Según informa Forbes, el gobierno británico va a hacerle a bares y restaurantes de Reino Unido la cuenta de resultados del mes de agosto: ha decidido pagar el 50% de la cuenta de quienes acudan a bares y restaurantes durante este mes, con un tope máximo de 10 libras esterlinas por persona. Se puede usar este programa de manera ilimitada durante el mes de agosto, de lunes a miércoles. Es una manera de ayudar a los 130.000 establecimientos de este tipo y de mantener el empleo en un sector que lo proporciona a 1,8 millones de personas allí.
Desde esta columna hemos venido clamando por medidas de este estilo (que también contempla el Tesoro de EEUU) para España. ¿Seremos los últimos en hacer algo así?
Y eso que los PMIs publicados para la Eurozona, tanto del sector de la industria manufacturera como del sector servicios, han sido francamente buenos en el mes de julio. En el caso de España, respectivamente, 53,5 y 51,9. Los PMIs son las encuestas que se llevan a cabo entre los gerentes de compras de las empresas y dan una idea adelantada de cómo van los negocios, mejor, igual o peor que el mes anterior. Cuando el resultado de la encuesta está por encima de 50, quiere decir que la perspectiva de los negocios está mejorando.
Esto ha sido así en general, tanto en España como en el resto de Europa y del mundo, con países como el Reino Unido en que el resultado de la encuesta PMI ha reflejado un optimismo (frente al mes anterior) que no se había visto desde hacía cinco años.
¿Quiere esto decir que las dificultades han pasado? No. En absoluto. Simplemente refleja un estado de opinión empresarial que ha mejorado sensiblemente desde el mes de abril, en que ya no podía ser peor al estar las empresas cerradas. Por eso no hay que lanzar las campanas al vuelo de forma prematura. Queda por resolver la cuestión clave: cómo ayudar desde el gobierno que decretó el parón económico (necesario, aunque discutible en su duración) a que las empresas del país, grandes, pequeñas y medianas sobrevivan, de forma que el daño provocado por la recesión decretada, que debería ser transitorio, no se convierta en permanente. Y ahí hay que reconocer que vamos muy por detrás de los acontecimientos…
Unos acontecimientos que no paran de amontonarse este año y que hacen la tarea de escribir columnas como ésta un verdadero “coser y cantar”, siempre y cuando se sea capaz de seleccionar con acierto qué temas elegir entre la riada de “eventos consuetudinarios que acaecen en la rúa”.
Estos días ha sido casi imposible esquivar el “padre de todos los temas”, la salida de España del Rey Emérito, que ha provocado mucha agitación entre periodistas, contertulios y políticos, y apenas un run-run veraniego entre el pueblo llano. Quizás porque entre los de aquí sigue siendo cierto lo que hace muchos años dijera, para justificar la existencia de la monarquía, un español y que Richard Hoggart y Douglas Johnson recogieron en su libro de 1987, “Una idea de Europa”: “un rey es algo que los hombres han creado para su propio bien, en aras de la tranquilidad, al igual que en una familia se nombra a alguien para que se ocupe de comprar la carne”. Un dicho banal que se remonta a nada menos que al jurista inglés, John Selden, de comienzos del siglo XVII.
El dicho refleja el pragmatismo que parece prevalecer, por el momento, en España de que no hay que arreglar una cosa cuando está funcionando bien, aunque no pueda descartarse que una insistencia publicitaria, machacona y agitativa pueda terminar provocando un vuelco de opinión.
La historia de esta segunda Restauración monárquica (y la opinión más generalizada que se tiene sobre ella) oscila entre las visiones respectivas y especulares que de la monarquía mostraban dos de los grandes directores del Hollywood de hace ochenta o noventa años. Según uno de ellos, Erich Von Stroheim, “la diferencia entre Ernst Lubitsch y yo es que él muestra al rey primero en el trono y después en el dormitorio, mientras que yo, primero le muestro a la gente al rey en la cama. Después, cuando más tarde lo ven en el trono, ya no se hacen ilusiones sobre él”.
Casi nadie se hacía ilusiones sobre la Monarquía en 1975 pero, desde 1978 en adelante, prevaleció la visión de Lubitsch, cuando primero se vio al rey en el trono mientras las Cortes proclamaban la Constitución. Esa constitución a la que sus enemigos le pusieron hace unos pocos años el remoquete de “1978” (“Constitución de 1978”) como manera de mandarla, propagandísticamente hablando, antes de tiempo, al trastero de la historia (nadie diría “la Constitución de 1812” si fuera la que hubiera estado vigente desde entonces hasta el día de hoy). Esa visión mirífica, “a lo Lubitsch” quedó confirmada en la madrugada del 24 de febrero de 1981.
La disyuntiva respecto a la Monarquía, valoraciones constitucionales aparte, es muy fácil de expresar y tiene sendas muy bien definidas
El problema es que ahora se ven los últimos 42 años como si estuviéramos en una película de Von Stroheim, en la que todos los espectadores saben ya a qué atenerse, lo que puede llevar a que el baño de realidad difumine o termine haciendo invisible la conversión de España, entretanto, en un país desarrollado, moderno.
La disyuntiva respecto a la Monarquía, valoraciones constitucionales aparte, es muy fácil de expresar y tiene sendas muy bien definidas. Una de ellas es la que proclaman los enemigos de la Constitución que, barriendo para casa, y tras el lema de “hágase justicia (a los demás) y que se hunda el mundo” persiguen un cambio de régimen y otra, la de quienes, bien que horrorizados por las informaciones recientes sobre el Emérito, se preguntan si el engranaje constitucional sigue funcionando bien, y llegan a la conclusión de que la mejor prueba de que es así es que hace ya seis años que Juan Carlos I tuvo que abdicar preventivamente.
Finalmente (no hay más que echar un vistazo a la prensa) está un sector minoritario que se atreve a adornarse con el cinismo y el realismo de Bernard de Mandeville (ese precursor de Adam Smith y su “mano invisible”, que hace que del egoísmo individual surja la prosperidad colectiva) que, a caballo de los siglos XVII y XVIII, predicaba que la corrupción es el lubricante de un sistema económico próspero. Así, en su “Fábula de las abejas”, donde describía a un enjambre que vivía en la prosperidad hasta que adoptaron los consejos puritanos de unos recién llegados y cayeron en la pobreza, llegaba a la conclusión de que “no hay nada más tonto que un panal honrado”. Una filosofía que también resumía de esta otra manera: “los vicios privados pueden ser públicamente beneficiosos”.
El grado de malestar económico de los próximos meses, mitigado por los fondos que llegarán de Europa y por el más que probable período expansivo de las economías de EEUU y China, es lo que permitirá zanjar la cuestión. ¡Que Dios reparta suerte!