¿Hay que repensar el concepto del PIB antes de que China dé el 'sorpasso' a EEUU?
Asia está desplazando a Occidente en términos económicos, pero liderar la política y el bienestar global le llevará más tiempo.
25 abril, 2021 03:54Noticias relacionadas
En 2014, el Financial Times destacó a varias columnas en su portada cómo China superaría ese año a Estados Unidos en poder de paridad adquisitivo. La imagen de esa edición del rotativo británico era mostrada esta semana por el director del seminario Pensar el siglo XXI, Emilio Lamo de Espinosa, dentro de una explicación de cómo el gigante asiático ha crecido a la velocidad de "un cohete" desde el año 1952.
Han pasado siete años desde que se publicó aquella portada y todavía no se sabe con precisión en qué momento China dará el sorpasso definitivo a Estados Unidos como primera potencia mundial. Lo que sí sabemos, después de más de un año de pandemia, es que ese momento está ya cerca y es inevitable.
La Covid-19, que muchos bautizaron en su primer estadio como 'el virus chino', ha colocado a Pekín en una situación de gran ventaja frente al resto del mundo en términos de crecimiento. La economía china creció nada menos que un 18,3% en el primer trimestre de 2021, según los últimos datos de la Oficina Nacional de Estadística (ONE).
Se trata de un dato que consolida el rebote de la gran potencia asiática después de que consiguiera cerrar el año 2020 con un avance del 2,3% en términos de PIB, lo que le permitió ser la mejor gran economía en el peor año para el progreso económico de la historia reciente.
Todo ello en un año en el que Estados Unidos sufrió su peor caída desde 1946 en términos de PIB al sufrir una contracción del 3,5%. Peor fue lo que pasó en la zona euro, con un desplome del 6,6%, del que no se ha logrado aún rebotar.
No sabemos con precisión dónde estará el PIB chino en 2025, aunque como explica el director de estrategia de UBS, Roberto Scholtes, sus autoridades tienen una hoja de ruta para seguir acelerando su avance. Y lo han trasladado al mercado a través de su 14º Plan Quinquenal 2021-2025 lanzando un mensaje "inequívoco" de que el país aspira a liderar las transiciones que se van a vivir en el sector tecnológico y en la transición ecológica.
Son dos motores económicos que Occidente también tiene en su punto de mira y por los que los inversores tienen gran apetito, lo que asegura a Pekín la financiación necesaria para cumplir con un plan que también incorpora mejoras en el bienestar ciudadano.
Las ventajas de copiar
Como decía Lamo de Espinosa, en China han hecho de la necesidad virtud y el país ha sabido aprovechar la ventaja de llegar el último copiando lo que otros habían inventado con un procedimiento menos costoso.
Un modelo que ha tenido repercusiones mundiales en términos salariales y que Donald Trump puso en el foco de los estadounidenses con el inicio de una política proteccionista que su sucesor, Joe Biden, va a modular pero sin intención de terminar del todo con ella. Washington es consciente de que quien gane la guerra tecnológica dominará el mundo de la Revolución Digital que la Covid-19 ha acelerado.
Sin embargo, tras el auge chino hay algo más que tecnología. Su avance demográfico juega claramente a su favor. Dado que el PIB recoge la productividad per cápita, el aumento de la población que se espera en las economías asiáticas hará que pronto manden en el orden económico mundial.
Sin embargo, eso no ocurrirá a la misma velocidad en el reparto del poder político, advertía Lamo de Espinosa en el citado seminario digital organizado por la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR). El PIB chino sobrepasará al de Estados Unidos en poco tiempo, pero "tardará décadas en hacerlo en términos de poder".
El gasto en defensa de Estados Unidos supera el 9,4% de la riqueza del país, mientras que el de China es del 5,4%. Y en términos de bienestar, mientras el salario base en la economía americana supera los 1.000 euros mensuales, en China se sitúa en 281 euros, según los datos recopilados en datosmacro.com.
En cualquier caso, ese ascenso en el tablero geoestratégico de un país con déficits democráticos aboca a Occidente a replantear muchos debates. Uno de ellos, es si el PIB debe seguir siendo el indicador de referencia para medir la salud de la economía y el bienestar de su sociedad.
Como explicaba la pasada semana la economista Mariana Mazzucato en Wake Up, Spain!, el PIB tiene sus límites y no es capaz de reflejar todos los indicadores de progreso económico en los que debería fijarse el mundo académico.
El PIB representa el valor de los servicios y bienes producidos en una economía durante un periodo de tiempo. Sin embargo, advertía la profesora, no tiene en cuenta factores como la sostenibilidad: el daño que determinados modelos de crecimiento tienen en el largo plazo, como se ha demostrado con las economías del carbón.
Este debate no es nuevo, pero sin duda, el acelerón que ha dado la pandemia a la creación de ese nuevo orden económico mundial que tendrá Oriente como eje y Occidente en la 'imagen pequeña' del mapamundi va a animar a muchos investigadores de las economías atlánticas a poner sobre la mesa las carencias del PIB.
Como dijo el inventor de la contabilidad nacional, Simon Kuznets, en los años 60, hay que diferenciar "entre cantidad y calidad" de crecimiento y tener en cuenta sus costes y beneficios en el corto y largo pazo.
El PIB es incapaz de mostrar cómo se reparten los ingresos entre los ciudadanos, tampoco contempla la 'economía de los cuidados' no remunerada, ni la calidad o el nivel del sistema educativo de una economía. Tampoco mide la calidad de sus infraestructuras. Se da por hecho que los países con más niveles de PIB per cápita tienen más calidad en estos servicios y bienes, pero no es un factor verificado cuando recurrimos a este indicador de bienestar.
Y por supuesto, el PIB no incorpora toda la economía sumergida, algo que viene lastrando la posición de España en los ránkings de las economías globales desde hace ya muchos años.
Su evolución es clave para medir el impacto de una crisis -como la actual- y tiene una repercusión directa a la hora de calibrar el volumen de déficit o deuda.
Según el FMI, el endeudamiento global alcanzó en 2020 el 98% del PIB mundial. ¿Nos aboca esto a una quiebra planetaria? Por suerte, para responder a esta pregunta hay que mirar muchos otros indicadores.