Tan común como odiada. En eso se convirtió hace poco más de una década una de las muchas referencias económicas que hasta entonces solo usaban los instruidos en la materia. De la noche a la mañana, la prima de riesgo perdió su halo místico para convertirse en el centro de las conversaciones en los -amados- bares que riegan la geografía española.
De momento, la prima de riesgo -que es la diferencia entre la rentabilidad que los inversores exigen a los bonos soberanos españoles frente a la que requieren de sus comparables alemanes- está lejos de las cotas de popularidad y amplitud de entonces. Sin embargo, el cambio de tercio que cada vez entonan más bancos centrales ha devuelto a este termómetro al candelero.
El fin de la era de los tipos de interés negativos en la Eurozona parece cada vez más cercano. Tanto que hasta la presidenta del Banco Central Europeo (BCE) ha evitado esta misma semana comprometerse a que vaya a prolongarse por lo que queda de este 2022 estrenado hace solo 36 días. Algo normal, por otra parte, si se tienen en cuenta factores como la prisa que sus vecinos del Banco de Inglaterra están teniendo para devolver cierta normalidad a la política monetaria.
El capital para pagar los intereses de la deuda no sale de otro lugar que los impuestos de los contribuyentes
Si en un primer momento este cambio de discurso se tradujo en una subida al unísono de la rentabilidad de todos los bonos soberanos europeos, poco después llegó la diferenciación. Aunque durante años las autoridades monetarias se han encargado de limar la brecha entre países gracias a sus ingentes programas de compra de deuda, su cada vez más cercana retirada vuelve a sacar estas divergencias a la vista.
Dicho de otra manera: vuelve la prima de riesgo. Y es que solo han pasado dos días desde que Lagarde puso nerviosos a los mercados pero han sido suficientes para que estos diferenciales entre los países centrales de la Eurozona y los periféricos haya vuelto a desatarse. Todo sea dicho, con movimientos todavía muy estrechos.
Sin embargo, hay que recordar que el tapering en la Europa del euro es solo una posibilidad en el horizonte. Las cosas pueden empezar a ponerse feas en el momento en el que esta retirada se convierta en una hoja de ruta concreta. Y, aunque todavía es un escenario con pocos defensores, algunos ya apuntan para ello al inminente mes de marzo.
El mismo marzo en el que, por cierto, caducará sí o sí el Plan de Compras de Emergencia Pandémica (PEPP, por las siglas en inglés). Esta es, de momento, la única decisión ya tomada en el seno de la institución monetaria con sede en Fráncfort.
Allí, los halcones -partidarios de la retirada de los estímulos en vigor- parecen dibujar un vuelo cada vez más bajo ante la presión de una inflación galopante que ha vuelto a marcar máximos históricos para el área de la moneda común.
Aunque sin un componente salarial tan marcado como en otras grandes economías occidentales, el coste de la vida ha vuelto a marcar máximos históricos para el área de la moneda común.
Además, todo indica que su aleteo es cada vez más insistente a juzgar por el tono hawkish que van adoptando los miembros del Consejo de Gobierno del BCE de perfil más dovish. Un anglicismo -otra vez- procedente de la palabra paloma con el que se designa a aquellos banqueros centrales más partidarios de un mantenimiento distendido de las políticas monetarias acomodaticias desplegadas en los últimos años y de una retirada de ellas muy comedida y pausada.
Un incremento del 100% para la rentabilidad del bono español supondría acumular un incremento de más de 100 puntos básicos
Con estos halcones listos para el ataque, los movimientos no se han hecho esperar. Muchos inversores se han apresurado a vender sus posiciones en bonos soberanos de la Eurozona conscientes de que la próxima ausencia del BCE en el lado comprador del mercado impedirá que sus precios se puedan mantener estables y artificialmente alineados.
En este punto hay que tener muy en cuenta que los porcentajes engañan. Tanto que una subida de un punto básico para un ‘bund’ alemán que hasta hace pocos días marcaba rendimientos negativos, se traduce en incrementos de varios cientos por cien. Para el bono español, un incremento de tan solo el 100% para su rentabilidad supondría actualmente acumular un repunte de más de 100 puntos básicos y comenzar a rondar tasas del 2%.
