¿Dónde está el viento en España?
Una combinación inédita y sincronizada de factores está afectando a los mercados de energía de todo el mundo, lo que ha reavivado las dudas sobre la evolución de la inflación y el crecimiento mundial. No hay semana en la que no seamos testigos de nuevos máximos históricos del precio de la energía, que ya se ha convertido en un freno al consumo.
Según cálculos del FMI, si el precio se mantiene en el nivel actual, el valor de la producción mundial basada en combustibles fósiles como porcentaje del PIB pasaría de un 4,1% a un 4,7% este año. En 2022, podría llegar hasta un 4,8%, todavía por encima de su última proyección del 3,75%.
Suponiendo que la mitad del aumento del coste del petróleo, el gas y el carbón se debe a una menor oferta, eso representaría una reducción de 0,3 puntos porcentuales de crecimiento económico mundial este año y aproximadamente una de 0,5 puntos porcentuales el año próximo.
Es cierto que venimos de un contexto de muy baja demanda coincidiendo con el comienzo de la pandemia, cuando las restricciones interrumpieron muchas actividades en la economía mundial generando un colapso del consumo de energía.
Sin embargo, el consumo de gas natural se recuperó rápidamente, no solo por la demanda doméstica sino también gracias a la producción industrial, que representa cerca de un 20% del consumo final, lo que su conjunto ha impulsado la demanda hasta normalizar su nivel.
Tenemos claro por tanto que la demanda está donde debería estar pero ¿qué ocurre con la oferta?
El suministro de energía ha reaccionado con excesiva lentitud a las señales de precios a causa de la escasez de mano de obra, de los bajos niveles de inversión, del elevado coste del transporte y del difícil reajuste de tiempos de un sector que se mueve como un enorme y pesado dinosaurio.
La producción de gas natural en Estados Unidos, por ejemplo, se mantiene por debajo del nivel previo a la crisis. Pero si miramos otros grandes productores, la producción en los Países Bajos y Noruega también ha disminuido. Y Rusia, el proveedor más grande de Europa, ha reducido recientemente sus envíos al continente aunque sus decisiones tienen que ver más con la geopolítica que con la producción.
La producción de carbón ha sufrido también factores que hay llevado a dispararse el precio con bajos niveles de oferta. De hecho, las existencias de carbón de China están en niveles inéditamente bajos lo que aumenta el riesgo de déficits de oferta para plantas de energía en invierno.
Todo esto debería señalar el sorpasso definitivo de las renovables. Pero no está ocurriendo llegando al punto que me llama poderosamente la atención.
España es el quinto país del mundo por capacidad eólica instalada onshore. Resulta chocante que con más de 27 gigavatios de generación eólica distribuidos a lo largo de nuestra geografía, la producción haya caído en un 87% anual si tomamos como referencia los 40 GWh generados en base a los últimos datos disponibles del pasado 25 de octubre en relación al mismo día del año pasado. Es como si el viento hubiera desaparecido.
Para evitar el sesgo de una medición puntual, tomando los datos de generación facilitados por REE, la media de producción eólica entre octubre de 2020 y marzo de 2021, un período normalizado de generación, y la media desde entonces hasta hoy, ha caído en un 40%.
En ese mismo período la cotización del barril Brent pasó de 37 $/bbl el 25 de octubre a superar los 64 $/bbl en marzo de 2021, para pasar a rozar los 86 $/bbl, lo que supone un incremento del 130% y 34% respectivamente. Da que pensar, sin duda.
Si miramos los datos de los últimos días, si no es por la jornada del viernes la contribución de la energía renovable no hubiera llegado al 30% en un país de sol y del viento. Y es que desde mayo, se ha abierto un gap importante entre ambas fuentes que nos dice que por cada MWh producido por las renovables las fuentes convencionales contaminantes han generado 1,5 MWh.
Eso en una fase de prolongada sequía en la que no ha faltado materia prima. Es una distribución que nos aleja de una agenda programada para que en menos de treinta años el 100% de la generación eléctrica sea renovable.
Podemos entender que atravesemos valles de producción por cuestiones climáticas pero el que no haya producción eólica en un sistema marginalista, requiere de una respuesta por parte del sector. Y España no es el único país que levanta suspicacias.
Alemania, que con sus 30.000 turbinas de viento era el paraíso de la energía eólica con una capacidad instalada actual que dobla la de España, vive una crisis eólica en los últimos años. Desde 2019 el sector se encuentra estancado en gran medida por el endurecimiento de las regulaciones locales y regionales que han desarrollado enormes trabas legales para el desarrollo de una industria que es la primera fuente de generación renovable en un país que quiere descarbonizarse. Lo curioso es que los alemanes han protestado poco o nada en un país donde los verdes tienen una cuota de peso político representativo.
La energía nuclear vuelve a estar en el centro de los debates políticos en el contexto de la actual crisis energética. La visión francesa de las centrales nucleares es radicalmente diferente de la los países de su entorno, en los que el debate emerge con muchas líneas rojas.
En Francia, sexto país del mundo por capacidad eólica instalada, la energía nuclear está en el corazón del mix energético ofreciendo al país una de las fuentes de electricidad más descarbonizadas de todo el continente. Eso y la dependencia de la nuclear en el mix energético (un 70% del total producido) hacen ver difícil más hueco para las renovables.
¿Se están parando los parques en España? ¿Se está frenando la generación renovable? ¿Hay algún motivo para pensar que Europa predique en verde y actúe en negro?
Desde luego da que pensar y mucho los mensajes del COP26 con la realidad energética. Las energías renovables han tenido un desarrollo tan acelerado como atropellado. Los mensajes alarmistas que nos bombardean seguramente sean ciertos la mayoría pero Europa nunca pensó que empezar la casa por el tejado iba a ser un problema.