España llega mal preparada a la recesión, aunque las familias no se comerán solas la crisis
La política macroeconómica está paralizada por la falta de Gobierno y los grandes promotores inmobiliarios sufrirán la caída del precio de la vivienda.
18 agosto, 2019 03:09Noticias relacionadas
Han pasado poco más de quince días desde que el equipo económico del Gobierno en funciones anunciara su intención de revisar al alza las previsiones de crecimiento económico. En concreto, la idea de Nadia Calviño es situar el aumento del PIB en el 2,3% frente al 2,2% estimado inicialmente. La Ministra de Economía insiste una y otra vez en que las perspectivas son halagüeñas, pero desde entonces el panorama ha cambiado radicalmente. En aquel entonces se hablaba de una ralentización económica, y ahora las alarmas se han disparado anunciando una recesión a nivel mundial.
¿Qué ha pasado en este tiempo? Básicamente que el ciclo económico, que ya venía mostrando síntomas de agotamiento, ha empeorado por factores externos: las hostilidades entre Estados Unidos y China a cuenta de la guerra comercial; los datos conocidos en Alemania y Reino Unido que sitúan sus economías al borde de la recesión; el frenazo de la Eurozona; la posibilidad de que el peronismo vuelva a gobernar en Argentina; la cercanía de un Brexit sin acuerdo; y la inestabilidad política en algunos países europeos, son algunos de ellos.
Un cóctel explosivo que ha provocado el pánico en los mercados y ha obligado a los inversores a buscar valores refugio. Así, el bono español a nueve años cotiza en negativo, mientras que el diez años está a punto de entrar en ese terreno. Si se mira a Estados Unidos, esta semana se ha dado un fenómeno que los economistas consideran una señal de alarma más de recesión: el bono a dos años de Estados Unidos se pagaba por encima del de diez años, cuando habitualmente es al contrario. Es decir, que los ‘jugadores’ del mercado dan por hecho que nos encaminamos a una crisis económica.
Todo apunta a que la recesión que viene será menos severa que la vivida en 2008 tras la crisis financiera; pero España no quedará exenta de sufrir sus consecuencias, por mucho que la economía del país tenga un mejor comportamiento que el resto de la Eurozona. Ahora bien, ¿estamos realmente preparados para lo que está por venir? “En parte sí, pero la política económica está paralizada y eso será un problema”, asegura el economista Javier Santacruz.
Sector exportador con poco valor añadido
Hay un factor en el que estamos peor que en el año 2007, último año del anterior ciclo: ahora, el saldo presupuestario es negativo (-2,4% del PIB aunque bajando) frente a un superávit público del 1,92%. Sin embargo, las cuentas exteriores son mucho mejores que entonces. La balanza por cuenta corriente (que desglosa las compras y ventas de bienes y servicios con el exterior) presenta superávit (0,5% en términos interanuales), aunque viene estropeándose en los últimos meses frente al enorme déficit del 10,1% del PIB en 2007, récord histórico (el doble en términos de PIB que el país con mayor déficit corriente que era y sigue siendo Estados Unidos). Esta fue sin duda una de las causas de la crisis.
Esta evolución tan positiva de las cuentas exteriores es consecuencia del nivel exportador que tienen las empresas españolas, alcanzado durante la última crisis económica. Sin embargo, hay un problema y es que buena parte de nuestras exportaciones son de bienes intermedios, es decir, necesarios para producir en otras procesos de fabricación: véase el caso del automóvil, en donde las fábricas españolas son meras ensambladoras de piezas.
Por tanto, no tenemos un sector exportador que aporte un gran valor añadido, lo que debilita considerablemente su posición ante una nueva crisis económica.
Además, y por si fuera poco, hay datos que deben preocuparnos a la hora de afrontar la ralentización económica global. Para empezar, la deuda pública de España alcanza el 98,7% (frente al 38,9% de 2008) pero también porque la ausencia de Gobierno estable impide adoptar medidas que ayuden a dinamizar una economía que ya da muestras de agotamiento. Basta mirar el dato del paro de julio, un mes que debería ser muy bueno para el empleo pero que en términos desestacionalizados refleja un aumento de casi 3.000 personas.
Transformación pendiente del sector financiero
El sector financiero en España llega a esta recesión sin haber terminado su transformación. Ya no se trata de fusiones transeuropeas, simplemente basta con fijarse en la presión que reciben por parte de los mercados entidades como Bankia, Sabadell, Ibercaja, Kutxabank o Liberbank. Todo porque los requerimientos de capital de las entidades financieras junto con tipos cero lastran sus márgenes y les impiden algo esencial para cualquier empresa: ser rentables.
La búsqueda por la rentabilidad obliga a los bancos a ser mucho más estrictos en sus procedimientos, lo que limita también su concesión de créditos. Aunque esto es una buena noticia, provoca también que lleguemos a la recesión en un momento en el saldo crediticio sigue cayendo. En el primer trimestre se redujo un 2,1% frente al año anterior. Una situación que viene motivada porque los vencimientos siguen siendo mucho mayores que las concesiones.
