Para bien o para mal, las tendencias económicas no cambian de rumbo. La economía mundial sigue desacelerándose, lastrada por un sector industrial que ronda o está ya en estado de recesión. El consumo de los hogares se mantiene positivo, impulsado por un desempleo bajo, un robusto mercado de la vivienda y la asequibilidad del crédito al consumo. Por ahora, esto último sigue bastando para contrarrestar la merma de la industria y para mantener el crecimiento económico en terreno positivo.
Sin embargo, la balanza de riesgos se inclina claramente a la baja toda vez que no hay signo de estabilización, y menos aún de repunte, de la actividad industrial. Los riesgos geopolíticos y políticos como la pugna comercial entre EEUU y China, el Brexit, la inestabilidad en Oriente Medio y la política interna de EEUU también hacen que nos decantemos por el lado negativo de la balanza.
La política monetaria es expansiva en el mundo entero y cada vez más si cabe, incluso en un creciente número de economías emergentes. A este respecto, el giro diametral de la Reserva Federal (Fed) estadounidense en su ciclo de alza de tipos el pasado año y sus bajadas de este podrían tener una implicación duradera: el punto álgido del dólar estadounidense tras un quinquenio de apreciación inducida por la ampliación de la brecha entre los tipos estadounidenses y los del resto del mundo desarrollado.
Además, sin necesidad de propugnar un ciclo prolongado de bajada de tipos en EEUU, innecesario siempre que haya crecimiento, resulta muy improbable otro cambio de rumbo de la Fed y la reanudación de las alzas de tipos en el año próximo. Por tanto, los diferenciales de tipos de interés no deberían fomentar una nueva apreciación del dólar estadounidense. Esto es una buena noticia para las economías emergentes, muy sensibles todavía al dólar, aunque por ahora aún tienen que afrontar la desaceleración del crecimiento mundial.
Puede que la política monetaria del Banco Central Europeo (BCE) haya dejado un regusto amargo por su actitud de poner toda la carne en el asador. No obstante, ancla la política monetaria de la Eurozona en un nivel ultralaxo por un largo (larguísimo) periodo de tiempo. La Fed, por un lado, y los bancos centrales emergentes, por otro, tienen más margen de relajación si fuera necesario. Esta situación hace que, pese a una continua tendencia de ralentización, todas las potencias económicas siguen creciendo. Parecen surgir ciertos indicios incipientes de estabilización aquí y allá, aún pendientes de confirmarse.
En cuanto a la inflación, la vigente tendencia bajista de los datos este año ha tocado fondo, ya que los efectos de base y los técnicos se desvanecen. Los precios del petróleo son el posible factor incógnita para las perspectivas de inflación a falta de presiones alcistas de la demanda interna.
Teniendo esto en cuenta, la economía estadounidense aún puede confiar en la expansión de un sólido consumo de los hogares en torno al 2%, pese a la continua ralentización industrial con una caída del ISM manufacturero por debajo del decisivo umbral de 50 en agosto y septiembre. Las rentas disponibles reales de los hogares están creciendo y el mercado de la vivienda mantiene la firmeza. Las incertidumbres que entraña la pugna comercial entre EEUU y China y la posible repercusión de los aranceles estadounidenses en el precio de los bienes importados continúa siendo un riesgo real, pero por ahora no han desbaratado la expansión.
Alemania sigue siendo el talón de Aquiles del crecimiento europeo este año, ya que la estructura de su economía la expone de lleno al perjuicio de la desaceleración del comercio mundial y las incertidumbres más europeas del Brexit. Sin embargo, de cariz más doméstico, el sector servicios de Alemania y la Eurozona sigue creciendo y mantiene a flote la expansión económica, aunque a menor ritmo. Determinados indicadores sugieren que lo peor del bache industrial puede haber quedado atrás, pero ello depende aún en gran medida de las vicisitudes mundiales y políticas. Otro tanto puede decirse de economías europeas vecinas como Suiza o los países nórdicos, y Japón sigue un patrón similar por razones análogas.
A semejanza de la Erozona y Japón, el crecimiento de la economía china está ligado hoy por hoy a su sector industrial y al desarrollo de la guerra arancelaria y comercial con EEUU. En concreto, las protestas en Hong Kong han hecho mella en la actividad de dicha región.
El crecimiento está mejorando levemente en la mayoría de grandes economías emergentes, posiblemente impulsado por políticas de relajación monetaria nacionales y por la flexibilización de las condiciones de financiación en dólares estadounidenses. Aun así, el crecimiento continúa siendo muy sensible a los acontecimientos del comercio mundial.
* Adrien Pichoud, economista jefe de SYZ AM