Cuando, a mediados de febrero, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció la convocatoria de elecciones para el 28 de abril, fue tajante: "España no tiene un minuto que perder". Más de 315.000 minutos después, España camina hacia unas nuevas nuevas elecciones generales, las cuartas en menos de cuatro años. 

Los comicios se celebrarán el 10 de noviembre, y prolongarán la secuencia iniciada el 20 de diciembre de 2015, el 26 de junio de 2016 y el 28 de abril de 2018. Confirmarán así el bloqueo y la interinidad prácticamente permanentes que se han instalado en la política española, una realidad agujereada a golpe de fragmentación e incapacidad para adquirir acuerdos duraderos. Todo tacticismo, nada de miradas largas, que el futuro puede esperar. 

Y siempre con una coartada de fondo: España, su economía, sigue creciendo. Un argumento que se expresa sobre todo ahora, cuando esta nueva convocatoria ya se atisbaba, aprovechando que en 2019 la Eurozona apenas crecerán un 1% y España lo hará al 2% o ligeramente por encima.

Este crecimiento figura, de hecho, entre los argumentos expuestos por S&P Global para subir el rating crediticio de España desde 'A-' hasta 'A', un aumento anunciado este viernes. La agencia, que mantiene su previsión de crecimiento para España en el 2,2% en 2019, ha alabado precisamente la capacidad de resistencia de la economía española pese al estancamiento político. También juzga que España se encuentra mejor preparada para encarar riesgos externos como el 'Brexit' o la debilidad económica europea.

MALGASTANDO UN TIEMPO PRECIOSO

El crecimiento actual como parapeto. Unas elecciones tras otras. Miope argumento, en cualquier caso, porque denota luces cortas. Entrega, además, una réplica, ucrónica, pero réplica: ¿hubiera sido posible un mayor y mejor crecimiento con un Gobierno estable? Porque en estos cuatro años el crecimiento español sí ha acusado un progresivo desgaste, lógico conforme ha ido avanzando el ciclo, pero que también evidencia que el motor está bajando de revoluciones sin que nadie esté con plenos poderes en La Moncloa.

En febrero, España no tenía ni un minuto que perder. Más de 315.000 minutos después, el tiempo sigue corriendo, otras elecciones están esperando y la economía, como el coronel que no tenía quien le escribiera, no tiene quien la gobierne

Los datos así lo evidencian. Tal como recoge el Instituto Nacional de Estadística (INE), en las elecciones de 2015, España lucía un crecimiento interanual del 4,2%; en las de 2016 se situaba en el 3%; en las de abril de este año, en el 2,1%; y cuando se celebren las de noviembre estará en el 2% o ligeramente por debajo. Sin duda, un comportamiento acorde con un ciclo expansivo ya largo, que en el caso español brotó en el último trimestre de 2013. Es normal, por tanto, que la velocidad se vaya moderando, como también lo es cuestionarse si en estos años e incluso si en los últimos meses se hubiera podido hacer algo más para reforzar el crecimiento. O incluso algo más importante: emprender las reformas precisas para dejar un camino más despejado para el futuro.

Porque ha sido en este tiempo, en este periplo que está llevando de unas elecciones a otras, cuando deberían haberse acometido esas puestas a punto que requiere la economía española, que sí, que continúa creciendo, pero que lo hace cargando todavía con un paro del 14%,  una productividad estancanda, un déficit público superior al 2%, una deuda pública que rebasa el 95%, una deuda externa neta superior al 80% del PIB, agujero cercano a los 20.000 millones de euros anuales en la Seguridad Social por un creciente peso del gasto en pensiones que vuela hacia una nómina de 10.000 millones de euros al mes o, también una Seguridad Social endeudada por tercer año consecutivo precisamente para poder atender el pago de las pensiones. No son todos los problemas, pero sí una parte importante de ellos.

Como exponía ya en julio Rubén Segura-Cayuela, economista jefe para Europa de Bank of America-Merrill Lynch, "España ha hecho un buen trabajo en los últimos años, pero se han quedado muchas cosas por hacer. Los reformas hay que hacerlas cuando el viento sopla a favor, y a España se le está acabando el tiempo". 

"La repetición de elecciones en España y la fragmentación y el inmovilismo políticos resultantes están haciendo que no se aborden los retos de deuda a largo plazo del país, mientras que el Estado sigue beneficiándose del sólido crecimiento económico interno y de la financiación a tipos reducidos", indican Alvise Lennkh y Giulia Branz, analistas de Scope. Pero añaden: "Sin embargo, las perspectivas económicas y fiscales de España se ven empañadas por los elevados desequilibrios fiscales y externos, los obstáculos al crecimiento derivados de la rigidez del mercado laboral y la escasa productividad, así como por la delicada cuestión política de la autonomía regional". Y rematan: "Hasta ahora, el fuerte crecimiento ha cubierto algunos de los retos estructurales subyacentes de España. Sin embargo, a medida que las perspectivas económicas mundiales y europeas se han debilitado, crece la necesidad de que España tenga un gobierno estable para hacer frente a los desafíos económicos, fiscales y políticos que aún persisten".

Incluso S&P Global menciona los riesgos asociados a la situación politica actual. Admite que es posible que el próximo Gobierno no cuente tampoco con una mayoría firme, lo que dificultará que se adopten medidas como una nueva reforma laboral o que se afronten problemas presupuestarios estructurales como el déficit de la Seguridad Social. Y reconoce que la falta de Gobierno puede llegar a tener efectos negativos sobre la economía si la situación de interinidad se prolonga a medio o largo plazo.

El problema reside, además de en el hastío social que provoca la secuencia electoral de los últimos años, en la incertidumbre que genera esta situación y en la posibilidad de que, teniendo en cuenta los precedentes, las urnas del 10-N tampoco deparen un escenario más nítido. Y así, los minutos seguirán pasando y la economía continuará sometida a un desgaste mayor procedente de los relevantes desafíos internacionales existentes, como la guerra comercial y la parálisis inversora que causa, el riesgo de un Brexit duro y la creciente debilidad de la Eurozona. Si España, además, se empeña en poner de su parte, una mayor precaución por parte de los consumidores y las empresas puede desembocar en una mayor ralentización de la economía. Con el añadido de que hacer las reformas pendientes ahora, con una economía menos fuerte, puede hacerse más cuesta arriba. 

En febrero, España no tenía ni un minuto que perder. Más de 315.000 minutos después, el tiempo sigue corriendo, otras elecciones están esperando y la economía, como el coronel que no tenía quien le escribiera, no tiene quien la gobierne

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