Aunque este porcentaje todavía se queda por encima de los tipos a los que el bono español ha terminado esta semana, en el 1,03%, parece más que alcanzable a corto plazo si el temor a que el BCE pueda comenzar a subir tipos en junio persiste en el mercado secundario de renta fija. Hace un mes, el Tesoro Público se beneficiaba de un coste de solo un 0,58% para estos papeles con vencimiento a una década.
Todo apunta en esta línea, aunque algunos miembros del BCE intenten matizar sus planes de aquí a marzo. Y es que cuando Lagarde pasó su prueba de fuego en el cargo hace ahora dos años y comentó que contener las primas de riesgo no era una de las tareas de la institución, los papeles españoles se colocaron entre los más penalizados de la Eurozona.
Si la entidad central termina confirmando que está en retirada, por mucho que se esfuerce en remarcar que su repliegue será gradual y que seguirá muy atento la evolución de los mercados, no faltarán quienes recuerden que hace apenas unos años España formaba parte de un grupo de países cuyos bonos nadie tenía a bien comprar. Un grupo en el que las primas de riesgo se dispararon hasta límites insospechados.
Eran los tiempos de la crisis de deuda periférica que afectó fundamentalmente a los que anteriormente habían reunido bajo las ingratas siglas ‘PIGS’. Cerdos, de nuevo en inglés. España formaba parte de este doliente grupo junto con Portugal, Italia y Grecia.
Las cosas pueden empezar a ponerse verdaderamente feas en el momento en el que la retirada del BCE se convierta en una hoja de ruta concreta
Después, algunos decidieron unir a Irlanda al grupo para dar lugar a los ‘GIPSI’. Un juego de palabras referido a los gitanos al que hoy en día quizá no se atreverían ciertos bancos de inversión global. Probablemente, más que por convencimiento, por los nuevos e intocables factores de buena reputación social y de gobernanza que forman parte de la corriente ASG.
Por ahora, los tiempos en los que nadie compraba un bono español a diez años por menos de un 6,7% de rentabilidad quedan lejos. Igual que aquellos en los que la prima de riesgo engordó hasta unos contundentes 642 puntos allá por julio de 2012. Sin embargo, la escalada ha comenzado y de cómo maneje la situación Lagarde y su equipo dependerá el desenlace.
No solo de ellos, a decir verdad. Y en eso llevaba razón hace dos años. También de cómo gestione sus finanzas internas cada país. Y aquí, en España, el Tesoro Público tiene escrito en negro sobre blanco su propósito de seguir abaratando el coste medio de su cartera de deuda. Algo para lo que, a pesar de estas tensiones, piensa recurrir con más asiduidad a subastas sindicadas, títulos de largo plazo y emisiones verdes.
Mientras la prima de riesgo va por 84 puntos básicos frente a los 75 puntos a los que acabó 2021, dos números sirven para poner en contexto lo que esta brecha podría crecer sin el freno del BCE. El endeudamiento de España sobre PIB alcanza el 122,1%, según los últimos datos disponibles. En Alemania, esta ratio se reduce estrepitosamente hasta el 69,4%.
No faltarán quienes recuerden que hace apenas unos años España formaba parte de los 'PIGS', un grupo de países cuyos bonos nadie tenía a bien comprar
Un volumen que, sin ser de los que sabían en qué consistía la prima de riesgo antes de 2010, se antoja mucho más manejable incluso aunque las arcas públicas germanas pasen de cobrar por sus bonos a pagar a sus tenedores. Y el segundo dato lo confirma: la deuda per cápita es de 30.263 euros por español, mientras que se reduce a 29.262 euros por cada alemán.
Esta última comparativa nunca deja de ser oportuna, ya que el capital necesario para el servicio de la deuda, es decir, para pagar sus intereses no sale de otro lugar que de las arcas públicas nutridas con los impuestos de los contribuyentes. Es decir, de los bolsillos de los 47 millones de individuos que hoy por hoy poblamos España.
Por suerte, las restricciones a la hostelería han acabado en la mayor parte de España y Europa. Siempre quedará un bar para volver a debatir de la más que probable escalada de la prima de riesgo y jugar, por un rato, a los banqueros centrales.
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