Esto, en la práctica, implica que los ‘manguerazos’ que prepara el Banco Central Europeo (BCE) para dinamizar la economía europea queden invalidados. ¿Por qué? Pues porque los bancos van a seguir sin dar más créditos, por mucho que se reduzcan los tipos de interés hasta tipos negativos como pretende el regulador.
Pero no sólo eso, es que las líneas de liquidez que prevé poner en marcha el equipo del BCE –ya con Christine Lagarde a la cabeza- para compra de deudas estatales hacen que los Ejecutivos europeos ‘se relajen’ y no adopten las medidas necesarias para cambiar sus modelos productivos.
Basta mirar el ejemplo de España durante la última crisis. Es cierto que el déficit exterior se ha reducido y también la deuda privada, pero la deuda pública ha subido. El paro sigue estando en tasas del 14%, y la temporalidad de la contratación es la gran preocupación de empresas y sindicatos. Por si fuera poco, el modelo productivo tampoco se ha transformado todo lo que habría sido necesario para ver crecimientos generalizados de la productividad.
Economía basada en servicios
Seguimos siendo una economía que se fundamenta en los servicios, fundamentalmente turísticos. Un sector que no ha aprovechado los vientos de cola para renovarse, y que este año no tiene claro si conseguirá superar su propio récord de 82,8 millones de personas, así como de gasto por turista. Todo porque destinos como Turquía ya no son considerados ‘peligrosos’ y compiten de tú a tú a precios muy inferiores a los españoles, lo que unido a la caída de los turistas británicos nos deja en una posición muy delicada.
También la vivienda ha vuelto a las andadas durante los últimos años. En 2018 se volvió a superar la frontera de los 100.000 visados concedidos, una cifra que no se alcanzaba desde el año 2009. El precio también se ha incrementado durante la crisis, aunque todavía está lejos de los precios de la burbuja. Sin embargo, ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla o Bilbao sí reflejan una situación cercana a lo que puede considerarse como una burbuja del ladrillo en las grandes ciudades.
Eso sí, esta vez la vivienda no será un problema para las familias. La deuda hipotecaria sigue reduciéndose, y la mayor parte de las viviendas en venta no son de particulares, si no de grandes fondos de inversión –fruto de la limpieza de los balances de los bancos-, así como de grandes promotoras (como Neinor, Aedas o Metrovacesa). Serán ellos quienes padezcan la caída del precio de las casas, haciendo que esta vez no sea sólo el ciudadano de a pie quien sufra la devaluación inmobiliaria.
Por si fuera poco, recuerda el economista Javier Santacruz, tenemos un problema añadido en la vivienda: el precio del alquiler. Según datos de Idealista, las viviendas alquiladas tienen un precio medio en España de 11 euros el metro cuadrado, aunque en 25 capitales de provincia alcanzan ya máximos históricos. Algo que provocará problemas en caso de que vengan mal dadas si la economía se deteriora y el paro volviera a subir o los salarios a bajar.
De momento, lo único que parece claro es que la confianza del consumidor está decayendo. Es decir, que vaticina que vienen tiempos difíciles. Esto se traduce en una cierta retención del gasto, lo que provoca que las industria fabriquen menos. Muestra de ello es que el Índice General de Producción Industrial en España caía un 1,8% en junio y todos los sectores caían. ¿Esto que significa? Contracción y, por tanto, menos producción y, si la cosa no mejora, más paro.
Familias menos endeudadas
El consumo, por ahora, se mantiene en tasas positivas, aunque servicios de estudios como el del BBVA ya avisan de que se irá desacelerando progresivamente a lo largo del año. ¿Por qué? Por la necesidad de empezar a guardar la ropa cuando vienen mal dadas, así que la economía podría comenzar a contraerse de forma más rápida de lo previsto.
Eso sí, esa contracción económica pillará a las familias menos endeudadas que en la crisis de hace una década. Los pasivos financieros de las familias son de 781.000 millones de euros a cierre de 2018, alejados de los más de 930.000 millones de diez años atrás. Sin embargo, hay un problema: la tasa de ahorro está en mínimos históricos, lo que hará que –una vez más- los consumidores tengan que pasar por una crisis sin un colchón que les permita afrontar con garantías los tiempos de tempestad económica.
Queda poco tiempo. Los indicadores son claros, las alarmas están sonando. Ahora hace falta un capitán del barco que se ponga al frente, y para ello será necesario que tengamos Gobierno. ¿Llegará en septiembre? Es la gran duda, por ahora los partidos se preparan para las elecciones en noviembre, cuyo resultado sigue siendo incierto. La gran pregunta que cabe hacerse es si para entonces habrá tiempo de enderezar el rumbo antes de que las consecuencias de la crisis sean peores.