24 de octubre de 1929. Una mañana cualquiera en Nueva York de los felices años 20 en los Estados Unidos. Un día en el que como era habitual los corredores de bolsa se agolpaban en los corros de Wall Street mientras se desgañitaban gritando para dar órdenes de compra y venta de valores. La bolsa había dado algún susto en marzo, pero la intervención de la Reserva Federal hizo que el mercado volviera a subir. Sin embargo, aquel día todo iba a ser distinto. El mundo iba a cambiar y nadie lo sabía.
La tarde antes, los corredores tuvieron un día complicado. Wall Street cerraba con pérdidas del 7%, pero todo el mundo pensaba que era simplemente una caída para volver a subir. Nada más lejos de la realidad. En la apertura del día 24 las órdenes de venta se acumulaban, en especial las de la eléctrica Cities Service Co. Comenzaba una espiral bajista que se retroalimentaba. Cuantas más ventas había, más caían los precios. El pánico se apoderó del parqué.
Al contrario de lo que ocurre 90 años después, en los años 20 la información se conocía muy despacio. Aun así, cuando la población comenzó a enterarse empezó a agolparse en los exteriores de la bolsa. Como suele ocurrir en estos casos, un pool bancario inyectó dinero en el mercado, suavizando la caída. ¿Al cierre? Poco más de un 2,7% de descensos.
La FED optó por no actuar. No tenían claro cuál debía ser su comportamiento, pero sí tenían claro que las cosas no iban bien porque el pánico vendedor se contagió a San Francisco, Los Ángeles, Chicago, Boston, Filadelfia… Por todo el país.
La situación, lejos de estar controlada, fue a peor. Cuando los mercados volvieron a abrir el lunes 28, se acumulaban las más de nueve millones de órdenes de venta. Los banqueros asumieron que no podían controlar la situación, y hasta el presidente Hoover salió ante los medios para asegurar que la economía estadounidense era sólida y que el crecimiento seguiría durante años.
No sirvió de nada. El martes 29 (el Martes Negro) las cosas no mejoraron. El famoso martes negro fue el peor día de la Bolsa americana en su historia. Ni un sólo sector se libró de las caídas, los indicadores se dejaron 50 puntos y se perdieron en una sola jornada todos los beneficios obtenidos en el último año. Ni la FED ni los bancos fueron capaces de controlar la situación, y aunque el mercado dio un respiro en los días posteriores, ese día negro era el preludio de lo que estaba por llegar.
Por si fuera poco, el pánico se apoderó de las calles. Los bancos cerraron sus puertas, la gente se agolpaba frente a Wall Streeet. Millones de inversores se arruinaron provocando que muchos de ellos optaran por suicidarse.
La bolsa siguió cayendo con fuerza. La FED no quería intervenir, pensando que tras más de cinco años de subidas no vendría mal una etapa de descensos, pero la cosa se les fue de las manos. Tanto que en 1932 la Bolsa había perdido el 80% de su valor, como explica el profesor Martín-Aceña, en un artículo publicado en El País en el año 2011.
“Era una época en la que el mercado estaba manejado por gente que sólo buscaba hacer negocio”, explica el economista y profesor de la Universidad CEU San Pablo Miguel Córdoba. “No había reglas de ningún tipo. Ahora nos parece que hay pocas, pero es que entonces iban con el cuchillo en la boca”, añade el economista Santiago Niño Becerra.
Todo el mundo ganaba, la producción aumentaba, la oferta de productos subía. El paro bajaba y la oferta de crédito aumentaba. La vivienda se revalorizaba… Así eran los felices años 20, una época que -probablemente- nos recuerde a otras etapas más recientes de la historia. Era el momento de la consolidación de la economía industrial, del capitalismo que había arrancado a finales del siglo pasado.
“El crack del 29 marcó el fin del modelo”, prosigue Becerra. Los agricultores no podían pagar sus créditos por las tierras; la gente no tenía dinero para financiar sus hipotecas, las industrias no podían reducir su nivel de producción porque la información tardaba días en llegar, lo que provocó la quiebra de muchas de ellas. Por si fuera poco, los bancos quebraron.
La FED trató de contener la hemorragia económica reduciendo la oferta de dinero en una decisión errónea. El Gobierno de Hoover decidió poner en marcha la Ley Hawley-Smoot en 1930, con la que plagó de aranceles las importaciones en Estados Unidos. Algo que provocó las represalias de países como Reino Unido, Canadá y Alemania.
Pero la receta se demostró equivocada. Estados Unidos entró en la Gran Depresión. Entre 1929 y 1932, el PIB de Estados Unidos se redujo un 32%, la producción industria había caído a la mitad. Un difícil panorama con el que Hoover se sometió a unas nuevas elecciones que ganó el demócrata Franklin Roosvelt en 1932. ¿Su solución? Más inversión pública durante cinco años, hasta que en el 37 se proclamó la salida de la crisis.
“No era cierto, meses después volvió la depresión económica”, explica Niño Becerra, quien relata que la solución entonces fue la segunda Guerra Mundial. “Todo el mundo se puso a trabajar, las fábricas producían al 100%, y la economía comenzó a crecer”, sentencia.
¿Se puede comparar lo ocurrido entonces con lo de ahora? Se trata de procesos distintos, aunque en muchos casos la historia es similar. De hecho, para el economista catalán estamos ahora mismo en el equivalente a 1937, cuando se declaró el final de la crisis. “La solución no vendrá de una nueva Guerra Mundial, se podrá hacer arreglando los balances bancarios, liquidando la deuda corporativa (que alcanza los 19 billones de dólares) que no podrá pagarse, y adecuando el gasto público a los ingresos”. Eso sí, asumiendo que habrá “implicaciones para el modelo social” que tenemos actualmente.