostrada en el primer trimestre, en el que la economía española creció un 0,7%, claramente por encima del 0,4% registrado en la Eurozona. Al calor de estas expectativas, el Gobierno se ha apresurado para adelantar que también actualizará al alza su pronóstico, posiblemente para llevarlo del 2,2% al 2,3%.
"El tiempo precioso que España está dedicando a otras cuestiones está llenándose de peligros. Como la guerra comercial. O un Brexit duro. ¿O es que acaso el BCE está listo para volver a bajar los tipos 'por gusto'?"
Pero ahí reside el problema. En la complacencia. En la 'miopía' por ver bien lo próximo menospreciando lo lejano. En dar por ganado el futuro por el presente. Morir de éxito, pero en lo económico. “Las reformas hay que hacerlas con el viento de cola. Y España está perdiendo un tiempo precioso”, lamenta Rubén Segura-Cayuela, economista jefe para Europa de Bank of America-Merrill Lynch. Porque, continúa, “España ha hecho un buen trabajo en los últimos años, pero se han dejado muchas cosas por hacer”.
Las reformas. Las famosas reformas, encalladas en el enredo político español. Porque, puestos a agarrarse a los ‘acasos’, ¿acaso no es urgente ocuparse de un mercado laboral que aún carga con un 14,7% de paro? Sí, todavía cerca de un 15%. ¿Acaso no es urgente ocuparse de las pensiones, cuya nómina engorda mes tras mes y que hay que financiar con deuda porque la Seguridad Social ya no alcanza ni con más afiliados ocupados que nunca? ¿Acaso no es urgente ocuparse de la suficiencia y la sostenibilidad de las pensiones públicas ante una realidad incontestable de gastos crecientes derivados de la mayor longevidad? ¿Acaso no es urgente ocuparse de la deuda externa, aún alta, aún talón de Aquiles para España, aún rondando el 80% del Producto Interior Bruto (PIB)? ¿Y de la deuda pública, próxima al 100%? ¿Y de un déficit público aún superior al 2% tras casi seis años seguidos de crecimiento? ¿Y de la educación? ¿Y de la energía? ¿Acaso no es urgente ocuparse de tantas y tantas cosas económicas?
Lo es. Pero al mismo tiempo parece que no. "España necesita que el nuevo gobierno se ocupe de las vulnerabilidades económicas subyacentes del país, que van desde una deuda pública elevada hasta un mercado laboral todavía rígido y una productividad baja", señala Alvise Lennkh, analista de Scope Ratings. “No detecto la urgencia en las personas que deben tomar las decisiones”, observa Segura-Cayuela. Ni la urgencia… ni el espíritu, porque lo que reclama son altura de miras, “pactos de Estado para hacer las reformas”, cuando la crispación lo emponzoña todo.
Porque, además, el tiempo precioso que España está dedicando a otras cuestiones está llenándose de peligros. Como el de una guerra comercial que ahora vive una tregua, pero que no se ha disipado, y cuya sola presencia basta frenar las inversiones empresariales, los proyectos y, por tanto, el crecimiento y el empleo. O como el de un Brexit que, si nadie lo remedia, puede acabar produciéndose por ‘las malas’ a finales de octubre. Más acasos. ¿Es que acaso el Banco Central Europeo (BCE) tiene previsto bajar todavía más los tipos de interés o adoptar otras medidas monetarias expansivas por ‘amor al arte’? ¿No será que la Eurozona, su economía, está sufriendo, sufriendo de verdad, con Alemania especialmente afectada por el conflicto comercial y con Italia embarrada en sus luchas políticas con Bruselas y un crecimiento anémico o inexistente? ¿Acaso los políticos creen que España será inmune a estos problemas de nuestros vecinos, del mundo, por los siglos de los siglos? Difícil. Porque no hay precedente. El contagio llega. Antes o después, más o menos fuerte, pero llega.
"Preocupa el tiempo que los políticos están perdiendo, pero también será peligroso un Gobierno que, guiado por la complacencia, equivoque el diagnóstico y se deje llevar por el mayor crecimiento presente"
De ahí que la complacencia sea tan peligrosa. Porque malgasta un tiempo valioso y fabrica un riesgo colosal. "Cuanto más tiempo se tarde, peor, porque cuando queramos hacer reformas o poner en orden cuestiones que han quedado pendientess es posible que nos encontremos en un escenario de recesión o casi en las economías occidentales", advierte el economista Javier Santacruz “Si viene un shock, España se expondrá a tener que hacer un ajuste fiscal rápido y mal diseñado”, avisa Rubén Segura-Cayuela. O lo que es lo mismo, actuar tarde, forzado, por las malas y en mucho peor momento.
EL RIESGO DE PASARSE
Pero aun hay más. De esa complacencia asoma otra amenaza: el de interpretar que, precisamente porque España crece más y ha logrado situar el déficit público por debajo del 3%, es momento se aplicar más alegría a las finanzas públicas, principalmente por parte de las Comunidades Autónomas, muchas de ellas con gobiernos recién 'estrenados' o a punto de formarse y por tanto con ganas de demostrar su 'llegada'. Es decir, preocupa el tiempo que los políticos están perdiendo, pero también será peligroso un Gobierno que, guiado por la complacencia, equivoque el diagnóstico y se deje llevar por el mayor crecimiento presente.
"A los políticos no les parece urgente aplicar reformas o control en la deuda o el déficit porque viven instalados en la ilusión monetaria proporcionada por el BCE y extraen la sensación de que podemos seguir tirando así", argumenta Santacruz. Y añade: "A partir de ahí, la complacencia es compartida por todos los partidos políticos, donde no se vislumbra esa urgencia y en cambio sí se intuyen ganas de aplicar medidas de gasto más expansivas sin importar el déficit o la deuda porque para eso está el BCE. Y eso me preocupa, por el efecto depresivo que la acumulación de deuda puede tener a medio plazo".
El medio plazo. Pero lo que importa es el presente, el corto plazo. Y más en política. El futuro siempre puede esperar. Y según parece la economía y las reformas pendientes, también.