La crisis que ha generado el COVID-19 ya está presente en todas las actividades económicas de nuestra sociedad. Como seres maduros debemos evitar paralizarnos ante este escenario. Los responsables políticos y representantes sectoriales debemos ser los primeros que actuemos con sentido común y responsabilidad, cada uno en nuestro ámbito y posibilidades.
La situación global por el COVID-19 está afectando desde el principio a todos los transportes, en especial a los de viajeros. Dejando a un lado los transportes aéreos, navales y ferroviarios, y centrándonos en la movilidad por carretera, urbana y de media distancia, los transportes colectivos son los más afectados. Autobuses vacíos y resolución de contratos en viajes discrecionales se están dejando notar desde hace días.
Ello podría hacer pensar que podría haber cierto trasvase de viajeros del autobús, y otros medios urbanos como metro o cercanías, hacia el taxi o en su defecto las VTC, pero no está siendo así. El desplome de las actividades turísticas, cancelaciones de eventos, viajes y reservas y la paralización de la movilidad es obvia. Las calles están más vacías. Tampoco los traslados en vehículo privado suben en proporción.
El taxi está sufriendo un descenso de viajeros, aunque en esta grave situación es quizá el servicio público urbano más seguro para trasladarse.
Rompiendo una lanza en favor de todos los taxistas, hemos de reflexionar que la regulación por la que tanto se ha peleado en los últimos años, resulta en beneficio de todos.
Ser un sector de trabajadores autónomos, implica que los conductores son en un 98% los propietarios y conductores de sus vehículos, por lo que su cuidado e higiene les repercute directamente en su seguridad y salud, lo que revierte en las del viajero.
Ser un sector de autónomos también implica una mayor solidez y sostenibilidad social del servicio; el taxista debe trabajar para facturar y así poder mantener impuestos, cotizaciones y, como no, a sus familias y a sí mismo. No es un mito, los autónomos resisten contra viento y marea las crisis, y las sanitarias, también.
Pero dicho todo lo anterior, la capacidad de auto-organización sectorial es limitada, y por ello es preciso que, ya mismo, las autoridades ofrezcan a los profesionales del taxi unas pautas o directrices claras para gestionar y desarrollar las contingencias derivadas del COVID-19 en su ámbito de servicio, analizando y ordenando las medidas y planes de actuación que se entiendan oportunos en función de la evolución de la situación.
Tan mala como el alarmismo es la ingenuidad, por lo que tampoco podemos esperar que los poderes públicos resuelvan todo. Aunque a estas alturas algunos echamos de menos algún Plan de prevención específico para el transporte de viajeros, dirigido a profesionales y usuarios, al cierre de este artículo, parece que el Ministerio de Transportes -al remolque de los acontecimientos-, ha hecho algún anuncio al respecto.
A buen seguro que las asociaciones de taxistas serán sin duda un interlocutor válido para cualesquiera planes de contingencia que se establezcan por las autoridades competentes, y como parte de la sociedad civil nos brindamos para cooperar a adoptar las medidas preventivas que sean precisas para atajar la posible trasmisión en los taxis de un virus respiratorio, como el COVID-19.
Por ello, animamos a que los taxistas den el mejor de los ejemplos de ciudadanía y responsabilidad y hagan de su servicio el medio más seguro y salubre siendo especialmente escrupulosos en la limpieza de superficies y puntos comunes al tacto, así como en la eliminación de desechos, si es preciso, entre pasajero y pasajero, lo que reduciría mucho el nivel de riesgo de infección en el uso del servicio.
Como mínimo, la Federación Española del Taxi (FEDETAXI), recomienda a los taxistas, desinfectar los vehículos por lo menos una vez al día, con especial atención a las superficies y objetos de contacto frecuente (manillas de puertas, apoyabrazos, cinturones y anclajes) a repasar con frecuencia con geles hidroalcohólicos.
Los usuarios del taxi deben encontrarse seguros comprobando que los taxistas también son escrupulosos con su higiene personal. Invitamos a todos a lavarse las manos regularmente, estornudar y toser en el codo y usar toallas de papel. Y a poner a disposición del viajero toallitas limpiadoras o geles o soluciones alcohólicas para que su experiencia de viaje sea segura y confortable. Es una gran oportunidad para que el taxi demuestre la clasificación de servicio público de interés general que tanto se ha enarbolado en los últimos años.
Nunca es momento de buscar un chivo expiatorio de nuestros problemas, y ahora menos aún, pero ello no impide proponer respuestas de ayudas públicas para determinados sectores más damnificados por esta situación global. Como otros muchos sectores, los taxistas van a “levantar la persiana” durante toda esta crisis.
Para ello proponemos a las administraciones priorizar al sector del taxi dentro de las medidas de apoyo o ayudas económicas que se arbitren, promoviendo reducciones y/o aplazamiento de impuestos y cotizaciones, apoyando sin limite cualquier situación de baja médica o de necesidad de aislamiento que se produzca, así como suspender cualquier traba burocrática a la prestación del servicio mientras dure esta epidemia.
Como servicio público a nivel local, en las zonas que se declaren de emergencia, algunos ayuntamientos podrían incluso establecer tarifas de emergencia a compensar a los taxistas vía presupuestaria. El taxi no puede ni debe aprovecharse de situaciones de necesidad como han estado haciendo determinadas plataformas digitales con tarifas dinámicas que se disparan con la alta demanda.
Desde el sector del taxi lanzamos el mensaje que el servicio público de taxi estará a la altura de lo que demanda nuestra sociedad en estas horas tan duras. Usen el taxi, por favor.
*** Emilio Domínguez del Valle. Secretario Técnico de la Federación Española del Taxi.